(Solemnidad
de Pentecostés - Ciclo B – 2024)
“Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se
los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan” (Jn 20,
19-23). Después de resucitar y ascender al Cielo, Jesús vuelve a aparecerse a
sus discípulos, esta vez para hacerles el Don de los dones, el Amor Divino, la
Tercera Persona de la Trinidad, la Persona Divina que une al Padre y al Hijo
desde la eternidad en el Divino Amor, el Espíritu Santo. Haciendo esto, cumple
lo que había prometido antes en su Pasión: “Os conviene que Yo me vaya, porque
si no me voy, el Consolador no vendrá a ustedes” (Jn 16, 7). Era
necesario y conveniente, porque formaba parte del misterio pascual de muerte y
resurrección, que Nuestro Señor muriese en la Cruz, para luego ya resucitado y
ascendido, enviar al Divino Amor, el Espíritu Santo. La razón del Don del
Espíritu Santo, el Divino Amor, no es otra que el mismo Divino Amor: fue por el
Divino Amor que se encarnó en María Santísima y vino a nuestro mundo, a nuestra
historia y nuestra tierra; fue por el Divino Amor que sufrió su dolorosísima
Pasión y Muerte en Cruz; ahora, movido por ese mismo Divino Amor, ya
resucitado, sopla en el seno de la Iglesia al Divino Amor, para que por este Amor, su
Iglesia Santa obre en su Memoria y anuncie el Evangelio y propague la
Eucaristía por todo el orbe de la tierra, para la salvación de las almas.
Ahora bien, el Espíritu Santo, el Divino Amor, está
representado como paloma, como fuego, como viento divino, pero es una Persona,
la Tercera Persona de la Santísima Trinidad y obrará por lo tanto como Persona,
con la Inteligencia y la Voluntad divinas propias de cada Persona de la Trinidad.
¿Qué obras hará el Espíritu Santo en la Iglesia? Hará diversas obras.
El Amor de Dios unirá a los hijos de Dios en un solo Cuerpo,
el Cuerpo Eucarístico de Cristo, para así conducirlos al Padre, por el Hijo, en
el Espíritu Santo, para la eternidad.
El Espíritu Santo donará al Cuerpo Místico de Cristo un alma y así
el Alma de la Iglesia, el Espíritu Santo, será su alma, de ahí que el
Amor de Dios es el Único Motor del movimiento de los hijos de Dios. De la misma
manera a como el Cuerpo muerto de Jesús fue vivificado y resucitado por el
Espíritu Santo, Fuego de Amor Divino, así el Cuerpo Místico de Cristo, formado
por los bautizados sacramentalmente, recibirá en Pentecostés al Divino Amor, el
cual obrará en los bautizados como “Alma del alma”. Es por esta razón que el
Divino Amor es la esencia y el espíritu de la Iglesia y es por esto que quien
en la Iglesia no ame como Cristo mandó amar -hasta la muerte de Cruz y con el
Amor del Espíritu Santo-, no obra movido por el Espíritu Santo, sino por otro
espíritu, sea el espíritu humano o el espíritu del mal, el Ángel caído,
Satanás. Ese cristiano puede asistir a misas, procesiones, reuniones, etc.,
pero si no actúa movido por el Divino Amor, obra por fuera del Espíritu de la
Iglesia.
El Espíritu Santo obrará en los bautizados ejerciendo en
ellos una sobrenatural función pedagógica y catequética, iluminando sus
inteligencias para que puedan comprender y entender los misterios de Cristo, ya
que antes de su Pasión, el Evangelio revela que los discípulos “no entendían”
lo que Jesús les decía sobre su divinidad y su misión mesiánica; además,
encenderá en sus corazones la Llama del Divino Amor, para que los bautizados,
santificados por la gracia, puedan llegar al extremo de dar la vida por amor a Cristo,
tal como lo hicieron los santos y mártires a lo largo de toda la historia de la
Iglesia Católica.
