(Domingo XXXII – TO – Ciclo B – 2012)
“Esta pobre viuda dio de lo
que tenía para vivir” (Mc 12, 38-44).
Luego de advertir a sus discípulos que se cuiden de la hipocresía de los
fariseos, es decir, de los religiosos que están en el templo y se ocupan de las
cosas de Dios pero sólo por vanagloria y para ser vistos y alabados por los
hombres, pero no les interesa ni les mueve el Amor de Dios, Jesús fija sus ojos
en una pobre viuda, que deposita en la ofrenda del templo sólo dos monedas de
cobre. Contrariamente al juicio humano, que calificaría a la ofrenda de la
viuda como mísera por su escasísimo valor, Jesús sorprende al afirmar que la
viuda dio más que “todos”, es decir, más que los ricos, que “daban en
abundancia”.
El motivo del elogio a la
viuda pobre es que, a diferencia de los ricos, que dan de su abundancia, la
viuda da de “lo que tiene para vivir”. Esto demuestra que Dios juzga de modo
inverso a los hombres, o que los hombres juzgan con criterios que no son los de
Dios. Los hombres se fijan, en este caso, en el monto de la ofrenda, y así
determinan cuál es la bondad de alguien: a mayor monto de
la ofrenda, mayor bondad de la persona. La ecuación humana es lineal y
simplista, y no tiene en cuenta factores profundos, invisibles a sus ojos,
pero que son visibles a Dios.
Para Dios, lo que cuenta no
es el monto de la ofrenda o, en todo caso, si cuenta, y en realidad sí que lo
hace, porque comparativamente, la cantidad ofrecida por la viuda, si bien es
insignificante en términos materiales, constituye el ciento por ciento de sus
pertenencias, lo cual equivaldría, en un rico, a la totalidad de su fortuna-.
Pero hay otros factores en
la ecuación de Dios -ausente en la ecuación del hombre, y que hace que el
juicio del hombre sea erróneo-, y estos son la fe y el Amor a Él, porque tanto
la fe inquebrantable en su existencia, como el amor puro y perfecto hacia Él, Dios
verdadero, son los que hacen que la ofrenda adquiera todo valor y sentido. En
otras palabras, lo que Dios ve, y no ve el hombre, es la profundidad y el grado
de la fe y del amor hacia Él que hay en el corazón del hombre. A su vez, el
grado de fe y de amor serán los que determinen el monto de la ofrenda que el
hombre dará: en el caso de la viuda, su fe y su amor hacia Dios son tan grandes,
que la llevan a dar todo lo que tiene, incluso lo que tiene para vivir, y esto,
aunque cuantitativamente es insignificante, porque las monedas de cobre poco y
nada valen, a los ojos de Dios, adquieren un valor insospechado. Por el
contrario, en el caso de los ricos del ejemplo del Evangelio, que “daban en
abundancia”, comparativamente con la viuda, dan mucho menos, e incluso hasta
nada, porque en relación a lo que tienen, lo que dan es nada, y esto se debe al
escaso amor a Dios que hay en sus corazones. Mientras la viuda da de lo que
tiene para vivir, movida por su gran amor a Dios, los ricos dan de los que les
sobra, porque su amor a Dios es demasiado pequeño.
Esto demuestra que, a los
ojos de Dios, las cosas cambian, y da la razón de porqué el juicio de Dios es
distinto al de los hombres: la ofrenda de la viuda, que es insignificante, pasa
a valer muchísimo, porque está movida por la fe y el amor a Dios, y vale tanto,
que merece ser elogiada por el mismo Hombre-Dios Jesucristo; la ofrenda de los
ricos, que es materialmente muy importante, pasa a valer, a los ojos de Dios,
muy poco o casi nada, porque la fe y el amor a Dios son escasos o nulos, y por
eso no son elogiados por Jesucristo.
La ecuación, a los ojos de
Dios, quedaría así: a mayor fe, mayor amor a Dios; a mayor amor a Dios, mayor
ofrenda material, porque cuanto más grande es la ofrenda material, mayor es el
sacrificio y el don de sí, en donde se ve el amor de gratitud.
Con todo, la ofrenda
material de la viuda no es sino un símbolo o figura de lo que debe ser la
ofrenda del cristiano: además de contribuir materialmente al sostenimiento del
culto, lo cual es un grave deber de justicia para todo cristiano, el bautizado,
movido por el Amor a Dios, debe ofrecerse a sí mismo en el altar del
sacrificio, uniendo su vida toda, con su pasado, su presente y su futuro, al
sacrificio del Hombre-Dios en la Cruz.
Imitando a la viuda pobre, que deposita ante el altar de Dios
todo lo que tiene para vivir, dos monedas de cobre, la oración del cristiano
debería ser así: “Señor, deposito a los pies de tu cruz y de tu altar, la
humilde ofrenda de las dos monedas de cobre, que son mi alma y mi vida toda.
Sólo te pido que aumentes mi fe y mi amor hacia Ti”.
Si así hace, estará imitando
en realidad a Jesucristo, porque la viuda pobre es sólo imitación lejana de su
sacrificio en Cruz, en donde más que dar lo que tiene para vivir, da su Vida
para la vida y el rescate de los hombres, y de su sacrificio en el altar, en
donde se dona a sí mismo como Pan Vivo bajado del cielo, que da la Vida eterna a quien lo recibe
con fe y con amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario