viernes, 16 de marzo de 2012

Cuando sea levantado en alto, atraeré a todos hacia Mí



(Domingo IV – TC – Ciclo B – 2012)
         “Cuando sea levantado en alto, atraeré a todos hacia Mí” (cfr. Jn 3, 14-21). Jesús trae a la memoria el episodio en el que el Pueblo Elegido, en su peregrinación hacia la ciudad de Jerusalén, es invadido y asaltado por una plaga de serpientes venenosas, cuya mordedura es mortal. Como les recuerda Jesús, en ese entonces Moisés, por indicación divina, construyó una serpiente de bronce y habiendo recibido la instrucción de mantenerla elevada en lo alto, todo aquel que miraba la serpiente, quedaba curado y a salvo de la mordedura mortal de las serpientes venenosas.
         El episodio tiene una relación directa con Jesús mismo, tal como Él lo dice: “Así como Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, así será levantado en alto el Hijo del hombre”.
         Esto quiere decir que el episodio del desierto, con el Pueblo Elegido siendo atacado por las serpientes, y Moisés salvando a los hebreos con la serpiente de bronce, tiene un significado sobrenatural: anticipa y prefigura la salvación dada por Jesucristo.
         Moisés es figura de Dios Padre; la serpiente es figura de Jesucristo; el Pueblo Elegido es figura de los bautizados; el desierto es figura del mundo y de la historia humana; las serpientes de mortal y venenosa mordida, son los demonios, que inducen al pecado a los hombres, quitándoles la vida de la gracia.
         También la curación por medio de la serpiente de bronce tiene un significado sobrenatural, y es un anticipo de las misteriosas realidades celestiales desplegadas más adelante en el Hombre-Dios: los israelitas se curaron milagrosamente, al contemplar la serpiente de bronce, cuando nada parecería indicar que esto fuera posible, ya que no hay relación aparente entre mirar un objeto de bronce, inanimado, y recibir la curación de una mordedura mortal de una serpiente, y esto sucede porque es el mismo Dios quien actúa, a través de la obediencia de aquel que obedece el mandato de mirar la serpiente, curándolo milagrosamente; de un modo análogo, también el que contempla a Cristo crucificado, quien contempla sus llagas, quien medita en su dolor infinito, en su padecimiento sin igual; quien contempla su preciosa Sangre derramada a raudales de su sagrada Cabeza, de las heridas de manos y pies, de su sacratísimo Cuerpo todo llagado; quien contempla los gruesos clavos de hierro que horadan con dolor inenarrable sus manos y sus pies; quien contempla su dolorosa corona de espinas; quien contempla su Cuerpo agonizante y luego muerto entre terribles e indescriptibles dolores; quien contempla a su Madre, traspasada por el dolor, al pie de la Cruz, llorando a su Hijo que da su vida por amor a los hombres, recibe algo infinitamente más grande que la mera curación por intoxicación con un veneno mortal, producto de la mordedura de una serpiente del desierto: recibe la curación de las llagas del alma, producidas como consecuencia del letal veneno inoculado por la mordida espiritual de la serpiente antigua, el dragón del infierno, Satanás; quien contempla a Cristo crucificado, recibe la curación de sus heridas mortales, porque de Cristo fluye una energía y una fuerza divina, la energía y la fuerza divina del Amor de Dios, que sana al hombre, herido de muerte por el pecado, luego de haber sido seducido y engañado por el demonio.
         “Cuando sea levantado en alto, atraeré a todos hacia Mí”. Jesús crucificado atraerá a todos hacia Él, pero no solo a quienes estaban en ese momento de la historia, contemplando su crucifixión; atraerá a todos los hombres de todos los tiempos, y a todos les dará la oportunidad de decidirse libremente por su contemplación. Y el hombre será libre de contemplarlo a Él, y así obtener la salvación, abriéndose el camino para ingresar en su costado abierto, o darle la espalda y contemplar a la creatura, abriéndose el camino a la eterna perdición.
