(Domingo XIX – TO – Ciclo B – 2012)
“Los
judíos murmuraban de Él porque había dicho: “Yo Soy el Pan bajado del cielo. Y
decían: “¿Acaso no es Jesús, el hijo de José, el carpintero? (…) ¿Cómo puede
decirnos ahora: “Yo he bajado del cielo”?
Quienes
escuchan a Jesús se muestran incrédulos frente a sus palabras: Jesús les había
dicho que Él y no el maná que los israelitas habían recibido en el desierto,
era el verdadero Pan bajado del cielo. Los judíos no pueden entender sus
palabras, porque por un lado, conocen su historia sagrada, y recuerdan el
episodio del maná en el desierto, y les parece absurdo que un hombre les diga
que Él es el verdadero pan bajado del cielo, con lo cual parece contradecir a
sus antepasados; por otro lado, ven en Jesús a un hombre más, a un vecino del
pueblo, al “hijo de José, el carpintero”, y no pueden comprender de qué manera
ese hombre común, ese “hijo del carpintero”, cuyos padres son conocidos en el
pueblo, haya “bajado del cielo”: si ellos conocen a sus padres, se preguntan, ¿cómo
puede decir que ha bajado del cielo?
Y sin
embargo, Jesús es el verdadero Pan bajado del cielo, el verdadero Maná
celestial, cuya consumición comunica la vida eterna, y ha venido del cielo,
porque Él es Dios Hijo, generado eternamente en el seno del Padre, y encarnado
en el tiempo para en el seno de la Virgen Madre para comunicar a los hombres el
Espíritu divino, el Espíritu Santo.
La mala interpretación, la
ignorancia acerca del origen real de Jesús, la sospecha, llevan a quienes
escuchan a Jesús, a murmurar y a no dar crédito a sus palabras: “¿Acaso no es
Jesús, el hijo de José, el carpintero? (…) ¿Cómo puede decirnos ahora: “Yo he
bajado del cielo”?
La murmuración no es nunca
un acto virtuoso; por el contrario, es un acto que refleja malicia, ya que no
hay una búsqueda sincera da la verdad, sino el rechazo de esta y el regocijo
perverso que surge de atribuir el mal al otro. La murmuración es siempre
maligna, porque siembra la desconfianza y la duda en las buenas intenciones del
prójimo. Con toda probabilidad, es de estas murmuraciones, producto de la
malicia de quien no quiere averiguar la verdad, de donde salieron varios de los
testigos falsos que luego testimoniaron en contra de Jesús, en el juicio inicuo
que lo llevó a su condena a muerte. Este es el resultado de la murmuración que
se convierte en calumnia: la muerte del inocente.
Es por eso que el cristiano
no debe murmurar, es decir, hablar mal del prójimo atribuyéndole mala
intención, sino que debe, por el contrario, ejercer la caridad, esforzándose
por pensar y hablar bien del prójimo, justificándolo en su intención.
Sin embargo, no es la
murmuración lo que Jesús les reprocha principalmente –“No murmuren entre
ustedes”, les dice Jesús-; Jesús les reprocha su incredulidad, porque se
escandalizan de sus palabras, y no debían hacerlo, porque los signos y milagros
que Jesús hizo delante de sus ojos –resucitar muertos, curar enfermos,
multiplicar panes y peces, expulsar demonios-, eran suficientes para atestiguar
su condición divina, con lo cual sus palabras quedan atestiguadas por sus
obras. Por eso Jesús dice: “Si no me creéis a Mí, creed al menos por mis
obras”.
Pero el murmurador, ciego
ante la Verdad
que se le manifiesta con signos y milagros, en vez de abrir su corazón a la luz
de la Verdad,
prefiere cerrar los ojos y vivir en la oscuridad y en la ceguera, con lo cual
la murmuración se convierte luego en calumnia. Es lo que le sucederá a Jesús,
en el juicio inicuo: los falsos testigos se basan en los murmuradores, para
atestiguar falsamente y lograr su condena a muerte.
Más allá de enseñarnos lo
negativo de la murmuración –que finaliza en calumnia y en grave daño para el
prójimo-, el pasaje del Evangelio nos hace ver la realidad de Jesucristo como
Pan de Vida eterna bajado del cielo, que comunica la vida eterna a quien se une
a Él por la comunión eucarística, con fe y con amor.
Yahveh, en el desierto, como
muestra de su amor de predilección por los judíos, el Pueblo Elegido, les hizo
llover el maná, llamado pan bajado del cielo, porque su origen era milagroso y
celestial; sin embargo, no era el definitivo y verdadero, porque quienes
comieron de ese pan, luego murieron. Es Jesús el verdadero Pan bajado del
cielo, que alimenta con un manjar exquisito, la substancia misma de Dios
Trinidad, a quien lo consume, y de la misma manera a como los israelitas,
alimentados por el pan, pudieron atravesar el desierto, venciendo el calor del
mediodía y el frío de la noche, y pudieron, con las fuerzas que le daba ese
pan, hacer frente a las alimañas del desierto, las arañas y los escorpiones,
para llegar sanos y salvos a Jerusalén, la Tierra Prometida, así también
Dios Padre da, al Nuevo Pueblo Elegido, la Iglesia Católica, el verdadero
Pan bajado del cielo, el Maná celestial, la Eucaristía, para que
quien lo coma, sea alimentado con la misma substancia divina, fortalecido,
pueda atravesar el desierto de la vida terrena, venciendo al ardor de las
pasiones mundanas, al frío de la corazón sin amor, y a las alimañas
espirituales, los ángeles caídos, y llegar sano y salvo a la Jerusalén celestial, la
feliz contemplación en la eternidad de la Santísima Trinidad.
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