viernes, 26 de noviembre de 2010

Cuando veáis el Brote Nuevo el fin está cerca


“Cuando veáis el brote nuevo de la higuera, sabed que el fin está cerca”. (cfr. Lc 21, 34-36). El cristiano tiene que saber leer, en el signo de los tiempos, las señales que indican lo que va a suceder, así como se sabe que cuando la higuera da brotes nuevos se acerca el verano. La advertencia de Jesús debe ser tomada en el marco de las señales antes del fin: cuando los discípulos vean suceder estas cosas –la apostasía, el abandono del culto al Dios verdadero y la adoración del Anticristo, la abominación de la desolación, la última persecución a la Iglesia-, los discípulos de Cristo deben saber que el Reino –es decir, su instauración definitiva, el fin de los tiempos-, está cerca. Hay abundantes señales, en nuestros días, que indican que el fin de los tiempos está cerca, tal vez más de lo que imaginamos: por ejemplo, algo similar a la marca de la Bestia, que se nombra en el Apocalipsis (cfr. 16, 2), está siendo ya implementado en todo el mundo: para acceder a ciertos lugares, como oficinas gubernamentales secretas, en México, o simplemente clubs selectos, reservados para multimillonarios, como en Barcelona, se presenta como identificación personal un chip que contiene todos los datos personales, implantado en forma subcutánea en el antebrazo y la información está codificada numéricamente de modo tal que las cifras se disponen en tres grupos de seis, como el 666 con el cual la bestia del Apocalipsis marcará a los suyos; otra señal son las pestes –Sida, enfermedades virósicas incurables, como la gripe española, que provocó millones de muertos-, las catástrofes naturales –como el tsunami, la mayor catástrofe natural de que se tenga memoria, con excepción del diluvio-, la maldad anidada en los corazones humanos, que está alcanzando niveles inauditos, al punto de aparecer algo insólito en la historia de la humanidad, como el hecho de que hayan niños asesinos de nueve años; el proliferar de las sectas, sobre todo, la secta de Acuario, una secta de claro origen infernal, que propicia en forma oculta y en forma directa el culto al demonio; las guerras, que si bien han existido en toda la historia de la humanidad, hoy alcanzan formas extremas de crueldad, al punto de parecer hacerse realidad las palabras de una santa[1] sobre el fin del mundo: “Cuando se haya perdido el temor de Dios, guerras crueles y atroces sucederán a porfía, morirán muchedumbres y muchas ciudades se convertirán en ruinas. Dios se servirá de una nación inmunda y cruel, del extremo del mundo para castigar a la cristiandad”; otra señal es la perversión moral, que alcanza grados antes nunca vistos: “(habrá un tiempo) en el que las mujeres vestirán como hombres y se portarán según sus gustos licenciosamente y los hombres vestirán vilmente como mujeres”[2]. Se podría seguir pero el listado se haría interminable: las ideologías perversas, como el comunismo, el nazismo, el liberalismo capitalista de las democracias occidentales, que condenan a cientos de millones de personas a todo tipo de sufrimientos y a la muerte en sus diversas formas. Son todas señales que indican una gran actividad de los agentes infernales y de que por lo tanto algo va a suceder, aunque cuando, solo Dios lo sabe: podrían ser diez, cien o mil años. Pero además de estas señales, que indican actividad del infierno en la tierra, hay también otras señales que indican una intervención prodigiosa, no del infierno, sino del mismo cielo, también en la tierra. Entre estas señales, que indican un brote nuevo, como la higuera, está la misma Iglesia Católica: Ella misma, en su misteriosa constitución, es una señal del cielo: una sociedad religiosa que se presenta a sí misma como la Esposa del Cordero, que da permanentemente a luz a hijos adoptivos de Dios por la obra del Espíritu Santo en su seno, igual que María dio a luz al Hijo de Dios por obra del Espíritu en su seno; sus hijos, los hijos de Dios, los que están ya en el cielo, los santos, obran obras propias del cielo, con el poder del cielo: los milagros, pero sobre todo la misericordia y la caridad, que no es un mero sentimiento humano de filantropía, sino signos de un Amor sobrenatural, sobrehumano, sobrecreatural, de origen divino: el Amor de Dios, Dios Amor, obra a través de sus hijos más destacados, los santos –como la Madre Teresa, el Padre Pío, y los cientos de miles de santos a lo largo de la historia-; otro signo del cielo es la aparición de Jesús Misericordioso, ya que Él mismo lo dice: “Anuncia al mundo que está próxima mi Segunda Venida (esta imagen) es la señal antes del fin”[3]; otra señal venida del cielo es su Presencia Eucarística: es el mayor y más grande de todos los prodigios obrados por Dios, mayor que la Creación y mayor que la Encarnación: es Su Presencia en medio nuestro, el cielo en la tierra, la eternidad y la bienaventuranza en la tierra: la Eucaristía es el brote nuevo de la higuera que anuncia un nuevo amanecer, una nueva primavera para la humanidad, porque contiene algo insólito, el signo más grande del cielo: la vida eterna de Dios Trino.

“Cuando veáis el brote nuevo de la higuera, sabed que el fin está cerca”.


[1] Santa Hildegarda de Bingen, 1098-1179.

[2] Cfr. San Vicente Ferrer, 1350-1419.

[3] Cfr. Diario.

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