El Espíritu Santo les concederá por lo tanto un conocimiento
y un amor de Cristo sobrenaturales: “Pero el Espíritu Santo, a quien el Padre
enviará en mi nombre, Él les enseñará y les recordará todo lo que les he dicho”
(Jn 14, 26). Esta doble función, pedagógica -enseñar- y mnemónica
-recordar- no se limitará al mero aumento de las capacidades naturales de los
discípulos de conocer y recordar, sino que dará una nueva capacidad de entendimiento
y de memoria, una capacidad divina, derivada de la participación de las
virtudes sobrenaturales provenientes de la Trinidad. El Espíritu Santo los
instruirá en los misterios del Hombre-Dios Jesucristo, de manera que
comprenderán que Quien nació en Belén era el Verbo del Padre, Encarnado en la
naturaleza humana de Jesús de Nazareth, el cual prolonga su Encarnación en la
Eucaristía y así serán capaces de reconocer al Hombre-Dios oculto en las
apariencias de pan y vino. Si en el Evangelio lo confundieron con un “fantasma”
cuando lo vieron caminar sobre las aguas, ahora, por la función pedagógica,
cognitiva y mnemónica del Espíritu Santo, los bautizados de todos los tiempos
de la Iglesia Católica lo reconocerán como al Hijo de Dios encarnado, Presente
en Persona en la Sagrada Eucaristía, que camina en el tiempo y en la historia
humanos con la Iglesia Militante acompañándola hacia la unión con la Iglesia
Triunfante en la eternidad.
Solo
de esta manera, mediante la iluminación del Espíritu Santo, la Iglesia de todos
los tiempos estará en condiciones de entender la majestad, la grandeza y la sublimidad
sobrenaturales de los misterios sobrenaturales absolutos del Hombre-Dios, desde
su Encarnación, pasando por los milagros realizados en el Evangelio y a lo
largo de la historia, hasta su Resurrección, glorificación y Ascensión.
El
Espíritu Santo les recordará que Jesús les había prometido “quedarse con ellos
todos los días hasta el fin del mundo” y así la Iglesia entenderá que esta
promesa se cumple en la Eucaristía, porque en la Eucaristía está Presente en
Persona el Hombre-Dios Jesucristo.
El
Espíritu Santo permitirá que los bautizados sean capaces de contemplar la
conversión del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, es decir,
podrán contemplar el Milagro de los milagros, la transubstanciación, obrada en
Persona por el Sumo Sacerdote Jesucristo, Quien es el que con su poder divino
obra el milagro por medio de la frágil voz del sacerdote ministerial.
El
Espíritu Santo permitirá a los bautizados comprender que el cuerpo del hombre ya
no le pertenece a partir del Bautismo sacramental, porque en el Bautismo el
cuerpo del hombre es convertido en templo del Espíritu Santo, templo sagrado
que no debe ser profanado ya que si se lo profana -a través del alcohol, las
substancias prohibidas, las incisiones o tatuajes, o cualquier clase de
pecado-, se profana a la Persona del Espíritu Santo que es la dueña de ese
cuerpo y se profana también el corazón de ese templo, que por el Espíritu Santo
fue convertido en altar sobre el que debe ser adorada solamente el Sagrado
Corazón Eucarístico de Jesús.
