(Ciclo
B – 2021)
“Lo reconocieron al partir el pan” (Lc 24, 13-35). Los discípulos de Emaús, que se alejan de Jerusalén,
se encuentran con Jesús resucitado, quien les sale al paso, pero a pesar de ser
discípulos de Jesús, a pesar de haber contemplado sus milagros, a pesar de
haber recibido sus enseñanzas divinas, no lo reconocen y lo confunden con un
forastero. Solo después que Jesús fraccione el pan –muchos afirman que esta
fracción del pan se da en el transcurso de una misa que Jesús estaba celebrando-,
solo entonces los discípulos dejarán de tratar a Jesús como a un forastero y lo
reconocerán como quien es, Dios Hijo encarnado.
Una
pregunta que surge es: ¿por qué razón los discípulos de Emaús no reconocen a
Jesús resucitado, siendo que ellos eran, precisamente, discípulos de Jesús y
por eso tenían un conocimiento mucho más cercano de Jesús? La respuesta es que
no lo reconocen porque la fe de los discípulos de Emaús es una fe puramente
humana, una fe que se basa en el testimonio de los sentidos, de la inteligencia
y de la memoria. No es, de modo absoluta, una fe sobrenatural, una fe que los
haga partícipes de la gracia, la cual comunica al alma la luz de la sabiduría
divina y permite contemplar los misterios de la vida de Jesús y a Jesús mismo
ya no desde una perspectiva simplemente humana, sino al modo divino. En otras
palabras, es la gracia la que convierte a la fe humana en una fe sobrenatural,
una fe que es capaz de contemplar a Jesús y conocerlo tal como lo conoce Dios;
una fe que permite ver a la divinidad de Jesús oculta en su naturaleza humana;
una fe que capacita al alma para contemplar en Jesús no a un hombre santo, sino
a Dios Tres veces Santo; una fe que permite ver a Jesús como lo que es, la
Segunda Persona de la Trinidad encarnada en una naturaleza humana, la
naturaleza humana de Jesús de Nazareth.
“Lo reconocieron al partir el pan”. Como a los discípulos de
Emaús, les sucede a muchos católicos que miran la Eucaristía con una mirada
exclusivamente humana, es decir, creen que la Eucaristía es lo que aparenta ser
a los ojos corporales: un poco de pan que ha sido bendecido en una ceremonia
religiosa. Como a los discípulos de Emaús, les pasa a muchos católicos, que no
tienen fe sobrenatural en la Eucaristía y por eso no reconocen a Jesucristo, el
Hombre-Dios, oculto en la apariencia de pan y piensan que la Eucaristía no es
más que un poco de pan. La fe de estos católicos es la fe de un protestante, o
de un musulmán, o de un judío, pero en modo alguno es la verdadera fe católica
en la Eucaristía. Solo si Jesucristo nos concede la gracia de la verdadera fe
católica, solo entonces, podremos reconocerlo en la fracción del pan, es decir,
solo entonces podremos reconocer, en la Eucaristía, no a un pan bendecido, sino
al Hijo de Dios encarnado, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía.
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