(Lc 6, 27-38).
Frente a este mandato de Jesús, es necesario responder a tres preguntas, para
comprender su alcance. Estas preguntas son: ¿por qué Jesús manda “amar a los
enemigos”?; ¿de qué manera se puede cumplir este mandato?; por último, ¿el
mandato obliga para toda clase de enemigos?
A
la primera pregunta, hay que responder que Jesús manda amar al enemigo, porque
de esa manera imitamos a Dios Padre, quien nos amó a nosotros, que éramos sus
enemigos por el pecado y que por el pecado crucificamos y dimos muerte de cruz
a su Hijo Jesucristo: al amar a los enemigos, imitamos a Dios Padre quien no
sólo no nos castigó por dar muerte a su Hijo en la cruz, sino que nos perdonó
por la Sangre de su Hijo y nos convirtió en hijos adoptivos suyos y en
herederos del Reino.
A
la segunda pregunta, acerca de la manera en que debemos amar al enemigo, la
contestamos contemplando a Cristo crucificado, porque así es como nos amó
Jesucristo y al contemplarlo crucificado, nos damos cuenta de que nos amó hasta
la muerte de cruz y con el Amor de su Sagrado Corazón, que es el Amor de Dios,
el Espíritu Santo. Entonces, así debemos amar a nuestros enemigos: hasta la
muerte de cruz y con el Amor Divino, el Espíritu Santo, que se nos concede cada
vez que recibimos, por la Comunión, al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.
Por
último, la tercera pregunta, acerca de a qué clase de enemigos hay que amar,
hay que decir que se debe amar al enemigo personal, es decir, al ser humano
que, por algún motivo circunstancial, se ha convertido en nuestro enemigo
personal, pero este mandamiento del amor al enemigo no se aplica para los
enemigos de Dios, de la Patria y de la Familia, como por ejemplo, el Comunismo,
la Masonería, el Satanismo. A esos enemigos, ideológicos y espirituales, se los
debe combatir con las armas espirituales –la Santa Misa, el Rosario, la
Adoración Eucarística-, pero de ninguna manera se los debe amar. Es decir,
puedo amar al verdugo comunista, pero no al Partido Comunista, al cual debo
combatir; puedo amar al asesino masón, pero no a la Masonería, a la cual debo
combatir; puedo amar y pedir la conversión de quien practica la brujería, pero
debo combatir a Satanás, amparado en la fuerza de la cruz. Esto es lo que
quiere decir Jesús cuando nos dice que debemos “amar al enemigo”.
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