viernes, 15 de agosto de 2014

“Mujer, ¡qué grande es tu fe!”


Jesús y la mujer cananea
(Pieter Lastman, 1617)

(Domingo XX - TO - Ciclo A – 2014)
         (Domingo XX - TO - Ciclo A – 2014)
         “Mujer, ¡qué grande es tu fe!” (Mt 19, 16-22). Una mujer cananea -es decir, pagana, no hebrea, y por lo tanto, no perteneciente al Pueblo Elegido-, acude a Jesús a implorarle por su hija, que está endemoniada. Lo que nos dice la escena evangélica es que, por un lado, la mujer distingue muy bien entre una simple enfermedad del cuerpo y la posesión diabólica, puesto que sabe reconocer la presencia del demonio –“Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”-; por otro lado, sabe bien que Jesús es el único que tiene poder de expulsar demonios porque, o ha visto ya a Jesús realizar exorcismos, o ha oído hablar de Él, o lo ha visto hacer milagros, ya que se dirige a Él con un título de majestad, que indica ascendencia divina: “Señor, Hijo de David”.
Lo que demuestra con esta actitud la mujer cananea, es que su fe en el poder divino de Jesús es inquebrantable y es muy grande, y es tan grande, que terminará siendo alabada por el mismo Jesús. La grandeza de su fe se agiganta no solo por el hecho de ser ella pagana, es decir, de no pertenecer al Pueblo Elegido, sino por el hecho de ser puesta a prueba nada menos que por el mismo Hombre-Dios Jesucristo, y no una, sino tres veces, y en las tres veces en las que su fe es puesta a prueba por Jesús, en las tres, sale airosa. En otras palabras, Jesús alaba la fe de la mujer cananea, no solo porque ella es pagana y cree en Él, en cuanto Hombre-Dios, sino porque Él mismo la pone a prueba tres veces, y las tres veces, supera la prueba de una forma rotunda y victoriosa.
La mujer cananea, siendo ella pagana, demuestra poseer más fe en Jesús en cuanto Hombre-Dios, que muchos de los hebreos y demuestra la fortaleza de esa fe en tres ocasiones, siendo cada ocasión más fuerte que la otra: en la primera prueba, la fe de la mujer debe sortear el silencio inaudito de Jesús, porque a pesar de que ella le implora con gritos, pidiéndole piedad y exponiéndole una situación de extrema gravedad, como lo es la posesión demoníaca, Jesús permanece en silencio, y así lo dice el Evangelio: “¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí!, mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”. Pero Él no le respondió nada”. Jesús “no le respondió nada”, dice el Evangelio; una prueba durísima de fe: alguien se dirige a Jesús, sabiendo que Él es Dios, implorándole piedad, exponiéndole un caso gravísimo, como es el de una posesión demoníaca, y Dios Hijo “no dice nada”, permanece en silencio.
Una primera prueba, y durísima, de fe. Pero la mujer cananea, lejos de sentirse rechazada, crece en la fe y continúa gritando e implorando piedad, tanto, que despierta la compasión de los discípulos de Jesús, quienes son los que interceden por ella: “Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos”. Pero cuando los discípulos le dicen que atienda su caso, Jesús le dice que no le va a conceder lo que le pide, porque Él “ha sido enviado solamente a las ovejas perdidas de Israel” y ella no es una oveja de Israel, porque es cananea, y esta es la segunda prueba, también durísima, de fe, porque es rechazada por segunda vez, en una petición de un asunto de grave urgencia y necesidad; sin embargo, la mujer, en vez de sentirse rechazada, cuando todo haría pensar que se desalentaría y que volvería las espaldas a Jesús y regresaría llorando, lamentando su desgracia, de un modo increíble, aumenta todavía más su fe y a la fe le agrega todavía una virtud, que es la humildad, porque esta vez, se postra en adoración ante Jesús, a la vez que le dice: “¡Señor, socórreme!”. Es decir, la mujer cananea, contra toda lógica humana, ante el doble rechazo de Jesús, no solo no se desespera, no solo no regresa, llorando desconsolada, porque su petición no ha sido escuchada, sino que acrecienta su fe en Jesús, a niveles que asombran al cielo mismo.
Con estas dos pruebas, la fe en Jesús de la mujer cananea era ya grande e inquebrantable y por eso podríamos pensar que Jesús ya podría concederle lo que le pedía; sin embargo, inexplicablemente, Jesús decide ir todavía más allá: a pesar de su fe, de su humildad y de su amor –quien tiene fe tiene humildad, y quien tiene humildad tiene amor-, Jesús quiere probar aún más su fe, y le dice algo que, si no hay humildad –y por lo tanto, amor-, el alma se retira, inmediatamente, ofendida-: “No está bien tirar el pan de los hijos para dárselo a los cachorros”.
