sábado, 5 de noviembre de 2011

Las lámparas encendidas representan las buenas obras ofrecidas a Cristo, Esposo del alma





“El Reino de Dios es como diez doncellas que salieron a esperar al esposo con sus lámparas… cinco eran sabias y cinco eran necias” (cfr. Mt 25, 1-13). Para graficar el Reino de Dios, Jesús utiliza una costumbre hebrea para el matrimonio, como lo era el esperar al esposo con diez doncellas. En este caso, el esposo llega tarde a sus nupcias, por lo que se hace necesario que las doncellas posean lámparas, para alumbrar el camino.

Cada elemento de la parábola, tiene un significado sobrenatural: el esposo es Jesucristo, puesto que Él es Dios que, por la Encarnación, se une en desposorios místicos a la humanidad, a cada alma humana; en el contexto de la parábola, puesto que viene sin pompas, indica que esta “venida” del esposo, prefigura el momento de la muerte de cada uno[1], aunque también puede significar la venida de Jesucristo en el Día del Juicio Final, como Juez del mundo; las vírgenes con sus lámparas, tanto las necias como las prudentes, representan a los bautizados; el aceite, que permite la luz, es la gracia, que concede la luz de la fe sobrenatural en Cristo: así como las lámparas encendidas de las vírgenes prudentes les permiten ver el camino por donde viene el esposo, así la luz de la fe permite al alma reconocer el Camino al cielo que es Jesucristo; la noche es la historia personal de cada uno, en el momento de pasar de esta vida a la otra, o también la historia de la humanidad, en el Último Día: tanto en uno como en otro, Jesucristo llega como el Esposo que iluminará al alma, señalando el fin de la noche y el inicio de las fiestas eternas en el cielo; las vírgenes prudentes son las que, movidas por la gracia y la fe, obraron buenas obras e iluminaron el mundo con el amor de Dios, según la frase de Jesús: “Vosotros sois la luz del mundo” (Mt 5, 14); la fiesta que comienza cuando el esposo entra en el salón, acompañado de las vírgenes prudentes, para encontrar a su esposa, mientras deja afuera a las vírgenes necias, significa la feliz eternidad, la eternidad de alegría, de amor y de paz, que comienza cuando el alma, traspasando los umbrales de la muerte, se encuentra cara a cara con Jesucristo, recibiendo de Él su abrazo, su paz y su amor, introduciéndola al mismo tiempo en el Reino de los cielos; las vírgenes necias, aquellas que no supieron alumbrar el camino, permanecen, por el contrario, fuera de la fiesta, en la oscuridad, sin la compañía del esposo, y sin la alegría que esto supone: representan a las almas que, habiendo recibido la gracia del bautismo, no perseveraron en la gracia, murieron a la vida de la gracia por el pecado mortal, no alumbraron el mundo con la luz de la fe, y al momento de la muerte, se encuentran con un corazón endurecido hacia Dios, envuelto en la oscuridad, lleno de odio a Dios y a los hombres, y por lo tanto, imposibilitadas de entrar en el Reino de los cielos, en donde sólo hay amor eterno, infinito, a Dios, a los ángeles y a los santos.

En la parábola, un elemento común a las diez vírgenes, tanto las prudentes como las necias, es que se duermen; la diferencia está en que, mientras las prudentes fueron precavidas y compraron aceite, las necias no lo hicieron, y cuando el esposo llega de improviso, es ya tarde para comprar el aceite. Este adormecimiento, significa el momento de la muerte de cada uno, y la llegada repentina del esposo, significa que nadie sabe el momento de la muerte, sólo Dios, de ahí la advertencia de Jesús: “Velad, porque no sabéis ni el día ni la hora”. Nadie sabe cuándo será el momento de su propia muerte, y por eso debemos estar preparados, como las vírgenes prudentes, para que cuando nos durmamos, es decir, para cuando muramos a esta vida, y llegue el Esposo, Jesucristo, nos encuentre con nuestras lámparas encendidas, es decir, con obras buenas para presentarle.

Las lámparas encendidas simbolizan al alma que, en estado de gracia, y movida por la fe en Jesucristo, obra las obras de misericordia, corporales y espirituales -dar de comer al hambriento; dar de beber al sediento; dar posada al peregrino; vestir al desnudo; visitar al enfermo; socorrer a los presos; enterrar a los muertos; enseñar al que no sabe; dar buen consejo al que lo necesita; corregir al que está en error; perdonar las injurias; consolar al triste; sufrir con paciencia los defectos de los demás; rogar a Dios por vivos y difuntos-, y así alumbra el mundo con la luz de Cristo, y al llegar el momento de su muerte, puede presentarle a Cristo las obras de la luz.

Las lámparas apagadas, por el contrario, representan a los católicos tibios, y también a los malos, que no se destacan por ninguna obra buena, ni corporal ni espiritual, porque están ocupados y absorbidos por las cosas inútiles del mundo. Así, tal vez puedan ser eruditos en cosas de la tierra y en sabiduría humana, pero nada saben de las cosas del cielo, aunque también pueden ser ignorantes en las cosas humanas, y también ignorantes de la Sabiduría divina.

Las lámparas apagadas representan a aquellos cristianos que piensan que lo que aprendieron en el Catecismo de Primera Comunión y de Confirmación era solo una instrucción religiosa necesaria para esa edad, pero que no les sirve para nada en la vida de todos los días. Las lámparas apagadas de las vírgenes necias representan a todo aquel que prefiere ver la televisión a rezar el Rosario; a jugar al fútbol o a practicar cualquier deporte el domingo, en vez de asistir a Misa; representan a los cristianos que, dejando al Dios del sagrario de lado, porque lo consideran como si no tuviera vida, se inclinan a otros dioses falsos, como la política, el deporte, el cine, la televisión, los videojuegos, etc., y así, transcurren sus vidas aletargados, sin vida espiritual, sin oración, sin comunión sacramental, sin confesión sacramental, y sin obras buenas, y cuando llega el Esposo de las almas, es decir, Jesucristo, se encuentran con las manos vacías. Se encuentran cara a cara con Jesucristo, que en ese momento ya no es más Dios de Misericordia infinita, sino Dios de Justicia infinita, y frente a este Dios, no les sirve da nada, para su juicio particular, el haber ganado un concurso de preguntas y respuestas por televisión, el saber la historia de los campeones de la Copa Libertadores, el saber la última tendencia de la moda, el saber la última novedad en tecnología, el saber la evolución de los mercados financieros, el saber la vida del vecino. Nada de esto servirá ante Dios, sino la conciencia limpia y tranquila por haber obrado el bien, las obras de misericordia corporales y espirituales. Quien no presente, al momento de morir, obras de amor, quedará fuera del Reino de Dios, en las tinieblas, en donde sólo hay llanto y rechinar de dientes, para toda la eternidad.

“El Reino de Dios es como diez doncellas que salieron a esperar al esposo con sus lámparas… cinco eran sabias y cinco eran necias (…) vigilad, porque no sabéis ni el día ni la hora”. Todos estamos representados en estas vírgenes que esperan al esposo; de cada uno depende cómo encontrará Jesucristo nuestra lámpara, en el día de nuestra muerte: si con luz, o apagada.


[1] Cfr. Orchard B. et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, 459.

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