(Domingo
XXII – TO - Ciclo C - 2016)
“Cuando des un banquete…” (Lc 14, 1.7-14). Jesús es invitado a comer en casa de uno de los
principales fariseos; al llegar, Jesús observa cuidadosamente la actitud de los
invitados, y ve cómo todos “buscan los primeros puestos”. lo cual constituye una muestra de soberbia y vanidad, pues lo que pretenden, al buscar los primeros puestos, es aparentar ante los demás, recibir sus honores y ser admirados, además de congraciarse con los más poderosos, despreciando a los humildes. A partir de esta
actitud, Jesús da dos recomendaciones: no buscar nunca los primeros puestos,
sino los últimos, e invitar a quienes “no puedan retribuirnos”, y esto último
lo hace por medio de una parábola. Contrariamente a lo que pudiera parecer,
Jesús no nos está simplemente animando a ser buenos y educados –que sí hay que
serlo-; tampoco nos está dando lecciones de urbanidad –que sí hay que
tenerlas-, como el de no ocupar nunca los puestos principales; tampoco nos
recomienda tener un simple gesto de solidaridad y de generosidad humana –que sí hay
que tenerlos-. El objetivo de la parábola, por la cual nos advierte que debemos
invitar a aquellos que no pueden devolvernos el convite porque nada tienen, es
darnos una enseñanza cuyo contenido es sobrenatural y por lo tanto, infinitamente
más profundo que una mera lección de modales de urbanidad.
¿De
qué enseñanza sobrenatural se trata? En realidad, al pedirnos que nos
comportemos como el dueño de un banquete que invita a quienes no pueden
retribuirle, Jesús nos está aconsejando que imitemos a Dios Padre en su Amor misericordioso,
porque es Dios Padre quien da un banquete –suculento, exquisito- a los pobres,
lisiados, miserables, que somos nosotros y que no tenemos con qué retribuirle;
es Dios Padre quien nos sirve un manjar de sabor exquisito en la Santa Misa y
nos invita a este banquete, sin que podamos, de ninguna manera, retribuirle lo
que nos convida. ¿En qué consiste este banquete suculento, de manjares exquisitos, servidos por Dios Padre para nosotros en cada Santa Misa? Este banquete celestial consiste en Carne, Pan y Vino: Dios Padre nos sirve la Carne del Cordero de Dios, inmolada en el altar de la Cruz y asada en el Fuego del Divino Amor en la Resurrección, el Cuerpo de Jesús
resucitado en la gloria; acompaña a esta Carne del Cordero un Pan exquisito, el Pan Vivo bajado del cielo, la
Eucaristía, y lo que se bebe en este manjar celestial, es un Vino delicioso, que embriaga al alma con la dulzura del Amor de Dios, un Vino exquisito,
que no puede ser producido por ningún viñedo de la tierra, porque este Vino que
nos sirve Dios Padre está hecho con el fruto de la Vid Verdadera, triturada en
la vendimia de la Pasión, la Sangre Preciosísima del Señor Jesús, derramada en
la cruz y vertida en el cáliz del altar eucarístico y que contiene, en sí
misma, al Espíritu de Dios. Es un manjar tan exquisito, tan delicioso, que es
imposible de apreciar por los hombres.
“Cuando
des un banquete…”. Dios Padre nos invita a su banquete celestial, la Santa
Misa, y nosotros no podemos retribuirle. Aunque, pensándolo bien, sí podemos
retribuirle a Dios Padre el banquete que nos sirve, y es ofreciéndole nosotros,
por manos del sacerdote ministerial, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, la Eucaristía. Y es tan alto el precio
de lo que le ofrecemos al Padre, la Eucaristía que, incluso, si Dios no nos
debe, quedamos a mano.
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