martes, 15 de marzo de 2022

“Mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida”

 


(Domingo IV - TC - Ciclo B - 2022)

         “Mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida” (Lc 15, 1-3. 11-32).  En la parábola del hijo pródigo, cada elemento de la parábola hace referencia a un misterio sobrenatural. Así, el padre de la parábola es Dios Padre; el hijo pródigo es el cristiano que, habiendo sido creado por Dios, fue adoptado como hijo por Dios Padre al recibir la gracia de la filiación divina en el Bautismo; la herencia o riqueza malgastada del hijo pródigo es la gracia santificante, que se pierde por causa del pecado; la situación de carestía en la que se encuentra el hijo pródigo luego de malgastar su fortuna, la gracia, es el estado en el que queda el alma luego de cometido el pecado, puesto que queda desolada en la profundidad de su ser, al perder la unión vital con Dios que le concedía la gracia; el deseo que el hijo pródigo experimenta, en ese estado de desolación, de regresar a la casa del padre, es la gracia de la conversión perfecta del corazón, la contrición, es decir, es cuando el alma experimenta un profundo dolor interior, de orden espiritual, al tomar conciencia de su malicia al obrar contra su Padre, Dios; el regreso a la casa del padre y el abrazo y beso con que éste lo recibe, representan al Amor de Dios, que se derrama por medio de la Sangre de Cristo en cada Confesión sacramental, concediendo el perdón de los pecados y el don de la Divina Misericordia trinitaria, que no quiere que ninguno de sus hijos se pierda, sino que se convierta y salve su alma; la fiesta que organiza el padre, con comida exquisita y buena música, representan la alegría del Cielo y sus habitantes -participación de la Alegría de Dios, que es Alegría Infinita- cuando se produce la conversión de un pecador en la tierra, porque ese pecador arrepentido ha dejado de lado el camino que lo llevaba a la eterna perdición y ha elegido el camino de la eterna salvación, el seguimiento de Cristo por el Camino Real de la Cruz; los elementos con los cuales el padre de la parábola adorna a su hijo, revelan que el padre trata a su hijo pródigo, no como a un siervo, sino como a un verdadero hijo, porque son todos signos que revelan filiación: el anillo, la vestimenta, las sandalias, porque nada de esto usan los siervos, sino solo aquel que es hijo verdaderamente. Finalmente, todo esto demuestra, por un lado, la insensatez del pecado –sobre todo, el pecado mortal-, que hace perder al cristiano la unión vital con la Trinidad; por otro lado, demuestra el inmenso Amor que el Padre tiene por sus hijos adoptivos, nosotros, los bautizados católicos, porque en el hijo pródigo estamos representados aquellos que hemos sido adoptados como hijos por Dios, hemos pecado y luego hemos recibido el Sacramento de la Penitencia.

         “Mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida”. El amor y la misericordia del padre de la parábola para con su hijo pródigo se hacen realidad ontológica, celestial y sobrenatural en el Sacramento de la Penitencia y en la Eucaristía: por el Sacramento de la Penitencia, Dios Padre derrama sobre nosotros la Sangre de su Hijo amado, Jesucristo y limpia nuestros pecados y nos devuelve la gracia santificante, colmándonos con su Amor; por el Sacramento de la Eucaristía, Dios Padre nos alimenta con un alimento exquisito, la Carne del Cordero, asada en el Fuego del Espíritu Santo, de manera que cada vez que nos alimentamos con el Pan del Altar, nuestras almas y corazones se ven inundados con el Amor Misericordioso del Padre, Cristo Jesús.     

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