"Epulón y Lázaro"
(Juan de Sevilla)
“El
rico murió y fue al lugar del tormento; el pobre murió y fue al cielo” (Lc 16, 19-31). En este Evangelio, Jesús
nos revela, con toda claridad, la existencia del Infierno y del Cielo (el
Purgatorio es el paso previo al cielo) en la vida ultraterrena. La parábola
trata de dos hombres, uno rico y otro pobre: el rico, al morir, se condena en el
infierno; el pobre, al morir, se salva. El Evangelio debe ser interpretado a la
luz de la fe de la Iglesia, porque de lo contrario, se corre el riesgo de
interpretar, no sobrenaturalmente las palabras de Jesús, sino utilizarlas para
diversas ideologías socialistas y materialistas, contrarias al Evangelio. Debemos prestar mucha atención a la parábola, porque narra
el destino ultraterreno de dos personas, destino que está en relación directa a
dos cosas: la utilización de los bienes materiales, y la conformidad con la
Voluntad de Dios. En otras palabras, el rico se condena en el infierno no por
el mero hecho de ser rico en bienes materiales, sino por el uso egoísta de esos
bienes, puesto que no es capaz de auxiliar al pobre que, herido y enfermo,
cubierto de llagas, pasa hambre y toda clase de necesidades, y estando al
alcance de su mano –el mendigo está a la puerta de su casa- la posibilidad de
socorrer a su prójimo, no lo hace. Con esto demuestra un corazón apegado a los
bienes materiales y a sus propias pasiones, porque prefiere satisfacerse a sí
mismo, antes que socorrer a su hermano. Ésta es entonces la causa de la
condenación del rico: el uso egoísta de su riqueza, y no la riqueza en sí
misma. Existen numerosísimos casos de santos, a lo largo de la historia de la
Iglesia, que fueron muy ricos en bienes materiales, y sin embargo se salvaron, porque
no los utilizaron egoístamente para sí, sino que los compartieron con los más
necesitados. El Beato Pier Giorgio Frassatti, hijo de uno de los más
acaudalados hombres de Italia, es un ejemplo; los reyes católicos de España, la
reina Isabel de Hungría y los reyes y nobles de muchos otros países europeos,
son también valiosísimos ejemplos de cómo para estos santos, siendo ricos en posesiones
terrenas, utilizaron esas posesiones en beneficio de sus hermanos.
A
su vez, el pobre no se salva por el mero hecho de ser pobre, porque se puede
ser pobre y tener un corazón avaro: se salva porque, en su desgracia humana –pobreza,
enfermedad-, no se queja contra Dios ni se enoja con su prójimo rico que no lo
quiere socorrer; se salva porque acepta con amor y mansedumbre la Voluntad
Divina, que ha permitido que “reciba males” en esta vida, como lo dice Jesús en
la parábola, para luego recibir la verdadera riqueza, la salvación eterna en el
Reino de los cielos. El pobre se salva por su fe, por su mansedumbre y por su
amor a la Voluntad de Dios.
Ésta
es la interpretación según la fe de la Iglesia Católica; interpretar de otro
modo, pensando que el rico se condena por ser rico y que el pobre se salva por
ser pobre, es alejarse en dirección diametralmente opuesta al Evangelio de
Jesús.
“El
rico murió y fue al lugar del tormento; el pobre murió y fue al cielo”. En nuestras
manos y libre decisión está nuestra salvación eterna o nuestra condenación: si siendo
ricos usamos nuestros bienes materiales no de modo egoísta, sino como meros
administradores que con esos bienes socorren a sus hermanos, nos salvaremos; si
siendo pobres y aceptamos la Voluntad de Dios y bendecimos a nuestros hermanos,
nos salvaremos. Ésa es la enseñanza de la parábola de Jesús.
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