Jesús y la mujer cananea
(Pieter Lastman, 1617)
(Domingo
XX - TO - Ciclo A – 2014)
(Domingo
XX - TO - Ciclo A – 2014)
“Mujer, ¡qué grande es tu fe!” (Mt 19, 16-22). Una mujer cananea -es
decir, pagana, no hebrea, y por lo tanto, no perteneciente al Pueblo Elegido-,
acude a Jesús a implorarle por su hija, que está endemoniada. Lo que nos dice
la escena evangélica es que, por un lado, la mujer distingue muy bien entre una
simple enfermedad del cuerpo y la posesión diabólica, puesto que sabe reconocer
la presencia del demonio –“Mi hija está terriblemente atormentada por un
demonio”-; por otro lado, sabe bien que Jesús es el único que tiene poder de
expulsar demonios porque, o ha visto ya a Jesús realizar exorcismos, o ha oído
hablar de Él, o lo ha visto hacer milagros, ya que se dirige a Él con un título
de majestad, que indica ascendencia divina: “Señor, Hijo de David”.
Lo
que demuestra con esta actitud la mujer cananea, es que su fe en el poder
divino de Jesús es inquebrantable y es muy grande, y es tan grande, que
terminará siendo alabada por el mismo Jesús. La grandeza de su fe se agiganta
no solo por el hecho de ser ella pagana, es decir, de no pertenecer al Pueblo
Elegido, sino por el hecho de ser puesta a prueba nada menos que por el mismo
Hombre-Dios Jesucristo, y no una, sino tres veces, y en las tres veces en las
que su fe es puesta a prueba por Jesús, en las tres, sale airosa. En otras
palabras, Jesús alaba la fe de la mujer cananea, no solo porque ella es pagana
y cree en Él, en cuanto Hombre-Dios, sino porque Él mismo la pone a prueba tres
veces, y las tres veces, supera la prueba de una forma rotunda y victoriosa.
La
mujer cananea, siendo ella pagana, demuestra poseer más fe en Jesús en cuanto
Hombre-Dios, que muchos de los hebreos y demuestra la fortaleza de esa fe en
tres ocasiones, siendo cada ocasión más fuerte que la otra: en la primera
prueba, la fe de la mujer debe sortear el silencio inaudito de Jesús, porque a
pesar de que ella le implora con gritos, pidiéndole piedad y exponiéndole una
situación de extrema gravedad, como lo es la posesión demoníaca, Jesús permanece
en silencio, y así lo dice el Evangelio: “¡Señor, Hijo de David, ten piedad de
mí!, mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”. Pero Él no le
respondió nada”. Jesús “no le respondió nada”, dice el Evangelio; una prueba
durísima de fe: alguien se dirige a Jesús, sabiendo que Él es Dios,
implorándole piedad, exponiéndole un caso gravísimo, como es el de una posesión
demoníaca, y Dios Hijo “no dice nada”, permanece en silencio.
Una
primera prueba, y durísima, de fe. Pero la mujer cananea, lejos de sentirse
rechazada, crece en la fe y continúa gritando e implorando piedad, tanto, que
despierta la compasión de los discípulos de Jesús, quienes son los que
interceden por ella: “Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos”.
Pero cuando los discípulos le dicen que atienda su caso, Jesús le dice que no
le va a conceder lo que le pide, porque Él “ha sido enviado solamente a las
ovejas perdidas de Israel” y ella no es una oveja de Israel, porque es cananea,
y esta es la segunda prueba, también durísima, de fe, porque es rechazada por
segunda vez, en una petición de un asunto de grave urgencia y necesidad; sin
embargo, la mujer, en vez de sentirse rechazada, cuando todo haría pensar que
se desalentaría y que volvería las espaldas a Jesús y regresaría llorando,
lamentando su desgracia, de un modo increíble, aumenta todavía más su fe y a la
fe le agrega todavía una virtud, que es la humildad, porque esta vez, se postra
en adoración ante Jesús, a la vez que le dice: “¡Señor, socórreme!”. Es decir,
la mujer cananea, contra toda lógica humana, ante el doble rechazo de Jesús, no
solo no se desespera, no solo no regresa, llorando desconsolada, porque su
petición no ha sido escuchada, sino que acrecienta su fe en Jesús, a niveles
que asombran al cielo mismo.
Con
estas dos pruebas, la fe en Jesús de la mujer cananea era ya grande e
inquebrantable y por eso podríamos pensar que Jesús ya podría concederle lo que
le pedía; sin embargo, inexplicablemente, Jesús decide ir todavía más allá: a
pesar de su fe, de su humildad y de su amor –quien tiene fe tiene humildad, y
quien tiene humildad tiene amor-, Jesús quiere probar aún más su fe, y le dice
algo que, si no hay humildad –y por lo tanto, amor-, el alma se retira,
inmediatamente, ofendida-: “No está bien tirar el pan de los hijos para dárselo
a los cachorros”.
