viernes, 25 de agosto de 2017

“Amarás a Dios y a tu prójimo como a ti mismo”


“Amarás a Dios y a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22,34-40). Un doctor de la ley le pregunta a Jesús cuál es el mandamiento más importante, y Jesús le responde: “Amarás a Dios y a tu prójimo como a ti mismo”. Ahora bien, se podría preguntar uno cuál es la diferencia con el Antiguo Testamento, puesto que los judíos conocían el mismo Mandamiento. Si no hay diferencias, entonces no hay diferencias con el Nuevo Testamento, al menos en algo tan importante como los Mandamientos y, dentro de estos, el más importante de todos, el Primero.
Podemos decir que sí hay diferencias y aunque la formulación sea la misma, la diferencia es tan radical, que con toda razón podemos decir que nos encontramos frente a un mandamiento “verdaderamente nuevo”. ¿Cuál es la diferencia? Que en el Antiguo Testamento se mandaba, sí, amar a Dios y al prójimo como a uno mismo, pero se entendía como “prójimo”, sólo aquel que compartía la religión hebrea, y el amor con el que se mandaba amar –a Dios, al prójimo y a uno mismo-, era el solo amor humano, con todas sus limitaciones e imperfecciones.
A partir de Jesús, el Mandamiento, en su formulación, sigue siendo el mismo, pero en su esencia, cambia radicalmente, puesto que el amor –esencia del Primer Mandamiento- con el que se manda amar a Dios, al prójimo y a uno mismo, ya no es el simple amor humano, contaminado por el pecado original, sino un nuevo amor, formado a su vez por dos amores: es el amor humano purificado del pecado por la gracia y por lo tanto divinizado, y es el mismo Amor Divino que, por la gracia, se une a este amor humano purificado y divinizado, hecho partícipe del Amor Divino y a tal punto, que se puede decir que este amor nuevo humano, hecho posible por la gracia santificante, se hace uno solo con el mismo Amor de Dios. Es con este Amor de Dios, que es la Persona Tercera de la Trinidad, el Espíritu Santo, con el que los cónyuges católicos se hicieron santos; con el que los mártires católicos dieron sus vidas por Cristo y por sus verdugos; con el que los santos de todos los tiempos vivieron las virtudes sobrenaturales en grado heroico. Es este Amor con el cual los santos, pese a que su naturaleza humana caída les decía, con su conciencia, que decidieran por sí mismos, vencieron a la naturaleza humana caída, se vencieron a sí mismos y se convirtieron en santos.
“Amarás a Dios y a tu prójimo como a ti mismo”. Si los católicos –especialmente los cónyuges- vivieran en el Amor de Dios que se deriva da la participación, por la gracia, de la Vida misma de Dios, que “es Amor”, no existirían las infidelidades, las separaciones, los divorcios, las nuevas uniones. Sostener lo contrario, que no se puede amar con el Amor de Dios al que da acceso la gracia, es herejía.



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