Da aquí comienzo a la tercera prueba, que es la más fuerte de las tres, porque es la prueba más dura de todas, ya que es la prueba de la humillación, en donde la mujer cananea es comparada con un cachorro de perro, porque Jesús usa la figura de una familia en donde los hijos –los hebreos- se sientan a la mesa y comen pan –los milagros- , el cual no puede ser desperdiciado para ser dado a los cachorros –los cananeos, la mujer-.Jesús le está diciendo que no está bien dar el pan de los hijos -esto es, hacer un milagro, reservado para el Pueblo hebreo, que son los hijos- para dárselo a los cachorros –que son los paganos, en este caso, la mujer cananea-: de esta manera, está usando una escena familiar, un almuerzo, en la que los hijos son los hebreos y los paganos son los perros, y así dice que no está bien dar el pan que pertenece a los hijos para que coman los perros; es decir, Él no puede hacer un milagro –el exorcismo que ella le pide, porque está reservado al Pueblo Elegido- para hacerlo con los paganos, porque precisamente, no pertenecen al Pueblo Elegido.
La comparación es muy fuerte, porque compara a los paganos con los perros –suena fuerte decirlo, pero Jesús humilla a la mujer cananea, no porque sí, sino para fortalecerla en su fe, porque al mismo tiempo, le da la gracia para superar esa humillación-, pero la mujer cananea, lejos de ofenderse, supera la prueba de Jesús, y creciendo en la fe, en la humildad y en el amor, se humilla ante Jesús y le dice: “¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!”. La mujer cananea, asistida por la Sabiduría divina, toma de la misma figura familiar usada por Jesús, para hacerle ver que, a pesar de no pertenecer al Pueblo Elegido, también ella, siendo pagana, puede beneficiarse de un pequeño milagro, como lo es la expulsión de un demonio que ha tomado posesión del cuerpo de su hija. Ella no es hija, como los hebreos, y no puede beneficiarse de un gran milagro, pero sí es un cachorro, es decir, puede recibir un pequeño milagro, como lo es el exorcismo, la expulsión del demonio del cuerpo de su hija. Jesús, admirado de la fe de la mujer cananea, exclama: “Mujer, ¡qué grande es tu fe, que se cumpla tu deseo!”. Inmediatamente, el demonio que poseía el cuerpo de su hija, es expulsado por el poder divino de Jesús, y la hija de la mujer cananea se ve libre de esa presencia maligna.
“Mujer, ¡qué grande es tu fe!” Jesús alaba la fe de la mujer cananea, luego de probarla durísimamente por tres veces: frente a su petición, en la primera prueba, hace silencio; en la segunda prueba, le dice que no le va a conceder lo que le pide, porque no es digna; en la tercera prueba, le dice que es un perro; en cada una de las pruebas, la mujer cananea, ni se desespera, ni se indigna, ni se ofende, ni clama al cielo, ni insulta a Jesús, ni se va a otra religión, ni deja de creer en Él, ni reniega de Él: por el contrario, acrecienta su fe en su condición divina, en su condición de Hombre-Dios; dice en su interior: “Jesús, yo creo que Tú eres el Hombre-Dios, el Salvador, y Te amo por ser lo que eres, y no por lo que das”. La mujer cananea es modelo de fe y de amor en Jesús porque ama a Jesús por lo que es, no por lo que da, aunque le pide lo que puede dar, que es la salud y la salvación.
“Mujer, ¡qué grande es tu fe!”. Porque la mujer cananea es modelo de fe, es que tenemos que preguntarnos: si Jesús viniera hoy y nos pusiera a prueba en nuestra fe en su Presencia eucarística; ¿podría decir de cada de uno de nosotros, lo mismo que dice de la fe de la mujer cananea? ¿Creemos realmente que Jesús está Presente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Eucaristía? ¿Nuestra fe en la Presencia real de Jesús, es tan fuerte como la fe de la mujer cananea? ¿Resistiría nuestra fe –nuestro amor a Jesús-, la fe que tenemos hoy, en este momento, la triple prueba, incluida la humillación, a la que la sometió el mismo Jesús en Persona, a la mujer cananea? Si nuestra respuesta es “no”, entonces, tenemos que pedirle a la mujer cananea, que con toda seguridad está en el cielo, que interceda por nosotros, para que nuestra fe en la Presencia real de Jesús en la Eucaristía posea, al menos, una mínima parte de la grandeza de la fe que ella tuvo en el Evangelio.

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