Da
aquí comienzo a la tercera prueba, que es la más fuerte de las tres, porque es
la prueba más dura de todas, ya que es la prueba de la humillación, en donde la
mujer cananea es comparada con un cachorro de perro, porque Jesús usa la figura
de una familia en donde los hijos –los hebreos- se sientan a la mesa y comen
pan –los milagros- , el cual no puede ser desperdiciado para ser dado a los
cachorros –los cananeos, la mujer-.Jesús le está diciendo que no está bien dar
el pan de los hijos -esto es, hacer un milagro, reservado para el Pueblo
hebreo, que son los hijos- para dárselo a los cachorros –que son los paganos,
en este caso, la mujer cananea-: de esta manera, está usando una escena
familiar, un almuerzo, en la que los hijos son los hebreos y los paganos son
los perros, y así dice que no está bien dar el pan que pertenece a los hijos
para que coman los perros; es decir, Él no puede hacer un milagro –el exorcismo
que ella le pide, porque está reservado al Pueblo Elegido- para hacerlo con los
paganos, porque precisamente, no pertenecen al Pueblo Elegido.
La
comparación es muy fuerte, porque compara a los paganos con los perros –suena
fuerte decirlo, pero Jesús humilla a la mujer cananea, no porque sí, sino para fortalecerla
en su fe, porque al mismo tiempo, le da la gracia para superar esa
humillación-, pero la mujer cananea, lejos de ofenderse, supera la prueba de
Jesús, y creciendo en la fe, en la humildad y en el amor, se humilla ante Jesús
y le dice: “¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la
mesa de sus dueños!”. La mujer cananea, asistida por la Sabiduría divina, toma
de la misma figura familiar usada por Jesús, para hacerle ver que, a pesar de
no pertenecer al Pueblo Elegido, también ella, siendo pagana, puede
beneficiarse de un pequeño milagro, como lo es la expulsión de un demonio que
ha tomado posesión del cuerpo de su hija. Ella no es hija, como los hebreos, y
no puede beneficiarse de un gran milagro, pero sí es un cachorro, es decir,
puede recibir un pequeño milagro, como lo es el exorcismo, la expulsión del
demonio del cuerpo de su hija. Jesús, admirado de la fe de la mujer cananea,
exclama: “Mujer, ¡qué grande es tu fe, que se cumpla tu deseo!”.
Inmediatamente, el demonio que poseía el cuerpo de su hija, es expulsado por el
poder divino de Jesús, y la hija de la mujer cananea se ve libre de esa
presencia maligna.
“Mujer,
¡qué grande es tu fe!” Jesús alaba la fe de la mujer cananea, luego de probarla
durísimamente por tres veces: frente a su petición, en la primera prueba, hace
silencio; en la segunda prueba, le dice que no le va a conceder lo que le pide,
porque no es digna; en la tercera prueba, le dice que es un perro; en cada una
de las pruebas, la mujer cananea, ni se desespera, ni se indigna, ni se ofende,
ni clama al cielo, ni insulta a Jesús, ni se va a otra religión, ni deja de
creer en Él, ni reniega de Él: por el contrario, acrecienta su fe en su condición
divina, en su condición de Hombre-Dios; dice en su interior: “Jesús, yo creo
que Tú eres el Hombre-Dios, el Salvador, y Te amo por ser lo que eres, y no por
lo que das”. La mujer cananea es modelo de fe y de amor en Jesús porque ama a
Jesús por lo que es, no por lo que da, aunque le pide lo que puede dar, que es
la salud y la salvación.
“Mujer,
¡qué grande es tu fe!”. Porque la mujer cananea es modelo de fe, es que tenemos
que preguntarnos: si Jesús viniera hoy y nos pusiera a prueba en nuestra fe en
su Presencia eucarística; ¿podría decir de cada de uno de nosotros, lo mismo
que dice de la fe de la mujer cananea? ¿Creemos realmente que Jesús está
Presente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Eucaristía? ¿Nuestra fe
en la Presencia real de Jesús, es tan fuerte como la fe de la mujer cananea?
¿Resistiría nuestra fe –nuestro amor a Jesús-, la fe que tenemos hoy, en este
momento, la triple prueba, incluida la humillación, a la que la sometió el
mismo Jesús en Persona, a la mujer cananea? Si nuestra respuesta es “no”,
entonces, tenemos que pedirle a la mujer cananea, que con toda seguridad está
en el cielo, que interceda por nosotros, para que nuestra fe en la Presencia
real de Jesús en la Eucaristía posea, al menos, una mínima parte de la grandeza
de la fe que ella tuvo en el Evangelio.
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