lunes, 18 de agosto de 2014

“Difícilmente un rico entrará en el Reino de los cielos (…) pero lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios”


“Difícilmente un rico entrará en el Reino de los cielos (…) pero lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios” (Mt 19, 23-30). Jesús dice que los ricos –tanto de bienes materiales, como de cargas espirituales, como la soberbia y la autosuficiencia-, “difícilmente” entrarán en el Reino de los cielos, y esto se debe a que estos bienes, en el momento de la muerte, se convierten en pesados lastres que impiden al alma remontar el vuelo que los conduce hacia la Casa del Padre. Aún más, no solo impiden al alma remontar vuelo, sino que la arrastran hacia abajo, hacia el abismo del cual no se regresa, con tanta más velocidad, cuanto mayor sean los bienes acumulados, y esta es la razón por la cual Jesús dice que “difícilmente un rico entrará en el Reino de los cielos”. Y para graficar esta dificultad, Jesús usa la figura de un camello que, cargado de mercaderías, intenta pasar “por el ojo de una aguja”, es decir, por la puerta estrecha de las ovejas, que eran las pequeñas puertas por donde pasaban las ovejas a la ciudad de Jerusalén. La dificultad de la salvación se hace evidente, porque inmediatamente, los discípulos se dan cuenta que entonces, casi nadie puede salvarse, porque Jesús no se está hablando de personas millonarias: cuando Jesús habla de “ricos”, está hablando de personas comunes y corrientes, pero cuyos corazones están apegados a las cosas materiales y a su propia razón y además son soberbios, y por eso son como camellos cargados de mercaderías, altos y anchos por los costados, que no pueden pasar por una puerta que es baja y angosta. El amor al dinero –no necesariamente se debe ser millonario, sino solamente poseer amor al dinero, ya que se puede tener un corazón de avaro aunque no se posea un tesoro-, es el principio de todos los males en el hombre, y así lo advierte la Palabra de Dios: “Raíz de todos los males es el amor al dinero; y algunos, por dejarse llevar de él, han quedado sumergidos en un mar de tormentos”[1]. Y el Qoelet dice: “(Dios) al pecador da el trabajo de amontonar y atesorar para dejárselo a quien él le plazca. También esto es vanidad y atrapar vientos”[2].
Los discípulos se dan cuenta de que Jesús está hablando de personas comunes y corrientes, y no de millonarios con toneladas de oro, cuando habla de los “ricos” que “difícilmente podrán salvarse” y por eso es que preguntan, angustiados: “Entonces, ¿quién podrá salvarse?”. Y Jesús responde: “Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios”. Dios hace posible la salvación de un rico, es decir, de un corazón apegado a los bienes materiales, a su razón y henchido por su soberbia. ¿De qué manera? Así como un camello puede pasar a través de una puerta baja y angosta, si primero se arrodilla y luego se quita su carga, así también el hombre, puede entrar en el Reino de los cielos, si primero se arrodilla ante Jesús crucificado y luego, postrado en adoración ante Jesús, le pide que su Sangre caiga sobre él y purifique su negro corazón, quitándole sus pecados; de esa manera, el pecador no solo se ve libre de la carga opresiva del pecado, sino que su alma se siente impulsada a elevarse, con la fuerza del Espíritu Santo, que viene desde el Sagrado Corazón traspasado de Jesús, y lo conduce hacia el mismo Corazón de Jesús y, desde Él, hacia el Padre. Y así el alma se salva, porque de rico se ha convertido en pobre, de soberbio en humilde, de pecador en santo, porque ha sido santificado por la gracia que emana de la Sangre que brota del Sagrado Corazón de Jesús. Así es como Dios hace posible, lo que es imposible para el hombre.




[1] 1 Tim 6, 10.
[2] 2, 26.

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