“A
vino nuevo, odres nuevos” (Mc 2,
18-22). Para entender lo que Jesús nos quiere decir, hay que acudir al profeta
Ezequiel, ya que allí se encuentra la clave para su comprensión. A través del
profeta, Dios anuncia la renovación del corazón del hombre por medio del agua y
de su Espíritu: “Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de
todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar; y os daré un
corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el
corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu, y
haré que caminéis según mis preceptos, y que guardéis y cumpláis mis mandatos”
(Ez 36, 25-27). Por el pecado, el mal
ha endurecido al corazón humano y le ha dado la consistencia de una piedra, y
en vez de adorar y amar a Dios, que es su Creador, lo ha desplazado de su
puesto natural y ha colocado en su lugar a ídolos inertes, ídolos mudos y
sordos, ídolos que le exigen obrar inmundicias y es así como su corazón es como
un templo de piedra, frío, oscuro, lleno de inmundicias y repleto de ídolos
abominables, los cuales no son otra cosa que ángeles caídos, es decir, demonios,
que han usurpado el corazón del hombre y lo han poseído indebida e ilegalmente.
Dios no puede tolerar esta situación, porque Él ha creado el corazón humano y
le pertenece, es su propiedad y no de los ídolos demoníacos, y es por eso que
anuncia, a través del profeta, que ha de solucionar prontamente la situación a
través de dos elementos que lavarán y regenerarán completamente el corazón del
hombre, el agua y el Espíritu, prefiguración del sacramento del Bautismo. Por el
Bautismo sacramental, el alma será sumergida místicamente con Cristo en las
aguas del Jordán, y allí se cumplirá lo que dice el profeta Ezequiel: “derramaré
sobre vosotros un agua que os purificará de todas vuestras inmundicias e
idolatrías”, porque el templo de piedra que es el corazón del hombre, será
inundado por el torrente impetuoso de la gracia de Cristo que lo sumergirá en
la santidad divina y arrasará con los ídolos y lo lavará de toda podredumbre de
pecado y de malicia y exorcizará toda presencia y posesión demoníaca, y el
corazón de piedra se convertirá en un corazón humano, es decir, no solo dejará
de obrar el mal, sino que obrará el bien y, más que el bien, obrará la
santidad, guiado por la gracia divina; por el Bautismo sacramental, el alma
recibirá el soplo del Espíritu Santo, que como Dulce Paloma aleteará sobre ella
haciendo del alma una Nueva Creación, así como el Espíritu aleteó en la
Creación, en el Génesis, cumpliéndose de esta manera lo anunciado por el
profeta Ezequiel: “Os infundiré mi Espíritu”, y el que recibe el Espíritu de
Dios obra los Mandamientos de Dios porque ama a Dios y es una sola cosa con Él por
el Amor, cumpliéndose también esto otro anunciado por el profeta Ezequial: “y
haré que caminéis según mis preceptos, y que guardéis y cumpláis mis mandatos”.
Es
así como se entiende lo que dice Jesús: “A vino nuevo, odres nuevos”, porque el
vino nuevo es la gracia y el odre nuevo es el corazón del hombre, renovado por el
agua y el Espíritu en el Bautismo sacramental.
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