“Amarás
a Dios, a tu prójimo y a ti mismo” (cfr. Mc
12, 28-34). Cuando le preguntan a Jesús cuál es el Mandamiento más importante
de todos, Jesús contesta que es el que manda “amar a Dios, al prójimo y a uno
mismo”. Con esta respuesta, pareciera que el mandamiento cristiano no es distinto
del mandamiento del Antiguo Testamento y sin embargo, sí hay una diferencia y
es substancial. Ante todo, en el Antiguo Testamento se manda amar a Dios “con
todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas”;
es decir, se explicita que este amor a Dios es específicamente humano, porque
se trata del amor que surge del corazón humano. En el Nuevo Testamento, por el
contrario, Jesús nos dice que debemos amar –a Dios y al prójimo- “como Él nos
ha amado” y Él nos ha amado hasta la muerte de cruz y con el Amor de Dios, el
Espíritu Santo, con lo cual se especifica que el amor con el que se debe amar,
tanto a Dios y al prójimo –y también a uno mismo- no es el amor meramente
humano, como en el Antiguo Testamento, sino con el Amor de Dios, el Espíritu Santo,
porque ése es el Amor con el que nos amó Jesús desde la cruz. Otra diferencia
es el concepto de prójimo, que no se limita a quien pertenece a la misma raza y
practica la misma religión, como en los hebreos, sino que se extiende a todo
ser humano, independientemente de su raza y credo. Por último, otra diferencia
con el mandamiento del Antiguo Testamento es el concepto de “amarse a sí mismos”,
cuando dice que se debe amar al prójimo “como a sí mismo”: en el cristianismo,
esto implica ante todo el amor a la propia alma, la cual está destinada por
Dios al cielo, pero si no vive y si no muere en gracia, se condenará
irremediablemente, por lo cual el amor a sí mismo que se pide en el
cristianismo es ante todo un amor espiritual, sobrenatural, que implica el amor
al Reino de Dios y el deseo de obtener lo mejor para uno mismo, que es la
eterna salvación del alma; esto es lo que quiere decir: “amarse a sí mismo”. Quien
se ame a sí mismo, deseará evitar, a toda costa, el pecado, para conservar y
acrecentar la vida de la gracia y esto es lo que hará con su prójimo.
Como
vemos, el mandamiento del Nuevo Testamento es radicalmente distinto al
mandamiento de la Antigua Alianza, aun cuando la formulación sea prácticamente
la misma..
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