Jesús cura a un leproso
(ícono bizantino, Duomo de Monreale, Sicilia)
“Señor,
si quieres, puedes purificarme’. ‘Lo quiero, queda purificado’ (Mt 8, 1-4) Un leproso implora a Jesús la
curación de su lepra, el mal que lo aflige, y Jesús, compadecido, lo cura con
su solo Querer: ‘Lo quiero, queda purificado’. Lo primero a destacar, es el reconocimiento de la divinidad en Jesús, por parte del leproso, debido al trato que le da, puesto que lo trata de "Señor". Lo segundo, es la enfermedad que aflige al leproso, y que es la causa por la cual acude a Jesús, la lepra. Es verdad que Jesús le cura su enfermedad corporal pero, como en toda la Escritura, además del primer nivel, o nivel histórico y literal, hay un segundo nivel, el sobrenatural, al cual nos remiten las escenas bíblicas, en este caso, la del Evangelio. En este caso, la lepra, además de ser la enfermedad real, provocada por el bacilo en el cuerpo material, es, al mismo tiempo, la figura de una realidad espiritual: la lepra es figura del pecado: así como la lepra, provocada por
un bacilo, infecta todo el cuerpo, provocándole lesiones indoloras e
irreversibles, así el pecado –sobre todo el pecado mortal- daña al alma,
provocándole lesiones que le causan la muerte, ya que la priva de la vida
sobrenatural. Y de la misma manera, así como Jesús es el Médico Divino que con
su poder cura milagrosamente la lepra, la enfermedad corporal, así también, por su Sangre derramada en
la cruz y comunicada por el Sacramento de la Confesión, nos libra de esa lepra
espiritual que es el pecado, concediéndonos una vida nueva, la vida de la
gracia. Al igual que el leproso del Evangelio, que se postró en adoración y
acción de gracias luego de ser curado, también nosotros nos postremos en
adoración y acción de gracias ante Jesús sacramentado, por el don de la curación espiritual que recibimos, cada vez, en el Sacramento de la Confesión.
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