“Ama a tu enemigo” (Mc 5, 43-48). El mandato del amor a los
enemigos indica que la religión cristiana, lejos de ser un invento humano,
tiene su origen en el Ser divino, puesto que supera ampliamente las
posibilidades de la naturaleza humana.
El mandamiento prueba que el
cristianismo es de origen divino porque desde el punto de vista humano, y con
las solas fuerzas humanas, es imposible lograr su cumplimiento, ya que
precisamente, a quien se considera “enemigo”, no solo no se lo ama, sino que se
encienden contra él sentimientos radicalmente opuestos al amor, como al ira y
el odio.
Sin embargo, Cristo no manda
nada imposible, y es así como si bien es cierto lo anterior, de que el mandato
no puede ser cumplido según las exigencias divinas, con las solas fuerzas
humanas, Cristo da la gracia suficiente y más que necesaria para vivir el amor
al enemigo. Cristo Dios acude en ayuda de la debilidad humana y dona su gracia
a quien la necesita y a quien se la pida. Ahora bien, como esta gracia se la
concedió a los hombres muriendo en la cruz y derramando su sangre en ella, y
como la continúa ofreciendo gratuitamente en la comunión eucarística, quien
quiera solicitarla, deberá pedirla rezando de rodillas, con el corazón contrito
y humillado, a los pies de Cristo crucificado, y con un corazón misericordioso,
en el que se ha desterrado toda clase de enojo y de rencor, deberá recibir al
Sagrado Corazón que late en la
Eucaristía.
De esta forma, y solo de
esta forma, el alma recibirá el caudal de gracias y de Amor divino, suficientes
para perdonar a los enemigos.
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