(Domingo
XIX - TO - Ciclo A – 2014)
“Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?” (Mt 14, 22-33). Todo el Evangelio está impregnado
de una atmósfera sobrenatural y cada elemento tiene un significado
sobrenatural: la Barca agitada por el viento, es la Iglesia Católica, que surca
las aguas del tiempo y de la historia humanas; los discípulos que están en la
barca y se aterrorizan al vera a Jesús caminar sobre las aguas, son los fieles
católicos sin fe, que no creen en la divinidad de Jesús ni en la Presencia de
Jesús en la Eucaristía, y viven su fe como si Jesús fuera, literalmente, un
fantasma, una entidad fantasmagórica, sin peso real en sus vidas cotidianas ni
en sus decisiones vitales trascendentales; el mar agitado y el viento
tempestuoso, que amenazan con hundir a la barca y que son la causa de la duda y
casi pérdida de fe de Pedro, en cuanto Vicario de Cristo, es decir, en cuanto
Papa, representan al mundo y a la historia humanas, que azuzados por las
fuerzas malignas del Infierno, se desencadenarán durante todo la historia
humana, pero sobre todo, hacia el final de la historia, buscando hundir la
Barca de Jesucristo, la Iglesia Católica; Jesús, que avanza hacia Pedro y le
toma su mano, rescatándolo e impidiendo que se hunda, y luego subiendo con él y
calmando al mismo tiempo la tempestad, representa la Segunda Venida de
Jesucristo, al fin de los tiempos, y también representa el cumplimiento de sus
palabras: “Las puertas del Infierno no prevalecerán sobre mi Iglesia” (Mt 16, 18); es decir, cuando todo
parezca perdido para la Iglesia Católica, incluido el Papado, que parecerá
hundirse, aparecerá Jesucristo, quien en un instante, derrotará a los enemigos
de la Iglesia y de Dios, concediendo el triunfo a su Iglesia, triunfo
conseguido al precio altísimo del derramamiento de su Sangre en la cruz.
La
escena -interpretada de este modo-, es más bien apocalíptica para la Iglesia: los
discípulos están en la barca, aterrorizados, lo cual significa que están faltos
de fe, porque no reconocen al verdadero Jesús, que viene caminando sobre las
aguas; a su vez, la violencia del viento y de las aguas, que representan a las
fuerzas desencadenadas del Infierno, que atacan a la Iglesia con todas sus
fuerzas al fin de los tiempos, amenazan a la barca y constituyen la causa del hundimiento
de Pedro, el Papa; la situación, para la Iglesia, no puede ser más caótica, porque,
por un lado, los fieles están paralizados por el terror, mientras que por otro,
el Papado, representado en Pedro que se hunde, está en una crisis que parece
irreversible, al tiempo que las fuerzas del Infierno, confabuladas con las
fuerzas del mundo aliadas con ellas, parecen estar a punto de triunfar sobre la
Iglesia; mientras tanto, Jesús viene caminando sobre las aguas, y en el espacio
de tiempo que media entre su caminar con el auxilio que le presta a Pedro, la situación
en la Iglesia, es de caos, temor y terror, ante el acoso de las fuerzas del
mundo y del Infierno, ante la crisis del Papado, representado en el hundimiento
de Pedro, y ante la aparente ausencia de Jesucristo, que todavía no ha llegado
a darle la mano a Pedro.
Sin
embargo, la situación jamás ha escapado del control de Jesús, porque Jesús
gobierna su Iglesia con su Espíritu y sólo en apariencia está ausente de su
Barca, la Iglesia, puesto que Él es Dios omnipotente, y con su omnipotencia y
omnipresencia no puede dejar de estar Presente con su Ser y con poder divino,
pero sobre todo, está Presente en la Iglesia, en todo momento, en la
Eucaristía. El elemento que falta, en todo el episodio, tanto en los discípulos
como en Pedro, pero que está luego presente al final, es la fe: si los
discípulos hubieran tenido una fe más firme en Jesús como Hombre-Dios, y
hubieran afirmado su fe en el misterio sobrenatural de su Encarnación,
confirmado por sus palabras y por sus milagros, no habrían sentido “terror” al
verlo caminar sobre las aguas, y Pedro, por su parte, no se habría hundido, al
sentir el rugido del viento y la fuerza de las olas; análogamente, es lo que
sucede con muchos cristianos en sus vidas cotidianas, que piensan en Jesús como
si éste fuera un fantasma, porque para ellos, Jesús no tiene ninguna clase de injerencia
en sus vidas, en las tomas de decisiones, ni se encuentra presente en sus proyectos
ni en sus planes presentes y futuros, como tampoco formó parte Jesús de su
pasado.
En
el Evangelio se ve que luego de la actuación de Jesús sobre Pedro, dándole la
mano y rescatándolo antes de que se hunda, la fe toma un nuevo impulso sobre
todos los que están en la Barca, en la Iglesia, al tiempo que el viento y el
mar cesan cuando “los dos”, Pedro y Jesús, suben a la Barca; esto significa entonces que Jesús, al final de
los tiempos, intervendrá y pondrá fin al mal, definitivamente, dando
cumplimiento a su profecía, de que “las puertas del Infierno” no habrían de
triunfar sobre su Iglesia, restaurando la gracia en las almas, el esplendor del
Papado en la Iglesia, y haciendo brillar con resplandor divino su Presencia
Eucarística.
No hay comentarios:
Publicar un comentario