domingo, 25 de noviembre de 2012

“Esta pobre viuda dio de lo que tenía para vivir”



“Esta pobre viuda dio de lo que tenía para vivir” (Lc 21, 1-14). Mientras un grupo de personas adineradas está haciendo grandes donaciones en el templo, se acerca a ellos una viuda pobre que deposita sólo dos monedas de cobre.
         Visto con ojos humanos, la viuda pobre pasa desapercibida, porque frente a la cantidad de dinero depositado por los ricos, su ofrenda es menos que insignificante. Para los hombres, que juzgan siempre por las apariencias, la ofrenda de la viuda no tiene valor, mientras que las ofrendas de los ricos sí son dignas de tener en cuenta.
         Sin embargo, el juicio de los hombres sobre las intenciones del prójimo es siempre erróneo y falso, porque el hombre no tiene la capacidad de escrutar el fondo del alma y la raíz metafísica del ser, como sí la tiene Jesús, puesto que Él es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. A diferencia de los hombres, que siempre se equivocan, el que juzga sin jamás equivocarse, es Jesús, porque en cuanto Dios, Él ve en lo más profundo y recóndito del alma. Cada ser humano está ante su Presencia, y nada del alma, ni siquiera el pensamiento más pequeño, se le escapa, y es esto lo que hace a sus juicios certeros e infalibles.
         Éste es el motivo del elogioso juicio de  Jesús a la viuda pobre: en su indigencia, dio de lo que tenía para vivir, mientras los demás daban de lo que les sobraba. En otras palabras, Jesús basa su juicio sobre la viuda en aquello que ve en el interior del alma de esta mujer, algo que no encuentra en los ricos que hacen las ofrendas. ¿Qué es lo que ve Jesús, que está presente en la viuda y ausente en los ricos? Jesús ve la grandeza de la fe y del amor a Dios que hay en la viuda, fe y amor que la llevan a donar no de lo que le sobra, sino de lo que tiene para vivir. La pobreza material se contrapone con la enorme riqueza espiritual que suponen la presencia de fe y de amor a Dios, que a su vez son los que la conducen a donar a Dios toda su fortuna material, aún cuando esta sea objetiva y económicamente insignificante. De modo inverso sucede con los ricos que depositan grandes sumas de dinero: aunque la ofrenda en sí misma, objetiva y materialmente, es muy valiosa, valen menos que la ofrenda de la viuda, porque no los mueve ni la fe ni el amor a Dios, sino su propio orgullo, ya que lo que pretenden, al hacer las donaciones en el templo, es ser vistos, halagados y ensalzados por los hombres.
“Esta pobre viuda dio de lo que tenía para vivir”. Si el mismo Jesús en Persona halaga a la viuda pobre, entonces todo cristiano está llamado a imitarla, puesto que el halago proviene del mismísimo Dios Hijo en Persona, y es así que el ejemplo de la viuda pobre tiene que ser el parámetro comparativo con el cual medir la propia donación material.
         Pero hay otro ejemplo más en la viuda, además de cómo tiene que ser el don material: en las dos monedas de cobre, insignificantes en sí mismas, está representada nuestra humanidad, alma y cuerpo, que se ofrenda en Cristo ante el altar de Dios, por eso, nuestra oración en la Santa Misa podría ser así: “Señor, acepta la humilde ofrenda de mi don, mis dos monedas de cobre: mi cuerpo y mi alma; dispón de ellos como te parezca, ya que todo lo que soy en la vida, te lo ofrezco a Ti, en señal de amor y adoración”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario