“Así
como Jonás fue una señal para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo
del hombre para la gente de este tiempo” (Lc
11, 29-32). Jesús califica a la gente de su tiempo como “perversa” porque “pide
una señal”, pero la señal ya la tienen y es la de Jonás, quien es a su vez un
anticipo y prefiguración de su misterio pascual de muerte y resurrección: así
como Jonás estuvo tres días en el vientre del pez y luego fue devuelto a la
tierra, así el Hijo del hombre estará tres días en el sepulcro y luego
resucitará al tercer día, para ascender al Cielo. Jesús se queja de la gente de
su tiempo, porque no han sabido reconocer la prefiguración de Jonás, pero
tampoco saben reconocerlo a Él, que es en Quien se cumple la figura de Jonás.
“Así
como Jonás fue una señal para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo
del hombre para la gente de este tiempo”. Así como Jesús fue la señal de Dios
para la salvación de los hombres, en el tiempo de la vida terrena de Jesús, así
es para nosotros la Eucaristía, que es el mismo Jesús que prolonga su
Encarnación en el Sacramento del altar: la Eucaristía es signo de salvación y
quien se adhiere a la Eucaristía, se adhiere a Dios Salvador y Redentor y quien
se aleja de la Eucaristía, se aleja de Dios Redentor y Salvador. También en
nuestros días “la gente es perversa”, porque a pesar de que Dios da la señal
eucarística, que es señal de salvación para la humanidad, la humanidad la
desconoce en su inmensa mayoría, la rechaza y se dirige en dirección contraria
a la Eucaristía, eligiendo el camino de la cultura de la muerte, del aborto, de
la eutanasia, de la idolatría, del materialismo y del ateísmo.
No
seamos nosotros mismos perversos; no nos alejemos de la Ley de Dios y de la Eucaristía,
signo y señal de la Divina Salvación en medio de nuestra existencia terrena.
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