         Moisés levantó en alto la serpiente de bronce, figura de Cristo crucificado, y los israelitas fueron curados de la fiebre mortal; Dios Padre levantó en alto en el Monte Gólgota no una imagen, sino a su mismo Hijo, Dios, y los que lo contemplan en la Cruz reciben la curación de las heridas mortales del alma, por los méritos de las Sagradas Llagas de Jesús; finalmente, la Iglesia levanta en el alto, en ese Nuevo Monte Calvario, que es el altar eucarístico, a Jesús Eucaristía, para que todo aquel que contemple y adore la Eucaristía, reciba también la curación de las heridas de su alma y de su corazón.
         Lamentablemente, muchos cristianos hoy en día dejan de lado la contemplación del Hombre-Dios, ya sea en el crucifijo, o en la Hostia, para contemplar, extasiados, los atractivos del mundo; muchos, muchísimos, hoy en día, prefieren los pasatiempos y deleites del mundo, señuelos de Satanás, que los apartan del camino de la salvación. Y esto último no es un invento. En el siglo XVIII, hubo un famoso caso de posesión diabólica, de dos hermanos, los cuales comenzaron a ser poseídos cuando tenían 7 y 9 años, respectivamente, pero los exorcismos comenzaron recién cuatro años más tarde, debido a la demora de su familia en acudir por ayuda en la Iglesia. Los niños fueron finalmente liberados, luego de largas sesiones de exorcismo. En un momento determinado, antes de la liberación, se corrió el rumor de que los niños serían liberados para el día domingo siguiente, por lo cual se agolpó una multitud en las inmediaciones de la casa donde vivían. Finalmente, el rumor se reveló como falso, ya que la liberación de la posesión no se produjo ese domingo, sino tiempo después.
Pero lo interesante de la anécdota es que, en ese momento, el demonio gritó de alegría, porque el falso rumor, que él lo había hecho correr, había logrado su objetivo, y era que toda esa gente, por acudir al exorcismo, faltara a la misa dominical[1]. Como sabemos, por el catecismo de Primera Comunión, que faltar a misa el Domingo sin un motivo realmente serio, es pecado mortal, entonces concluimos que la alegría del demonio se debía a que había logrado hacer caer en pecado mortal a decenas de bautizados, que por curiosidad malsana, habían faltado a la misa dominical. Sin mucho uso de la imaginación, podemos darnos cuenta entonces cuánta alegría sentirá el demonio con la situación actual, en donde todo –cine, teatro, televisión, internet, espectáculos, deportes, etc.- está pensado para hacer olvidar al hombre que esta vida se termina, que luego comienza la vida eterna, y que habrá de recibir el juicio particular al final de sus días terrenos.
         ¡Cómo se regocijará, con perversa y maligna alegría, el demonio, al ver con cuánta facilidad centenares de miles de cristianos, a lo largo y ancho del mundo, posponen a Cristo crucificado, elevado en la Cruz, elevado en el altar, por una pelota de fútbol! ¡Cuánta perversa alegría experimentará al ver cómo, con cuánta facilidad, centenares de miles de cristianos caen, domingo a domingo, en pecado mortal, porque prefieren hacer fila para entrar a un estadio de fútbol, antes que hacer fila para entrar en la Iglesia y recibir la Comunión! ¡Qué regocijo infernal experimentará el demonio, al ver cómo los cristianos gastan sus días y sus vidas enteras, delante del televisor, delante de internet; al ver cuántos jóvenes toman el fin de semana como tiempo para dar rienda suelta a sus pasiones desenfrenadas, con la música perversa, el alcohol, el sexo libre, los bailes permisivos, y tantas otras diversiones perversas, que desde el momento en que son perversas, dejan de ser perversiones!
         Pero si todos abandonan a Jesús, hay alguien que no lo hace, y ese alguien es María Santísima, que se queda firme, al pie de la Cruz, contemplando a su Hijo crucificado. Porque somos débiles, porque también podemos ser arrastrados por la misma corriente perversa, que lleva a tomar el fin de semana como momento exclusivo de relajación y diversión, es que le suplicamos que nunca permita que nos apartemos de la contemplación de Cristo crucificado; le pedimos a Ella, que está invisible, en cada Santa Misa, al pie del altar, que nunca permita que apartemos nuestra vista del blanco inmaculado de la Hostia consagrada.


[1] Cfr. Calliari, Paolo, Trattato di demonologia, Centro Editoriale Carroccio, 295.


No hay comentarios:

Publicar un comentario