miércoles, 15 de mayo de 2024

Solemnidad de Pentecostés


 


(Solemnidad de Pentecostés - Ciclo B – 2024)

         “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan” (Jn 20, 19-23). Después de resucitar y ascender al Cielo, Jesús vuelve a aparecerse a sus discípulos, esta vez para hacerles el Don de los dones, el Amor Divino, la Tercera Persona de la Trinidad, la Persona Divina que une al Padre y al Hijo desde la eternidad en el Divino Amor, el Espíritu Santo. Haciendo esto, cumple lo que había prometido antes en su Pasión: “Os conviene que Yo me vaya, porque si no me voy, el Consolador no vendrá a ustedes” (Jn 16, 7). Era necesario y conveniente, porque formaba parte del misterio pascual de muerte y resurrección, que Nuestro Señor muriese en la Cruz, para luego ya resucitado y ascendido, enviar al Divino Amor, el Espíritu Santo. La razón del Don del Espíritu Santo, el Divino Amor, no es otra que el mismo Divino Amor: fue por el Divino Amor que se encarnó en María Santísima y vino a nuestro mundo, a nuestra historia y nuestra tierra; fue por el Divino Amor que sufrió su dolorosísima Pasión y Muerte en Cruz; ahora, movido por ese mismo Divino Amor, ya resucitado, sopla en el seno de la Iglesia al Divino Amor, para que por este Amor, su Iglesia Santa obre en su Memoria y anuncie el Evangelio y propague la Eucaristía por todo el orbe de la tierra, para la salvación de las almas.

         Ahora bien, el Espíritu Santo, el Divino Amor, está representado como paloma, como fuego, como viento divino, pero es una Persona, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad y obrará por lo tanto como Persona, con la Inteligencia y la Voluntad divinas propias de cada Persona de la Trinidad. ¿Qué obras hará el Espíritu Santo en la Iglesia? Hará diversas obras.

         El Amor de Dios unirá a los hijos de Dios en un solo Cuerpo, el Cuerpo Eucarístico de Cristo, para así conducirlos al Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo, para la eternidad.

         El Espíritu Santo donará al Cuerpo Místico de Cristo un alma y así el Alma de la Iglesia, el Espíritu Santo, será su alma, de ahí que el Amor de Dios es el Único Motor del movimiento de los hijos de Dios. De la misma manera a como el Cuerpo muerto de Jesús fue vivificado y resucitado por el Espíritu Santo, Fuego de Amor Divino, así el Cuerpo Místico de Cristo, formado por los bautizados sacramentalmente, recibirá en Pentecostés al Divino Amor, el cual obrará en los bautizados como “Alma del alma”. Es por esta razón que el Divino Amor es la esencia y el espíritu de la Iglesia y es por esto que quien en la Iglesia no ame como Cristo mandó amar -hasta la muerte de Cruz y con el Amor del Espíritu Santo-, no obra movido por el Espíritu Santo, sino por otro espíritu, sea el espíritu humano o el espíritu del mal, el Ángel caído, Satanás. Ese cristiano puede asistir a misas, procesiones, reuniones, etc., pero si no actúa movido por el Divino Amor, obra por fuera del Espíritu de la Iglesia.

         El Espíritu Santo obrará en los bautizados ejerciendo en ellos una sobrenatural función pedagógica y catequética, iluminando sus inteligencias para que puedan comprender y entender los misterios de Cristo, ya que antes de su Pasión, el Evangelio revela que los discípulos “no entendían” lo que Jesús les decía sobre su divinidad y su misión mesiánica; además, encenderá en sus corazones la Llama del Divino Amor, para que los bautizados, santificados por la gracia, puedan llegar al extremo de dar la vida por amor a Cristo, tal como lo hicieron los santos y mártires a lo largo de toda la historia de la Iglesia Católica.

         El Espíritu Santo les concederá por lo tanto un conocimiento y un amor de Cristo sobrenaturales: “Pero el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, Él les enseñará y les recordará todo lo que les he dicho” (Jn 14, 26). Esta doble función, pedagógica -enseñar- y mnemónica -recordar- no se limitará al mero aumento de las capacidades naturales de los discípulos de conocer y recordar, sino que dará una nueva capacidad de entendimiento y de memoria, una capacidad divina, derivada de la participación de las virtudes sobrenaturales provenientes de la Trinidad. El Espíritu Santo los instruirá en los misterios del Hombre-Dios Jesucristo, de manera que comprenderán que Quien nació en Belén era el Verbo del Padre, Encarnado en la naturaleza humana de Jesús de Nazareth, el cual prolonga su Encarnación en la Eucaristía y así serán capaces de reconocer al Hombre-Dios oculto en las apariencias de pan y vino. Si en el Evangelio lo confundieron con un “fantasma” cuando lo vieron caminar sobre las aguas, ahora, por la función pedagógica, cognitiva y mnemónica del Espíritu Santo, los bautizados de todos los tiempos de la Iglesia Católica lo reconocerán como al Hijo de Dios encarnado, Presente en Persona en la Sagrada Eucaristía, que camina en el tiempo y en la historia humanos con la Iglesia Militante acompañándola hacia la unión con la Iglesia Triunfante en la eternidad.

Solo de esta manera, mediante la iluminación del Espíritu Santo, la Iglesia de todos los tiempos estará en condiciones de entender la majestad, la grandeza y la sublimidad sobrenaturales de los misterios sobrenaturales absolutos del Hombre-Dios, desde su Encarnación, pasando por los milagros realizados en el Evangelio y a lo largo de la historia, hasta su Resurrección, glorificación y Ascensión.

