"El Espíritu del Señor me envió a
anunciar la Buena Noticia" (cfr. Lc 4, 16-30). Jesús lee en la
sinagoga un pasaje del libro del profeta Isaías, en donde el profeta revela que
el Espíritu de Dios lo ha enviado a "anunciar la Buena Noticia", y se
aplica a sí mismo el pasaje. Esto es verdaderamente así, porque todo en la vida
de Jesús es una manifestación del Espíritu Santo, es decir, del Amor de Dios:
es por Amor que Dios Hijo ha sido llevado -por así decirlo- del seno del Padre
al seno de la Virgen Madre, para que se encarnase en su seno virgen; es por el
Amor de Dios, el Espíritu Santo, que Jesús nace milagrosamente como Niño para
luego, ya en la edad adulta, donarse a sí mismo como Pan de Vida eterna, don
que habrá de concretarse en el sacrificio de la Cruz y que se renovará de modo
incruento cada vez en el Santo Sacrificio del altar, la Santa Misa, para que al
ser recibido en la comunión eucarística, comunique al alma que lo recibe el Amor
de Dios, el Espíritu Santo. Jesús es el Enviado por el Espíritu Santo para
proclamar la Buena Noticia, que consiste precisamente en esto, en el don de sí
mismo, para la salvación de los hombres, y en el don del Espíritu Santo, para
que los hombres, santificados por la gracia divina, sean inmersos en el Amor de
Dios y conducidos, por el Espíritu Santo, a la íntima comunión de vida y de
amor con las Tres Personas de la Santísima Trinidad.
"El Espíritu del Señor me envió a
anunciar la Buena Noticia". Cada cristiano, en cuanto lleva en sí la
imagen de Jesucristo por la gracia santificante, debe aplicarse para sí mismo
estas palabras, y es por este motivo que cada cristiano debe ser -o al menos
debería serlo- el instrumento del Amor divino que refleja a los demás el Amor,
la paciencia, la bondad, la caridad, la entrega, la generosidad, la humildad,
de Jesucristo; cada cristiano está llamado a ser que es una imagen
viviente de Jesucristo, imitándolo en el don de sí mismo y en el don del Amor
de Dios, siendo para los demás una fuente de paz, de bondad, de caridad y de
amor divino y humano. Si el cristiano no lo hace, es decir, si no se convierte en una imagen viviente de
Jesucristo y no refleja el Amor de Cristo a los demás, con sus
obras, entonces su paso por la vida es "vanidad de vanidades" (Ecl
1, 3).
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