“Que
sean uno, como nosotros” (Jn 17,
11b-19). Jesús quiere la unidad para sus discípulos, pero no es una unidad
cualquiera: no es una unidad conocida por el hombre; no es una unidad de tipo
moral, como la unidad que reina entre un grupo de amigos, por ejemplo; tampoco
es una unidad de orden ideológico, como sucede entre quienes comparten una
misma idea o un mismo proyecto de vida. La unidad que quiere Jesús es de tipo
espiritual y es una unidad igual a la unidad que Él tiene con el Padre: “Que
sean uno, como nosotros”.
Jesús
quiere la unidad, en oposición a la división, pero esta unidad no puede ser
dada ni construida por el hombre: se trata de una unidad ontológica, a nivel
del ser; es una unidad en la que los hombres están unidos a Dios, pero no por
el sentimiento, ni por el afecto, sino por la participación en el Ser divino
trinitario y es por esto que se trata de una unidad ontológica y celestial,
sobrenatural. No puede ser realizada por los hombres por tratarse precisamente
de una unidad de origen celestial y de orden ontológico, que trasciende
absolutamente el sentimiento y el afecto, porque es inmensamente más profunda.
Si
no la puede proporcionar el hombre, ¿cómo se logra la unidad que Jesús quiere
que se establezca, entre Dios y los hombres? Esta unidad, este ser “uno” con Dios
Trino, lo lleva a cabo el Espíritu Santo, el Amor de Dios, la Tercera Persona
de la Trinidad. Es el Espíritu Santo el que une, en el Amor Divino, desde toda
la eternidad, al Padre y al Hijo; es el Espíritu Santo el que hace que Dios sea
Uno en el Amor, porque es el mismo Amor el que une al Padre y al Hijo y al Hijo
con el Padre. De esto se ve claramente la necesidad de que Jesús –junto al
Padre-, una vez que resucite y ascienda al Cielo, envío desde el Cielo al
Espíritu Santo, sobre su Cuerpo Místico, sobre su Iglesia, sobre los
bautizados, para que estos, unidos por el mismo Espíritu y en el mismo
Espíritu, sean unidos a Cristo y, en Cristo, sean unidos al Padre. Y esta
unidad, dada por el Espíritu Santo, se manifestará por la profesión de una sola
fe, la fe Católica, Apostólica y Romana, en un solo Señor, el Hombre-Dios
Jesucristo, y será donada por la recepción de un único Bautismo, el Bautismo
sacramental de la Iglesia Católica. La unidad que proporciona el Espíritu Santo
es la que se revela en la Escritura: “Un solo Señor, una sola Fe, un solo
Bautismo”. Quien profese otra fe que no sea la Católica; quien crea en un Jesús
que no sea el Jesús de la Iglesia Católica, Dios Hijo encarnado que prolonga su
Encarnación en la Eucaristía; quien no reciba el Bautismo sacramental, ese tal
no es “uno” con Dios Uno y Trino.
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