“Los
hijos de este mundo son más astutos con su gente” (Lc 16, 1-8). La parábola del administrador infiel debe ser
analizada minuciosamente, para no caer en interpretaciones erróneas. ¿De qué se
trata la parábola? Se trata de un administrador que gobierna la hacienda de un
hombre rico y que, acusado de mala administración –con justa razón, como lo
insinúa la parábola-, es despedido[1]. Es
entonces cuando se pregunta de qué va a vivir, porque siente horror al trabajo
y le da vergüenza mendigar, aunque no le da vergüenza robar. Por eso, llama a
los arrendadores que pagan su renta en especies y, de acuerdo con ellos,
falsifica sus contratos y así engaña de nuevo a su amo. Mediante esta trampa,
el administrador piensa hacerse amigos y protectores que puedan recibirlo
cuando sea despedido. La alabanza que hace el amo del “administrador infiel”,
constituye una dificultad, a la hora de analizar la enseñanza espiritual de la
parábola, porque se puede pensar que Nuestro Señor, indirectamente, alaba la
conducta del administrador infiel. Sin embargo, de ninguna manera alaba Jesús
la actitud deshonesta del administrador infiel. Para encontrar el sentido de la
parábola y su enseñanza espiritual por parte de Jesús, hay que tener en cuenta que,
por un lado, tanto el administrador como su amo, son “hijos de este mundo”: el
primero se entera de que ha sido estafado, en un modo en el que le será difícil
probar la estafa y como el amo está acostumbrado a utilizar las mismas artimañas
de su administrador, es que hace un comentario en modo de broma, como si
dijera: “¡Es un estafador, pero un estafador inteligente!”. Entonces, este es
un primer aspecto a tener en cuenta: tanto el amo como el administrador, son “hijos
de este mundo”, es decir, viven al margen de la Ley de Dios y por eso están
acostumbrados a hacer trampas, a engañar, a mentir, a aplicar la inteligencia
en un sentido perverso, con la intención de engañar y de estafar al prójimo; es
obvio que Nuestro Señor Jesucristo no aprueba ni puede hacerlo jamás, a esta
actitud. El otro aspecto a tener en cuenta es que Nuestro Señor Jesucristo no
alaba ni al amo ni al mayordomo y no puede hacerlo por el motivo que hemos
dicho: ambos son “hijos de este mundo” y no “hijos de Dios”, “hijos de la luz”;
además, la parábola no dice que el administrador haya obrado “sabiamente”, sino
“astutamente”, es decir, con una prudencia que pertenece a los ideales de este
mundo, ideales que no son los de Dios, porque son terrenos, materiales,
inmanentes y sólo buscan la ganancia temporal de bienes materiales, sin
importarles los verdaderos bienes, los bienes del Cielo. Es esto lo que Nuestro
Señor –no el amo de la parábola- quiere significar cuando compara a los “hijos
de este siglo” con los “hijos de la luz”, hebraísmos con los que se designa a
aquellos que vienen siguiendo los ideales de este mundo –“hijos de este siglo” o
del mundo venidero –“hijos de la luz”-. La enseñanza última es que, si quienes
poseen la luz de la gracia –los hijos de Dios-, que ilumina el intelecto y la
voluntad para descubrir y desear los verdaderos bienes, los bienes del Reino de
los cielos, mostraran al menos la agudeza y sagacidad de los que viven pensando
sólo en las ventajas temporales, los hijos de Dios ganarían prontamente el bien
más preciado de todos, la vida eterna en el Reino de los cielos.
[1] Cfr. B. Orchard et al., Comentarios
al Nuevo Testamento, Tomo III, Barcelona 1956, Editorial Herder, 623.
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