El
Espíritu Santo permitirá comprender el misterio sobrenatural de los Sacramentos,
como por ejemplo en la Confesión, en donde el alma es purificada de sus pecados
por la Sangre del Cordero derramada en la Cruz, o el Sacramento de la Confirmación,
mediante el cual el confirmando recibe a la Persona Tercera de la Trinidad, precisamente,
al Espíritu Santo. También hará comprender el valor inapreciable de la gracia
santificante, la cual hace partícipe al alma de la naturaleza y del Acto de Ser
divino trinitario, comprensión que alcanzaron los santos y mártires y explica
porqué estos santos y mártires preferían “morir antes que pecar”, porque
comprendían el valor inestimable de la gracia santificante concedida por los
Sacramentos. También hará comprender el inmenso poder de destrucción que posee
el pecado, el cual puede matar no el cuerpo sino el alma del hombre, quitándole
la vida de la gracia, cuando el pecado es mortal. También hará comprender cómo
el pecado del hombre incide en el Cuerpo de Cristo golpeándolo, lastimándolo,
abriéndole grandes heridas y haciendo brotar su Preciosísima Sangre, hasta
crucificarlo; el Espíritu Santo permitirá al bautizado comprender cómo fueron
sus pecados personales los que crucificaron y dieron muerte al Hombre-Dios
Jesucristo. El Espíritu Santo permitirá que el bautizado comprenda que sus pecados
personales, si bien son insensibles e indoloros para él, sin embargo se
traducen en el Cuerpo de Cristo en golpes en su Sagrado Rostro, en hematomas, en
flagelaciones, en la coronación de espinas. También el Espíritu Santo concederá
a los bautizados el verdadero arrepentimiento, el arrepentimiento perfecto, la
contrición del corazón, el arrepentimiento de los pecados que hace que el
hombre prefiera la muerte antes que cometer un pecado mortal o venial
deliberado.
El
Espíritu Santo permitirá a los bautizados contemplar a la Santa Misa como lo
que es, la renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz,
en la cual el Hombre-Dios Jesucristo, por medio de la transubstanciación,
convierte el pan y el vino en su Cuerpo y Sangre y de esa manera, quien sea
iluminado por el Espíritu Santo, dejará de tener la visión puramente humana y
falsificada de la Santa Misa, visión según la cual la Misa es una ceremonia
religiosa “aburrida” y que por lo tanto se la debe reformar para que sea “divertida”;
el Espíritu Santo hará comprender que la Santa Misa es un misterio sobrenatural
absoluto, proveniente de la majestad divina de la Santísima Trinidad y no una ceremonia
humana creada para que sea divertida y “temática”, visión que además de falsa
es blasfema.
El
Espíritu Santo también enseñará que comulgar no es hacer una fila para recibir
un pan bendecido en una ceremonia religiosa, sino la unión, por el Espíritu
Santo, al Cuerpo de Cristo, para ser inmolados en Él y por Él y así ser
presentados al Padre como ofrendas sagradas. Por esta razón, quien comulga, nunca
debe hacerlo de manera mecánica, sino que debe meditar en este misterio divino
y, movido por el Divino Amor, hacer un acto de amor y de adoración al Cristo
Eucarístico, tanto antes como después de comulgar.
El
Espíritu Santo también instruirá a los bautizados acerca de la Santidad
Increada de la Santísima Trinidad y por lo tanto de la Sagrada Eucaristía,
santidad que se comunica a la Esposa Mística del Cordero, la Santa Iglesia
Católica; santidad que se opone radicalmente al mundo, que está bajo el influjo
del maligno, del Ángel caído, Satanás y también del Anticristo y de la Bestia
como pantera, la Masonería, en la cual trabajan los hombres malvados aliados
del espíritu maligno de Lucifer.
Por
último, el Don del Espíritu Santo en Pentecostés, se renueva en cada comunión
eucarística, porque en cada comunión eucarística el Sagrado Corazón Eucarístico
de Jesús sopla sobre el alma de quien lo recibe en gracia, con fe, con amor,
con piedad y devoción, al Espíritu Santo, convirtiendo así cada comunión eucarística
en un pequeño Pentecostés personal. El fin último de este don del Espíritu
Santo a través de la comunión eucarística no es otro que el aumentar, segundo a
segundo, el Amor Divino en el alma hacia Jesús Eucaristía.
Esta
es la obra que hace el Espíritu Santo desde Pentecostés, y la seguirá obrando hasta
el fin de los tiempos, hasta el Día del Juicio Final.
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