lunes, 27 de agosto de 2012

¡Ay de ustedes, fariseos hipócritas, que descuidan lo esencial de la Ley, la justicia, la misericordia y la fidelidad!



“¡Ay de ustedes, fariseos hipócritas, que descuidan lo esencial de la Ley, la justicia, la misericordia y la fidelidad!” (Mt 23, 23-26). Dentro de todos los “ayes” de Jesús, este es el que se dirige directamente a la falta más grave cometida por los fariseos: el olvido de “lo esencial de la Ley”, la “justicia”, la “misericordia” y la “fidelidad”.
Mientras los fariseos se creían justos y puros –fariseo significa precisamente “puros” o “apartados”, es decir, que no están contaminados con el contacto con los impuros- porque cumplían escrupulosamente los preceptos de la Ley, Jesús los desenmascara y les reprocha duramente su falta principal, la ausencia de misericordia, de caridad y de compasión, lo cual conlleva la injusticia cometida hacia el prójimo y la infidelidad a la Ley mosaica.
Los escribas y fariseos son merecedores de los “ayes” de Jesús –anticipo del “ay” eterno con el que el alma se lamentará el haber perdido a Dios para siempre- no por ser religiosos, ya que Jesús les dice explícitamente que eso se debe hacer –cumplir extrínsecamente la religión, sino porque han vaciado a la religión de contenido: por concentrarse en el cumplimiento externo, han descuidado y dejado de lado “lo esencial” de la Ley, su núcleo, su esencia, su corazón, que es la misericordia y la compasión.
Lo que Jesús nos quiere hacer ver es que lo que da valor a la práctica religiosa no es la mera observancia externa, sino ante todo y principalmente la adoración interior al Dios Verdadero, Uno y Trino, que se debe traducir exteriormente en el cumplimiento de los deberes extrínsecos religiosos, sumados a la misericordia y a la compasión para con el prójimo más necesitado.
Se puede decir entonces que la práctica perfecta de la religión está formada por estos tres elementos: adoración en el corazón al Dios Trino, práctica de los deberes externos de la religión –asistencia a Misa, cumplimiento de los preceptos, oraciones vocales y mentales-, y obras de misericordia, corporales y espirituales.
De estos tres elementos, el que determina la existencia o no de una religiosidad verdadera, es el primero, la adoración a Dios con el corazón contrito y humillado, ya que eso es lo que lleva al amor del prójimo por la caridad. Sólo así la oración y el cumplimiento extrínseco de las normativas religiosas no solo tiene sentido, sino que alcanza su máxima perfección y su fin último, que es la unión en el Amor del alma con Dios.
Y lo contrario también es verdadero: si falta la caridad, falta la esencia de la religión católica; si falta el amor al prójimo, toda la estructura religiosa queda vacía y hueca, como un árbol sin fruto, con raíces secas, que se mantiene en pie por inercia, pero del que solo permanecen la corteza y unas pocas ramas.
“¡Ay de ustedes, fariseos hipócritas, que descuidan lo esencial de la Ley, la justicia, la misericordia y la fidelidad!”. Los “ayes” de Jesús dichos contra los escribas y fariseos hace veinte siglos, se repiten en el tiempo cada vez que un bautizado se olvida que la esencia de la religión católica es la misericordia y la compasión, y maltrata a su prójimo, y lo escucharán quienes se condenen, por la eternidad, ya que es el lamento del Hombre-Dios al comprobar que la dureza de corazón hizo vano su sacrificio por muchos que no quisieron convertirse.

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