lunes, 5 de noviembre de 2012

“Ninguno de los que antes fueron invitados ha de probar mi cena”



“Ninguno de los que antes fueron invitados ha de probar mi cena” (Lc 14, 15-24). En la parábola, un hombre prepara “un gran banquete” e invita a “mucha gente” para que participen de su cena, y luego envía a su sirviente para que les avise a los invitados que ya está “todo preparado”. Sin embargo, los invitados, lejos de aceptar el convite, ponen diversas excusas para no asistir: la compra de un campo, la compra de una yunta de bueyes, un casamiento, son todas excusas consideradas válidas para no aceptar la invitación.
Irritado por las negativas, el dueño de casa ordena que sean invitados aquellos que no habían sido tenidos en cuenta: pobres, lisiados, paralíticos y ciegos. Además, ofendido, descarta la posibilidad de un eventual arrepentimiento de los primeros invitados: “Ninguno de los que antes fueron invitados ha de probar mi cena”.
Cada elemento de la parábola tiene un significado sobrenatural: el dueño de casa es Dios Padre; la cena o banquete es la Santa Misa, en donde se sirve la carne del Cordero de Dios, asada en el fuego del Espíritu Santo, el Pan Vivo bajado del cielo, y el Vino de la Alianza Nueva y eterna; el sirviente que invita es la Santa Iglesia Católica con sus preceptos, el primero de todos, la asistencia dominical a la Santa Misa; los invitados, son aquellos bautizados que, especialmente el Domingo, ponen todo tipo de excusas para faltar a Misa: fútbol, política, televisión, cine, música, paseos, diversiones, encuentros familiares; todo es buena excusa para faltar, y ninguna razón es buena o suficientemente convincentes para asistir. Todo resulta divertido, y cualquier plan es preferible a la Misa considerada, por la inmensa mayoría de los católicos, pero de modo especial por los jóvenes, un rito aburrido y vacío, falto de interés y carente de atractivos.
Lo que no tienen en cuenta es que la paciencia de Dios Padre en algún momento se termina, tal como lo expresa la parábola del Evangelio, y si bien Dios es infinitamente misericordioso, también es infinitamente justo, y no puede dejar de dar, debido precisamente a su justicia infinita, lo que cada uno quiere y elige libremente: a quien libremente eligió un partido de fútbol –por ejemplo- en vez de asistir al templo el domingo para recibir el don más grande que Dios Padre pueda dar, su Hijo Jesús en la Eucaristía, Dios le dará lo que desea, la ausencia de su visión beatífica para siempre: “Ninguno de los que antes fueron invitados ha de probar mi cena”, es decir, no entrarán el Reino de los cielos.

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