domingo, 16 de febrero de 2014

“Esta generación pide un signo pero no se les dará un signo”


“Esta generación pide un signo pero no se les dará un signo” (Mc 8, 11-13). El Evangelio dice que los fariseos, para poner a prueba a Jesús, le piden “un signo del cielo” y eso es lo que motiva la respuesta de Jesús: “Esta generación pide un signo pero no se les dará un signo”. En realidad, lo que Jesús quiere decir es que no se les dará “más signos” de los abundantes que se les ha dado, porque en realidad Jesús les ha dado signos más que suficientes, y de todo tipo, que prueban que Él es quien dice ser, Dios Hijo, porque ha obrado signos, milagros, prodigios, que sólo pueden ser obrados con el poder divino detentado en primera persona por quien dice ser Dios en persona. Puesto que los fariseos han demostrado obstinada y neciamente que no quieren reconocer los signos porque no quieren reconocer a Dios Hijo que está detrás de esos signos, entonces no tiene sentido darles más signos venidos del cielo, porque quiere decir que los continuarán rechazando. Este pasaje está por lo tanto estrechamente relacionado con la advertencia de Jesús: “No déis perlas a los cerdos”. La actitud temeraria de los fariseos, de rechazar neciamente y libremente los signos divinos, se asemeja peligrosamente a la irreversible voluntad fija en el mal de los condenados en el infierno, que por toda la eternidad podrán jamás aceptar la más pequeña gracia, y rechazarán por siempre, por toda la eternidad, toda gracia que se les quiera ofrecer, por lo que es inútil toda oración por ellos, y es la razón por la cual no se debe rezar por ellos, y es lo que explica también el por qué dice Jesús que a los fariseos “no se les dará ya más signos”.

“Esta generación pide un signo pero no se les dará un signo”. Debemos tener mucho cuidado en no repetir la actitud temeraria de los fariseos, de exigir signos a Jesucristo para creer en su misericordia y no desconfiar de ella. Todos los días, a través de su Iglesia, nos da un signo elocuentísimo de su infinita misericordia, y es la Santa Misa, en donde abre de par en par las puertas abiertas del Reino, su Sagrado Corazón traspasado, por donde se derrama el Tesoro infinito de Dios Padre, el Amor Divino, el Amor Misericordioso del Padre y del Hijo, donado en cada Eucaristía. No se nos dará otro signo que este para creer en el Amor del Padre y del Hijo.

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