(Domingo V - TC - Ciclo B – 2015)
“Cuando Yo sea
levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia Mí” (Jn 12, 20-33).
Jesús está claramente profetizando acerca de su Pasión y Muerte en cruz: cuando
Él sea “levantado en alto”, es decir, cuando sea crucificado, “atraerá a todos
hacia Él”, y así se dará cumplimiento a sus palabras, de que el grano de trigo
tiene que caer en tierra y morir para dar fruto, porque Él en la cruz, es el
grano de trigo que muere y da el fruto de la Resurrección. Jesús en la cruz es
el grano de trigo que muere, porque Él muere real y verdaderamente en la cruz
el Viernes Santo, y da fruto, el fruto de la Resurrección, porque resucita,
lleno de la vida y de la gloria divina, para ya no morir más, el Domingo de
Resurrección.
“Cuando Yo sea
levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia Mí”. Cuando Jesús sea
crucificado, levantado en alto, sobre la tierra, atraerá a todos hacia Él.
Cuando Jesús dice esto, no se está refiriendo solamente a quienes asistirán,
ese día, el 14 del mes de Nissan, el Viernes Santo, el día de su crucifixión;
Jesús tampoco está diciendo que atraerá con la mirada a quienes asistan a la
crucifixión, así como cuando alguien tiene que levantar la cabeza para mirar a
lo alto, al asistir a un evento como el del Calvario; es decir, no habla de un
movimiento meramente corporal. Cuando Jesús dice: “Cuando Yo sea levantado en
alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia Mí”, está hablando de un evento
sobrenatural, la crucifixión del Hombre-Dios, que sobrepasa absolutamente la
capacidad de comprensión de nuestra razón; la crucifixión de Jesús, el
Hombre-Dios, es un evento que se extiende horizontalmente, hacia adelante y
hacia atrás de Él en el tiempo, en la historia, porque abarca a toda la
historia de la humanidad, y se extiende verticalmente, porque une al cielo con
la tierra, y esa es la razón por la cual la atracción de la que habla Jesús, no
es el mero movimiento corporal de levantar la cabeza para contemplar a alguien
que está más alto, elevado en un cruz, sino que la atracción a la que se
refiere Jesús, es un movimiento eminentemente espiritual, ejercido por la
acción divina sobre las almas.
Es
decir, la “atracción” que generará Jesús, cuando Él sea levantado en lo alto
sobre la tierra, será hacia absolutamente todos los hombres de todos los
tiempos, y los atraerá hacia sí mismo, en el Calvario, hacia su Sagrado Corazón
traspasado. Jesús, una vez crucificado y elevado a lo alto, sobre la tierra, en
el Monte Calvario, se elevará como un gigante, que atraerá hacia sí a toda la
humanidad, espiritualmente, en el tiempo y en el espacio. Para poder darnos una
idea de cómo es esta atracción, podemos imaginarnos a un gigantesco imán que,
puesto en un lugar alto, atrae hacia sí, con una fuerza irresistible, a
diminutas partículas de hierro. ¿Cuál es la fuerza que, brotando del Sagrado
Corazón de Jesús, tendrá la potencia suficiente –y todavía más-, para atraer
hacia el Corazón de Jesús, a cientos de miles de millones de hombres? Esa
fuerza misteriosa, que funcionará como un poderosísimo imán que atraerá a las
almas hacia Jesús crucificado, será el Espíritu Santo, el Amor Divino, y el
momento en el que dará inicio la atracción, será el lanzazo del soldado romano,
que traspasará el Costado de Jesús, porque el acero de la lanza, traspasará el
Sagrado Corazón, dejando escapar su contenido, la Sangre y el Agua, y como en
la Sangre y en el Agua inhabita el Espíritu Santo, cuando se produzca la
efusión del Sagrado Corazón, se producirá la efusión del Espíritu Santo,
continuación y prolongación de la espiración que del Espíritu hacen el Padre y
el Hijo en la eternidad.
“Cuando Yo sea
levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia Mí”. Cuando Jesús sea
levantado sobre lo alto, su Corazón será traspasado por la lanza, y como su
Sagrado Corazón traspasado es la Puerta abierta del cielo, que conduce
directamente al seno del Padre, quien sea atraído por Jesús crucificado, por su
Corazón traspasado, será conducido, por el Espíritu Santo, al Reino de los
cielos, al seno del eterno Padre.
Ahora bien, si es
verdad que la fuerza que atraerá a los hombres hacia Jesucristo es la fuerza
del Amor Divino, no es menos cierto que esa fuerza, por más potente que sea, no
atraerá a quien no se deje, libre y voluntariamente, atraer, porque el hombre
es un ser libre, y Dios no hará entrar a nadie forzadamente en el cielo; por lo
tanto, será atraído quien se acerque a Jesucristo crucificado y se arrodille
ante Él con un corazón contrito y arrepentido, es decir, quien libremente se
deje atraer por el Amor de su Sagrado Corazón traspasado. Solo quien contemple
a Jesús crucificado con contrición de corazón y con amor, será atraído por la
poderosísima fuerza del Amor Divino; quien no lo contemple en la cruz con estas
disposiciones, no se sentirá atraído por el Amor de Dios.
“Cuando Yo sea levantado en alto sobre la
tierra, atraeré a todos hacia Mí”. La fuerza centrífuga de atracción, que se
desencadenó sobre el mundo en el Viernes Santo, en el Monte Calvario, con la
crucifixión de Jesús, al ser levantado en lo alto Jesús en la cruz, continúa
actuando en los corazones en cada Santa Misa, cuando el sacerdote eleva la
Hostia consagrada sobre el altar eucarístico, el Nuevo Monte Calvario. Solo
quien contemple a Jesús Eucaristía con contrición de corazón y con amor, será
atraído por la poderosísima fuerza del Amor Divino; quien no lo contemple en la
Eucaristía con estas disposiciones, no se sentirá atraído por el Amor de Dios.
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