martes, 17 de julio de 2012

Te alabo, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y las has revelado a los pequeños




“Te alabo, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y las has revelado a los pequeños”. Lo que Dios Padre oculta a los sabios del mundo, es decir, a aquellos que afirman no tener necesidad de Dios y de sus Mandamientos, son los misterios del Reino, los cuales aparecen, a los ojos de los auto-suficientes y soberbios, invisibles a los ojos del cuerpo e inalcanzables para la capacidad de la razón natural.
Así, para los sabios del mundo, la Santa Misa se presenta como una ceremonia religiosa rutinaria, vacía de sentido, o con un sentido puramente moral, mientras queda oculto a sus ojos su condición de sacrificio del altar, que renueva de modo incruento el sacrificio del Calvario; para los grandes del mundo, el camino desde el hogar hasta la Misa, que es el camino para ir al Cielo, aparece como algo fatigoso, duro de andar, a la par que el camino para la televisión, el fútbol, el partido político, y cuanta diversión aparezca, se hace fácil y agradable de andar, aunque después termine de improviso en un abismo que no tiene fin; para los grandes del mundo, las virtudes de Cristo, la caridad, la humildad, la paciencia, la pobreza evangélica, se muestran como necedades propias de mentes atrasadas, al tiempo que los vicios y pecados, como la soberbia, la vanagloria, la codicia, la lascivia, la ira, la gula y la pereza, disfrazados de vivos colores y de sabores agradables, se ofrecen tentadores al alma que, enceguecida, corre tras ellos para beber su amargo veneno.
Finalmente, para los sabios del mundo, la Sabiduría de Dios, que se manifiesta en todo su esplendor en la Cruz de Cristo y en Cristo Eucaristía, aparece como locura y necedad, porque no entienden cómo se puede adorar a un hombre fracasado, que muere solo y abandonado de todos, menos de su madre, y no entienden cómo se puede creer que ese mismo Hombre, resucitado, sea Dios y esté vivo en algo que parece pan.
Lo que Dios Padre oculta a los sabios del mundo, los misterios de su Hijo Jesucristo, lo revela a los pequeños, a los que no cuentan nada para los hombres, por medio de su Espíritu Santo.

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