domingo, 29 de enero de 2012

¿Cuál es tu nombre, espíritu impuro? Mi nombre es Legión



“Sal de este hombre, espíritu impuro. Después le preguntó: “Cuál es tu nombre?”. “Mi nombre es Legión, porque somos muchos” (Mc 5, 1-20). Jesús realiza un exorcismo y expulsa a una legión de demonios que atormentaban a un hombre, poseyendo su cuerpo. La posesión diabólica, por el grado de sufrimiento que provoca al poseído, da una idea de lo que será el infierno para las almas condenadas: sin hacerse visible, el demonio “aparece”, por así decirlo, a través del rostro y las facciones del poseído, y a través de sus actos.
El rostro de los posesos cambia totalmente, quedando desfigurado por las muecas y contorsiones de los músculos de la cara; sus ojos se desorbitan y adquieren una mirada de hielo, que refleja el odio del ángel caído; su cabello queda todo revuelto y despeinado; su voz se vuelve gutural, tétrica, como emergiendo de lugares oscuros y subterráneos; profiere obscenidades y blasfemias; adquiere fuerza descomunal y se vuelve agresivo y violento, buscando atacar a los que los rodean, al tiempo que los insulta; no come, o come insectos repugnantes; habita en lugares como cementerios, en donde todo es putrefacción y muerte.
El poseído es un aviso del cielo para que los hombres tomen conciencia de que existe un más allá tenebroso, un mundo de horror extremo, incomprensible e inimaginable, porque aún así, lo que se ve a través de los poseídos es casi nada en comparación con la realidad misma del infierno y con su condición de ser un lugar de tormento eterno, en el que el terror, el espanto, el horror, el dolor, la pena, la angustia, no terminan nunca. Con toda su terrible realidad, el poseso no refleja aún todos los oscuros secretos del infierno, secretos que serán revelados a quienes se condenen. Uno de esos secretos, que no se ven en la posesión, es el fuego del infierno: es un fuego real, no simbólico, de naturaleza especial, que no se apagan nunca, que quema y provoca dolor, pero que no consume a la víctima, que arde, pero no da luz, que provoca quemaduras terribles, que provocan dolores insoportables y continuos, pero que no provoca la muerte[1]. Este fuego, aunque no es experimentado por los posesos, arde continuamente en los demonios, y es inseparable de ellos, como también es inseparable de las almas condenadas.
Al ver la terrible realidad del poseído, aviso o señal del horroroso mundo de las tinieblas, en donde habita Satanás, resalta más la grandiosa obra de la salvación de Nuestro Señor Jesucristo, que nos liberó de la tiranía del demonio, a la que estábamos condenados indefectiblemente de no haberse Él encarnado y muerto en Cruz para salvarnos.
Es por esto que, si el endemoniado refleja el oscuro mundo del infierno, en donde habitan los espíritus malignos, la liberación de los endemoniados por medio del exorcismo pone de relieve a su vez la divinidad de Jesucristo, porque Él los expulsa en nombre propio, y como solo Dios tiene el poder de expulsar al demonio, Él es Dios; pone de manifiesto el triunfo de la Virgen María sobre los demonios, porque a Ella le ha sido dado el poder de Dios, con el cual aplasta la cabeza de la serpiente; pone de manifiesto el poder de la Iglesia, a la que se le ha prometido que “las puertas del infierno no prevalecerán” contra ella, y esa promesa se cumple en parte con el poder dado al sacerdote ministerial para realizar exorcismos; pone de relieve el mérito de los santos, porque todos ellos vencieron al demonio en nombre de Cristo.
La realidad del demonio y del infierno no debe llevar, por lo tanto, a los cristianos, a temer, porque Satanás, con todas sus legiones de ángeles apóstatas, han sido vencidos en la Cruz, y esa victoria se renueva en cada Santa Misa, renovación incruenta del sacrificio de la Cruz.
           Frente a la espantosa realidad del demonio y del infierno, el cristiano no está desamparado, porque le basta invocar los sacratísimos nombres de Jesús y de María, para que los demonios tiemblen y huyan[2].


[1] Cfr. Paolo Calliari, Trattato di demonologia, Centro Editoriale Carroccio, 72.
[2] Cfr. Calliari, ibidem, 90.

1 comentario:

  1. O MALIGNO ESTÁ NOS TENTANDO DE FORMAS DIVERSSAS.NUNCA DEVEREMOS NOS ENTREGAR AS COISA DO MUNDO. POIS A PERCEGUIÇÃO NÃO É POR CAUSA DOS HOMENS E SIMPELESMENTE PELO MALIGNO QUE NOS QUER ROUBER ,MAS QUEM TEM JESUS CRISTO NÃO DEVE TRMER POIS NOS JÁ FOMOS ESCOLHIDOS POR DEUS,REZEMOS PELOS NOSSOS,AMIGOS,FILHOS,NETOS PELA HUMANIDADE ,E POR AQUELES QUE NÃO QUEREM A SUA SALVAÇÃO.

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