Jesús curando enfermos
(Gustavo Doré)
“Con
solo tocar los flecos de su manto, los enfermos quedaban curados” (Mc 6, 53-56). Jesús llega con sus
discípulos a Genesaret y comienza a “recorrer la región”; la gente lo reconoce,
e inmediatamente van a buscar a sus enfermos, quienes, en gran cantidad, quedan
curados “con solo tocar los flecos de su manto”. Jesús cura a muchos enfermos,
curando con su omnipotencia divina a los que se encuentran afectados de
diversas dolencias corporales. Jesús cura absolutamente todas las enfermedades
del cuerpo y lo puede hacer, precisamente, por su poder divino. Ésa es la razón
por la cual, dice el Evangelio, “los enfermos se curaban con solo tocar los
flecos de su manto”. Ésa es la razón por la cual uno de los nombres de Jesús es
el de “Médico Divino”, porque su poder divino es capaz de curar absolutamente
todas las enfermedades de la humanidad. Sin embargo, y contrariamente a lo que
pudiera parecer por la lectura de este párrafo del Evangelio, Jesús no ha
venido a simplemente curar las enfermedades corporales que afectan a la
humanidad. La enfermedad corporal –propiamente corporal, o mental-, es una
imagen de otra afección del hombre, esta vez espiritual, que daña
principalmente el alma del hombre, y esa afección es el pecado, el cual es al
alma lo que la enfermedad al cuerpo. El pecado es una mancha oscura que
envuelve en tinieblas las potencias del hombre, ante todo su inteligencia y su
voluntad, y es así como al hombre, caído en el pecado, le es sumamente arduo
descubrir la Verdad y obrar el Bien, con lo cual incluso hasta la imagen de
Dios en el hombre, la libertad, queda comprometida. Además, el pecado, al ser tinieblas
en sí mismo, no solo oscurece las potencias intelectiva y volitiva del hombre,
sino que lo envuelve, a modo de un denso y oscuro manto espiritual, impidiendo
que al hombre le lleguen los benéficos rayos de la gracia de parte de
Jesucristo Dios, Sol de justicia y, en consecuencia, le cierra las puertas del
cielo. Es esta afección espiritual, el pecado, la cual ha venido Jesucristo a
erradicar del alma y no solamente la enfermedad corporal, y Jesús erradica el
pecado al altísimo precio de su Sangre derramada en la cruz, porque es esta
Sangre la que, vertiéndose en el alma por medio del Sacramento de la
Penitencia, le quita todo rastro y huella del pecado, dejándola brillante, pura
y santificada, con la misma santidad divina.
“Con
solo tocar los flecos de su manto, los enfermos quedaban curados”. Análogamente,
y parafraseando al Evangelio, se podría decir del Sacramento de la Penitencia: “Con
solo decir sus pecados al sacerdote ministerial, sus almas quedaban curadas de
todo pecado”. Es para quitar los pecados del alma, y para concedernos su filiación
divina, para lo que ha venido principalmente Jesucristo, el Cordero de Dios.
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