miércoles, 7 de enero de 2015

“Tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición (…) Todos comieron hasta saciarse”


“Tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición (…) Todos comieron hasta saciarse” (Mc 6, 34-44). Jesús multiplica panes y pescados y con ellos da de comer a una multitud. El milagro, realizado con su omnipotencia divina, tiene un claro objetivo inmediato, y es el saciar el hambre corporal de la multitud y a pesar de la espectacularidad de su ejecución, no trasciende el plano físico y temporal. Jesús, el Hombre-Dios, utiliza su poder divino para crear, de la nada, las substancias inertes de los panes y los peces; utiliza su poder creador, el mismo con el cual creó el mundo, para crear los átomos y las moléculas constitutivas de los panes y los peces, para aumentar la cantidad de estos, de manera tal que alcancen y sobren para satisfacer el hambre corporal de la multitud. A pesar de lo maravilloso que supone el prodigio de la creación y la multiplicación de la materia, el milagro de la multiplicación de panes y peces, por un lado, no significa nada para la omnipotencia de un Dios como Jesucristo; por otro lado, el milagro, espectacular en sí mismo, como decimos, con todo, no trasciende el plano físico y temporal, puesto que la intención de Jesús no es otra que la de saciar el hambre de esas personas en ese momento determinado de la historia.
Es muy importante valorar la dimensión y el alcance de este asombroso milagro –valga la redundancia, porque todo milagro es asombroso-, porque muchos pretenden ver, en la multiplicación de panes y peces y en la consecuente satisfacción corporal del hambre de la multitud, una prefiguración de la misión de la Iglesia, que sería la de dar de comer a los hambrientos corporales. Es decir, basándose en este pasaje evangélico, muchos sostienen que la misión de la Iglesia es meramente terrenal y material, limitada a Cáritas –que termina siendo acción social-: así, la misión de la Iglesia se reduce a predicar un mensaje de conversión meramente moral y a administrar comedores y hogares, mientras que la Iglesia misma se reduce, de Esposa de Cristo y su Cuerpo Místico, a una inmensa ONG que solo busca paliar el hambre de los más desprotegidos.
Es verdad que la Iglesia en general y los bautizados en particular, deben practicar las obras de misericordia, y que dentro de estas, se encuentran las obras de misericordia corporales, y que dentro de estas, una de las principales, es la de dar de comer a los hambrientos; pero la misión central de la Iglesia no es la de terminar con el hambre corporal de la humanidad; la misión de la Iglesia es terminar con el hambre, sí, pero con el hambre espiritual, que es hambre de Dios, que tiene la humanidad, y este hambre se sacia solo con un Pan, un “Pan bajado del cielo” (cfr. Jn 6, 51-58), la Eucaristía.
El milagro de la multiplicación de los panes y peces tiene, entonces, un objetivo inmediato, que es el de satisfacer el hambre corporal de la multitud, y por eso se desarrolla en un plano meramente físico y material, ya que lo que el Hombre-Dios multiplica es la materia corpórea e inerte de los panes y los peces. Sin embargo, podemos decir que sí tiene un objetivo oculto, a largo plazo, que va más allá de lo inmediato, y es el de prefigurar y anticipar otro milagro, por el cual el Hombre-Dios multiplicará no la carne inerte, del pez, ni la substancia sin vida, del pan, sino la Carne viva, gloriosa y resucitada del Cordero de Dios y el Pan de Vida eterna, la Eucaristía.  
En la Iglesia, y por el misterio litúrgico de la Santa Misa, Jesucristo renueva para nosotros, cada vez, un milagro que supera infinitamente el milagro de los panes y peces, y es el milagro de la Transubstanciación, milagro por el cual las substancias inertes del pan y del vino se convierten en las substancias gloriosas de su Cuerpo, su Sangre, Su Alma y su Divinidad, contenidas estas substancias en el Maná Verdadero, el Pan Vivo bajado del cielo, la Eucaristía, para que cuando nos alimentemos de él, recibamos la totalidad sin límites del Amor eterno contenido en su Sagrado Corazón Eucarístico.

“Tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición (…) Todos comieron hasta saciarse”. En la Santa Misa, por intermedio del sacerdote ministerial, Jesús toma el pan y el vino, levanta los ojos al cielo, pronuncia la fórmula de la consagración, convierte el pan y el vino en su Cuerpo Sacramentado y nos lo da de alimento, obrando un prodigio que supera infinitamente la multiplicación narrada en el Evangelio. A nosotros, no nos alimenta con la substancia muerta del pan y del pescado, sino con la substancia viva, gloriosa y resucitada de la Carne del Cordero y del Pan de Vida eterna, y como este Pan es Él en Persona, que es Dios y es Amor infinito, quien consume de este Pan celestial, “come hasta quedar saciado” del Amor divino en él contenido. Ésta es la misión primera y última de la Iglesia: saciar el hambre del Amor de Dios que tiene la humanidad, y para eso es que la Iglesia renueva el prodigio de la multiplicación del Cuerpo Sacramentado del Señor, en cada Santa Misa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario