martes, 29 de noviembre de 2011

Dichosos los bautizados porque ven a Jesús en la Eucaristía y se alimentan con su Cuerpo y su Sangre



“Dichosos ustedes por lo que ven y oyen, porque profetas y reyes desearon ver y oír, y no pudieron” (cfr. Lc 10, 21-24). Lo que profetas y reyes desearon ver y oír, y no pudieron, y en cambio sí lo pueden hacer los discípulos, es al mismo Jesús, el Hombre-Dios, el Redentor, el Salvador de los hombres.

Cuando Isaías describe al Siervo sufriente de Yahvéh, es decir, a Cristo en su Pasión, lo ve en una visión; no lo ve en la realidad, con sus propios ojos, ni habla con Él, como sí lo hacen los discípulos. Es a esta felicidad a la que Jesús se refiere, la de verlo con los ojos del cuerpo, y escucharlo y ser testigos de sus milagros y enseñanzas.

Ver a Jesús con los ojos del cuerpo, es decir, ver a Dios encarnado, y además escuchar su Voz, que es la voz de Dios; recibir sus enseñanzas, que conducen a la vida eterna; ser testigos de sus milagros, como la conversión del agua en vino, como en Caná; como la multiplicación de panes y peces, la curación de ciegos y mudos y de toda clase de enfermos, como la resurrección de muertos, es un privilegio de muy pocos, poquísimos, en comparación con toda la humanidad.

Pero si los discípulos eran dichosos por contemplar y escuchar al Hombre-Dios con los sentidos del cuerpo, también los bautizados en la Iglesia Católica pueden considerarse dichosos, y todavía más, porque los bautizados, por la liturgia de la Santa Misa son testigos de algo más grande todavía que ver a Jesús en Palestina, con su Cuerpo aún no glorificado: los bautizados son testigos, en cada Santa Misa, de la Eucaristía, es decir, de Jesús, muerto y resucitado, que se manifiesta a su Iglesia con su Cruz victoriosa y con su Cuerpo glorioso, bajo algo que parece ser pan pero no es pan.

También los bautizados son dichosos porque ven y oyen lo que muchos reyes y sabios de la tierra querrían ver y oír, y no lo pueden hacer, porque no pertenecen a la Iglesia. Los bautizados ven a Jesús en la Eucaristía, y oyen su Palabra, que son palabras de vida eterna, que conducen a la feliz eternidad, en la liturgia de la Palabra, y oyen también su Voz, que va en medio de la voz del sacerdote ministerial, en el momento en que este pronuncia las palabras de la consagración.

Pero hay todavía una causa más por la que a los bautizados se les puede llamar “dichosos”, y es que, además de ver y oír, por la luz de la fe, a Cristo en la Misa, pueden comer su Carne y su Sangre en la Eucaristía.

Y puesto que son testigos de algo inaudito, de algo que asombra a los ángeles en el cielo y que en la tierra es causa de que se los llame “dichosos”, los bautizados deben comunicar a los hombres la causa de su alegría: Jesús está en la Eucaristía.

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