(Domingo
XXI - TO - Ciclo A – 2017)
“Tú
eres... el Hijo del Dios vivo” (Mt
16, 13-20). Ante la pregunta de Jesús acerca de quién dice la gente que es Él,
sólo Pedro responde de modo correcto: “Tú eres el Hijo de Dios vivo”. Sólo
Pedro responde que Jesús es el Hijo de Dios encarnado, esto es, el Hombre-Dios.
Pero no es una respuesta que Pedro la haya formulado siguiendo sus propios
razonamientos; no es una respuesta dada por una deducción de su inteligencia:
es una respuesta dada por el mismo Espíritu Santo, tal como Jesús se lo dice:
“Y Jesús le dijo: “Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha
revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo”. Inmediatamente
después de aclararle a Pedro que lo que él sabe acerca de Él lo sabe por el
Espíritu Santo, es decir, que Jesús es Dios Hijo encarnado y no un simple
hombre, Jesús lo nombra su Vicario en la tierra y la “Piedra” sobre la que Él
fundará su Iglesia, prometiendo que la Iglesia que Él ha de fundar sobre esta
Roca que es Pedro, el Papa, no sucumbirá ante los ataques del Infierno: “Y yo
te digo: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder
del Infierno no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los
Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que
desates en la tierra, quedará desatado en el cielo””. La afirmación de Jesús
lleva implícitas numerosas verdades sobrenaturales, las cuales son imprescindibles
de conocer, puesto que constituyen el fundamento de nuestra Fe católica. Estas verdades
son: que la fe de Pedro en Él en cuanto Hombre-Dios, proviene del Espíritu
Santo y por lo tanto, las verdades sobrenaturales absolutas acerca de Dios,
como el ser Uno y Trino y que la Segunda Persona se encarnó por obra del
Espíritu Santo y por Voluntad del Padre, son imposibles de conocer por simple
razonamiento y sólo pueden ser conocidas por revelación divina, de lo cual se
deduce que todo el contenido dogmático de la Iglesia Católica se origina en
Dios Trino y no en la mente humana; otra verdad de fe que se desprende de las
afirmaciones de Jesús es que Pedro, el Papa, es Vicario, en cuanto reconoce a
Cristo como la Verdad de Dios encarnada, como el Logos del Padre hecho hombre,
pero sin dejar de ser Dios como el Padre; otra verdad es que la Iglesia
Católica es de institución divina y no humana –a diferencia, por ejemplo, de la
Iglesia Protestante, que es de institución humana, pues la fundó Lutero-,
porque es Cristo quien la funda sobre la Piedra que es Pedro, al tiempo que el
Papado es fundado sobre Cristo; otra verdad sobrenatural es que la Iglesia
Católica, que es Una, Santa, Católica y Apostólica, no será derrotada por las
fuerzas del Infierno, lo cual anticipa y previene acerca de la dura batalla que
se librará, en la tierra y en el tiempo, hasta el fin de los tiempos, entre la
Iglesia del Hombre-Dios, Jesucristo, y las fuerzas del Infierno, y si bien esta
batalla parecerá ganada por el Infierno –no hay que olvidar que es un sacerdote
poseso, un sacerdote endemoniado, Judas Iscariote, nombrado sacerdote por
Jesucristo, por quien Jesús fue traicionado, arrestado y sentenciado a muerte,
por lo que, desde la fundación misma de la Iglesia, el Infierno busca
destruirla, apareciendo el Infierno, ya desde el inicio, como venciendo
aparentemente-, Jesús promete su asistencia divina, de manera tal que nunca
prevalecerán los enemigos externos e internos, los cuales serán derrotados
definitivamente en la Segunda Venida gloriosa de Nuestro Señor.
“Tú
eres... el Hijo del Dios vivo”. Así como Jesús le pregunta a Pedro acerca de
quién es Él, también Jesús nos pregunta, desde la Eucaristía, quién creemos
nosotros que es Él, y nos lo pregunta cada vez que acudimos a recibir la
Comunión: “Tú, que te acercas a comulgar, ¿sabes quién Soy Yo en la Eucaristía?”.
Nos lo pregunta cada vez que adoramos la Eucaristía: “Tú, que me adoras en la
Eucaristía, ¿sabes quién Soy Yo?”. Nos lo pregunta cuando no asistimos a la
Santa Misa; nos lo pregunta cuando no asistimos a la Adoración Eucarística; nos
lo pregunta cuando abandonamos la Confesión y la Eucaristía por pasatiempos
mundanos; nos lo pregunta, cuando hacemos prevalecer los criterios de
razonamientos humanos por encima de sus Mandamientos: “Tú, que abandonas mi
Iglesia y desprecias mis Mandamientos, ¿sabes quién Soy Yo en la Eucaristía?”.
Nos lo pregunta, porque muchos, por el modo de vestir, de hablar en la Iglesia;
por el modo de comulgar, por el modo de tratar sin caridad y sin piedad a sus
prójimos luego de comulgar, parecen no saber que Jesús en la Eucaristía es el
Hijo de Dios encarnado, es el Hombre-Dios, hecho hombre sin dejar de ser Dios,
para comunicarnos su Amor substancial, el Espíritu Santo, en cada comunión.
Muchos, por el destrato que dan a la Eucaristía, parecerían que creen que la
Eucaristía es sólo un trozo de pan consagrado y no el Verbo Eterno de Dios, encarnado
en el seno virgen de María y que prolonga su Encarnación en la Eucaristía. Por
el trato indigno que muchos dan a la Eucaristía, es que Jesús nos pregunta:
“¿Quién crees que Soy Yo, en la Eucaristía?”. Y la única respuesta correcta es
la del primer Papa, Simón Pedro, respuesta sobre la que se asienta la Fe de la
Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica, hasta el Día del Juicio Final: “Tú
eres... el Hijo del Dios vivo”. Pero no basta con confesar que Jesús es el Hijo de Dios encarnado; debemos confesar y proclamar que Jesús es el Hijo de Dios encarnado que prolonga su Encarnación en la Eucaristía; debemos proclamar, con obras de misericordia más que con palabras: "Jesús es el Dios de la Eucaristía". Entonces, ante la pregunta de Jesús, que desde la
Eucaristía nos dirige, a todos y cada uno de nosotros: “¿Y tú, hijo mío, quién
dices que soy?”, nosotros, parafraseando a Pedro, el Primer Papa, e iluminados
por el Espíritu Santo y en la Fe de la Única Iglesia del Cordero, decimos: “Jesús, Tú eres en la Eucaristía el Hijo de Dios vivo, Tú eres el Dios
de la Eucaristía”.
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