“Somos
simples servidores” (Lc 17, 7-10). Con
esta parábola, Jesús no solo nos advierte contra la soberbia, que nos hace
creer que toda obra buena es obra nuestra –con lo cual arruinamos lo bueno de
la obra-, sino que nos revela también que todo “éxito” en el apostolado, no
depende de nosotros, sino de Dios Trino. En efecto, del mismo modo a como un
simple sirviente o criado no tiene que ensoberbecerse por cumplir bien la orden
que le dio su patrón, como tampoco atribuirse para sí el mérito de una empresa
llevada exitosamente a cabo por directivas de su patrón, y solo debe decir: “Soy
un simple servidor”, así también el cristiano, cuando de una empresa apostólica
pueden verse sus frutos.
La
razón es doble: por un lado, el atribuirse la bondad de una empresa apostólica
daña a la misma empresa apostólica, puesto que el alma se ensoberbece y cae
fácilmente en el orgullo; por otro lado, es falso atribuirse el ser la causa
primaria de la bondad de un apostolado, puesto que la Única Causa Primera de
todo bien es Dios Trino y no nosotros. Los hombres somos meramente causas
segundas, es decir, somos solo servidores –inútiles y esto, siempre y cuando
hagamos la voluntad de Dios- del gran "Rey de reyes y Señor de señores" (cfr. Ap 19, 16), Cristo Jesús.
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