El Espíritu Santo les recordará que Jesús les había prometido “quedarse con ellos todos los días hasta el fin del mundo” y así la Iglesia entenderá que esta promesa se cumple en la Eucaristía, porque en la Eucaristía está Presente en Persona el Hombre-Dios Jesucristo.

El Espíritu Santo permitirá que los bautizados sean capaces de contemplar la conversión del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, es decir, podrán contemplar el Milagro de los milagros, la transubstanciación, obrada en Persona por el Sumo Sacerdote Jesucristo, Quien es el que con su poder divino obra el milagro por medio de la frágil voz del sacerdote ministerial.

El Espíritu Santo permitirá a los bautizados comprender que el cuerpo del hombre ya no le pertenece a partir del Bautismo sacramental, porque en el Bautismo el cuerpo del hombre es convertido en templo del Espíritu Santo, templo sagrado que no debe ser profanado ya que si se lo profana -a través del alcohol, las substancias prohibidas, las incisiones o tatuajes, o cualquier clase de pecado-, se profana a la Persona del Espíritu Santo que es la dueña de ese cuerpo y se profana también el corazón de ese templo, que por el Espíritu Santo fue convertido en altar sobre el que debe ser adorada solamente el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.

El Espíritu Santo permitirá comprender el misterio sobrenatural de los Sacramentos, como por ejemplo en la Confesión, en donde el alma es purificada de sus pecados por la Sangre del Cordero derramada en la Cruz, o el Sacramento de la Confirmación, mediante el cual el confirmando recibe a la Persona Tercera de la Trinidad, precisamente, al Espíritu Santo. También hará comprender el valor inapreciable de la gracia santificante, la cual hace partícipe al alma de la naturaleza y del Acto de Ser divino trinitario, comprensión que alcanzaron los santos y mártires y explica porqué estos santos y mártires preferían “morir antes que pecar”, porque comprendían el valor inestimable de la gracia santificante concedida por los Sacramentos. También hará comprender el inmenso poder de destrucción que posee el pecado, el cual puede matar no el cuerpo sino el alma del hombre, quitándole la vida de la gracia, cuando el pecado es mortal. También hará comprender cómo el pecado del hombre incide en el Cuerpo de Cristo golpeándolo, lastimándolo, abriéndole grandes heridas y haciendo brotar su Preciosísima Sangre, hasta crucificarlo; el Espíritu Santo permitirá al bautizado comprender cómo fueron sus pecados personales los que crucificaron y dieron muerte al Hombre-Dios Jesucristo. El Espíritu Santo permitirá que el bautizado comprenda que sus pecados personales, si bien son insensibles e indoloros para él, sin embargo se traducen en el Cuerpo de Cristo en golpes en su Sagrado Rostro, en hematomas, en flagelaciones, en la coronación de espinas. También el Espíritu Santo concederá a los bautizados el verdadero arrepentimiento, el arrepentimiento perfecto, la contrición del corazón, el arrepentimiento de los pecados que hace que el hombre prefiera la muerte antes que cometer un pecado mortal o venial deliberado.  

El Espíritu Santo permitirá a los bautizados contemplar a la Santa Misa como lo que es, la renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz, en la cual el Hombre-Dios Jesucristo, por medio de la transubstanciación, convierte el pan y el vino en su Cuerpo y Sangre y de esa manera, quien sea iluminado por el Espíritu Santo, dejará de tener la visión puramente humana y falsificada de la Santa Misa, visión según la cual la Misa es una ceremonia religiosa “aburrida” y que por lo tanto se la debe reformar para que sea “divertida”; el Espíritu Santo hará comprender que la Santa Misa es un misterio sobrenatural absoluto, proveniente de la majestad divina de la Santísima Trinidad y no una ceremonia humana creada para que sea divertida y “temática”, visión que además de falsa es blasfema.

El Espíritu Santo también enseñará que comulgar no es hacer una fila para recibir un pan bendecido en una ceremonia religiosa, sino la unión, por el Espíritu Santo, al Cuerpo de Cristo, para ser inmolados en Él y por Él y así ser presentados al Padre como ofrendas sagradas. Por esta razón, quien comulga, nunca debe hacerlo de manera mecánica, sino que debe meditar en este misterio divino y, movido por el Divino Amor, hacer un acto de amor y de adoración al Cristo Eucarístico, tanto antes como después de comulgar.

El Espíritu Santo también instruirá a los bautizados acerca de la Santidad Increada de la Santísima Trinidad y por lo tanto de la Sagrada Eucaristía, santidad que se comunica a la Esposa Mística del Cordero, la Santa Iglesia Católica; santidad que se opone radicalmente al mundo, que está bajo el influjo del maligno, del Ángel caído, Satanás y también del Anticristo y de la Bestia como pantera, la Masonería, en la cual trabajan los hombres malvados aliados del espíritu maligno de Lucifer.

Por último, el Don del Espíritu Santo en Pentecostés, se renueva en cada comunión eucarística, porque en cada comunión eucarística el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús sopla sobre el alma de quien lo recibe en gracia, con fe, con amor, con piedad y devoción, al Espíritu Santo, convirtiendo así cada comunión eucarística en un pequeño Pentecostés personal. El fin último de este don del Espíritu Santo a través de la comunión eucarística no es otro que el aumentar, segundo a segundo, el Amor Divino en el alma hacia Jesús Eucaristía.

Esta es la obra que hace el Espíritu Santo desde Pentecostés, y la seguirá obrando hasta el fin de los tiempos, hasta el Día del Juicio Final.

 

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