“El corazón que recibe la Palabra es tierra fértil
que produce frutos de bondad” (Mt 13,
18-23). Jesús compara al corazón del hombre con distintos tipos de tierra, que
reciben de distinta manera la
Palabra de Dios, comparada a su vez con una semilla. De igual
manera a como la semilla de un árbol necesita de de la tierra fértil para
germinar y dar fruto, así también sucede con la Palabra de Dios: necesita
de un corazón humano deseoso de recibirla, para poder germinar y dar frutos de
bondad.
De acuerdo a la parábola, no
es la semilla, es decir, la
Palabra, la que no es capaz de fructificar, sino los
distintos tipos de tierra, es decir, de corazones humanos, capaces de
recibirla. Hay quienes, recibiendo la Palabra de Dios, no permiten que germine, debido
a diversos factores: tribulaciones, persecuciones, preocupaciones mundanas,
seducción de las riquezas del mundo.
Muchos cristianos, llamados
a ser jardines florecidos, no pasan de ser áridos y yermos parajes, en donde en
vez de poder recogerse los dulces frutos de la Palabra de Dios –humildad,
paciencia, generosidad, sacrificio-, solo se recogen agrios y amargos frutos,
que revelan la propia nada y su sequedad espiritual –soberbia, enojo,
susceptibilidad, egoísmo, discordia, división-.
Para aquel que desee convertir
a su corazón en un terreno fértil, en donde la semilla de la gracia pueda
germinar y crecer, para dar frutos de bondad y santidad, lo que tiene que hacer
es imitar a la Virgen
María, en cuyo Corazón Inmaculado la Palabra de Dios dio el
fruto más hermoso que jamás criatura alguna pueda dar, su Hijo, Jesús de
Nazareth.
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