(Domingo VII - TO - Ciclo A – 2014)
“Ama a tus enemigos” (Mt
5, 38-48). Este mandamiento es la prueba de que el cristianismo es una religión
de origen divino, porque es un mandamiento que es imposible de cumplir con las
solas fuerzas humanas. Además, es un mandamiento imposible de mandar por un
líder de una religión meramente humana. Por otra parte, este mandamiento es la
prueba de que la inmensa mayoría de los cristianos desconocen a Jesucristo,
porque no cumplen ni siquiera mínimamente este mandamiento, ya que ante cuando
se enfrentan, en la vida real, a la posibilidad real de tener que perdonar a su
enemigo –ya sea por una injuria leve o grave-, los cristianos –la inmensa
mayoría, aunque hay excepciones- reaccionan de modo natural, es decir,
vengándose de sus enemigos, tal como lo dictaba el Antiguo Testamento: “ojo por
ojo, diente por diente”. Y si puede ser “dos ojos por un ojo, y dos dientes por
un diente”, mejor. Es decir, a la hora de arreglar cuentas con quien le ha
hecho algún daño, el cristiano no se acuerda de las palabras de Jesús: “Ama a
tu enemigo”; las palabras de Jesús, para el cristiano, no tienen ningún peso en
la vida cotidiana, y esto vale tanto para el niño que está aprendiendo el
Catecismo de Primera Comunión –y por lo tanto sabe el Mandamiento del Amor-,
como para el que ya ha recibido la Primera Comunión, como para el adolescente,
el joven, el adulto, el anciano, es decir, esto es válido para todos los
católicos de todas las edades, de todas las clases sociales, de todas las razas
y de todas las latitudes y de todas las naciones. A la hora de arreglar cuentas
con quien lo ha ofendido, el católico deja de lado el mandato de Jesús, el
mandato del Nuevo Testamento: “Ama a tus enemigos”, el mandato para el cual
incluso Él le ha dado ejemplo entregando su vida en la cruz, para que sepa cómo
tiene que hacer, para que no tenga excusas y no diga que “no sabía cómo tenía
que obrar”, ya que Jesús entregó su vida por nosotros en la cruz para
perdonarnos, siendo nosotros sus enemigos. Y sin embargo, a pesar de haber dado
Jesús su vida en la cruz como ejemplo de cómo dar la vida en rescate por la
humanidad, los católicos hacemos caso omiso cuando de perdonar a los enemigos
se trata, y olvidándonos y no teniendo en cuenta sus palabras, echamos mano al
Antiguo Testamento, a la ley maldita del Talión “ojo por ojo y diente por
diente”, y hasta que no hemos satisfecho nuestra sed de venganza, no nos
quedamos contentos.
“Ama
a tus enemigos”. Arrodillados al pie de la cruz, debemos alzar los ojos y
contemplar a Cristo crucificado, que agonizando desde la cruz nos dice: “Ama a
tus enemigos; si te falta amor para amarlos, ven y tómalo de mi Corazón; ven, acércate
y bébelo de mi Costado traspasado; ven, embriágate con la Sangre que brota de mis entrañas de misericordia, mi Sagrado
Corazón; apoya tus labios secos y sedientos en mi Costado abierto, es la Fuente
y el Manantial de Amor que te ofrece tu Dios, bebe todo lo que quieras, sáciate
de mi Amor, bebe mi Espíritu Santo, bebe el Amor de tu Dios, que te lo ofrece
todo, sin reservas; embriágate, emborráchate de Amor Divino, hay de sobra, bebe
hasta el fondo del Cáliz, porque no tiene fondo, es Amor Infinito y Eterno, y
tu corazón, que es estrecho y pequeño, se saciará con este Amor, que es dulce y
exquisito, y tendrás de sobra para amar a tu enemigo, a tus enemigos a todos
tus enemigos, para perdonarle su injuria, sus injurias, todas ellas, desde las
más pequeñas, hasta las más grandes e infames, porque Yo las ahogué a todas y
las hice desaparecer a todas en este Vino, el Vino de la Alianza Nueva y Eterna,
que es mi Sangre, la Sangre de mi Corazón traspasado. Ven, bebe de mi Corazón
traspasado, bebe del Amor Divino para que puedas amar a tus enemigos con el
mismo Amor con el que Yo te amé y te amo desde la cruz y con el que te amaré
por toda la eternidad, y no temas. Ama a tus enemigos con el Amor con el que te
amo desde la cruz”.
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