“¡Ay
de ustedes, fariseos, porque pagan diezmos pero se olvidan del Amor de Dios!”
(cfr. Lc 11, 42-46). Los “ayes” o
lamentos de Jesús, dirigidos a los fariseos, no se deben a que estos paguen el
diezmo, puesto que el sostenimiento del templo es algo que todo fiel tiene la
obligación de hacer, sino que se debe a que los fariseos han desvirtuado tanto
la religión del Dios Uno, que han llegado a pensar que el pago del diezmo
constituye la esencia de la religión, olvidando lo que es verdaderamente la
esencia de la religión, que es el Amor de Dios y el amor al prójimo por amor a
Dios. Algo similar sucede con los doctores de la ley, a quien también van
dirigidos los “ayes” o lamentos: en este caso, la perversión de la religión
consiste en hacer cumplir a los demás reglas humanas, innecesarias, inútiles
para la salvación, surgidas de sus mentes entenebrecidas y de sus corazones
corruptos, con el agravante de que hacen cumplir a los demás estas reglas
inútiles y puramente humanas, mientras que ellos, los doctores de la ley, no
las cumplen.
En
los dos casos los ayes o lamentos están plenamente justificados porque en
ambos, en los fariseos y en los doctores de la ley, el amor dinero en los
primeros y el apego al formalismo de reglas puramente humanas en los segundos,
tiene una consecuencia devastadora para la vida del alma, porque apaga en el
alma el Amor de Dios; hace que la inteligencia pierda de vista la Verdad Divina
y que el corazón, olvidado de la ternura y de la dulzura del Amor Divino, se
apegue con dureza a las pasiones humanas y a las riquezas terrenas. En ambos
casos, se desvirtúa y pervierte la religión verdadera porque se deja de lado la
esencia de la religión, el Amor a Dios por sobre todas las cosas y el amor al
prójimo por amor a Dios.
“¡Ay
de ustedes, fariseos (…) ay de ustedes, doctores de la ley, porque se olvidan
del Amor de Dios!”. No debemos creer que los ayes y lamentos de Jesús se
dirigen solo hacia ellos. Cada vez que nos apegamos a las pasiones y a esta
vida terrena, indefectiblemente nos olvidamos del Amor de Dios, porque deseamos
esas cosas y no a Dios Uno y Trino, Quien merece ser amado en todo tiempo y
lugar por el sólo hecho de Ser Quien Es, Dios de infinita bondad, justicia y
misericordia. Por eso, Jesús nos dice desde la Eucaristía: “¡Ay de ustedes,
cristianos, porque se apegan a los placeres del mundo y se olvidan del Amor Eterno
que arde en mi Corazón Eucarístico y así me dejan solo y abandonado en el
Sagrario! ¡Ay de ustedes, porque si no vuelven a Mí en la Eucaristía,
permaneceréis sin Mi Presencia por toda la eternidad”.
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