(Domingo
XX - TO - Ciclo A – 2017)
“Hija,
tu fe te ha salvado, vete en paz” (Mt
15, 21-28). Una mujer cananea, cuya hija está endemoniada, se acerca a Jesús,
implorándole que la libere de la posesión maligna: "¡Señor, Hijo de David,
ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio". La
actitud de Jesús hacia la mujer cananea es, ante todo, llamativa, porque si hay
algo que caracteriza su misión, es el realizar milagros de todo tipo, además de
exorcismos, como forma de probar que lo que Él dice de sí mismo, que es Dios
Hijo, es verdad. Sin embargo, ante la mujer cananea, Jesús no parece ni
siquiera conmoverse ante su pedido, porque en un primer momento, “no responde
nada”, como si no hubiera escuchado la súplica de la mujer: “Pero él no le
respondió nada”. Sólo cuando sus discípulos interceden –y aparentemente, no por
caridad, sino porque los molesta con sus gritos, es que Jesús se dirige a la
mujer: Sus discípulos se acercaron y le pidieron: "Señor, atiéndela,
porque nos persigue con sus gritos".
Pero tampoco aquí parece Jesús querer satisfacer el pedido
de la mujer y el argumento es que ella es pagana, es decir, no pertenece al
Pueblo Elegido, los hebreos: "Yo he sido enviado solamente a las ovejas
perdidas del pueblo de Israel". Esta primera negativa de Jesús no solo no
amedrenta a la mujer, sino que le da aún más fuerzas, para dirigirse a Jesús
como lo que es, Dios Hijo encarnado, puesto que renueva su pedido pero esta
vez, postrándose ante Él, en señal de adoración: “Pero la mujer fue a postrarse
ante él y le dijo: “¡Señor, socórreme!””.
Tampoco esta actitud parece conmover a Jesús, porque le
responde de una manera tal, que la trata, indirectamente, como a un “cachorro”,
es decir, como a un perro. Las palabras de Jesús, bien entendidas, son
sumamente duras en confrontación con la mujer: “Jesús le dijo: "No está
bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros”. Jesús le está
diciendo, directamente, que los destinatarios principales de sus milagros son
los hebreos, que son los hijos, mientras que los paganos, como ella, son como
cachorros de perros, que se alimentan solo de migajas, y después que los hijos
han comido bien. Tampoco esta humillación del Hombre-Dios a la mujer cananea la
amedrenta; al contrario, la vuelve todavía más humilde. La mujer, lejos de
ofenderse por haber sido tratada como un “cachorro de animal”, utiliza la misma
figura que utiliza Jesús, para demostrar su fe y su amor a Jesús, puesto que su
respuesta se explica solo por la fe y el amor que profesa a Jesús: “Ella
respondió: "¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen
de la mesa de sus dueños!". Es decir, la mujer cananea no solo no se
ofende al haber sido tratada -si bien implícitamente y no directamente- con un
cachorro de animal, con un perro, sino que acepta este trato que Jesús le da,
para continuar luego con su pedido. Es como si dijera: “Está bien, Señor,
reconozco que no soy digna de recibir tus milagros, porque soy pagana y no
pertenezco al Pueblo Elegido; reconozco que soy como esos cachorritos de
perros, que comen sólo las migajas que les dan sus amos, pero te lo suplico, Tú
eres Dios, Tú tienes el poder de liberar a mi hija, te suplico, concédeme esta
migaja, este milagro, que es nada en comparación a tu poder, y libera a mi hija
de la posesión demoníaca”. Es aquí cuando Jesús, que había hecho todo esto sólo
para probarla en su fe, pues estaba desde un inicio dispuesto a concederle lo
que le pedía, le concede, por haber superado la prueba, lo que le pedía, que
era un exorcismo a su hija, y la libera de la posesión demoníaca: “Entonces
Jesús le dijo: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu
deseo!". Y en ese momento su hija quedó curada”.
El episodio evangélico nos deja muchísimas enseñanzas y
aparte de Jesús, la que nos enseña es la mujer cananea, y veamos por qué. La mujer
cananea demuestra poseer sabiduría y discernimiento de espíritus, porque se da
cuenta que su hija no está enferma, ni imagina cosas, sino que es un demonio,
un ángel caído, quien la atormenta. Muchos racionalistas, negadores de la vida
sobrenatural, minimizan o anulan el obrar demoníaco, haciendo pasar por enfermedades
psiquiátricas lo que es una verdadera posesión demoníaca. Son signos de
posesión demoníaca el hablar con voz gutural, el conocer cosas ocultas, sobre
todo pasadas; el hablar idiomas desconocidos; el poseer fuerza sobrehumana; el
odiar todo lo que sea sagrado y pertenezca a Dios, como su Nombre, por ejemplo;
el odiar, tanto a Dios como al prójimo –de ahí que el odio sea pecado mortal-;
el poseer habilidades sobrehumanas, como caminar por las paredes, hacer bajar
la temperatura ambiental, etc. La mujer cananea se da cuenta, porque es capaz
de hacer un excelente discernimiento de espíritus, que su hija está poseída por
un demonio, descartando de raíz que se trate de alguna enfermedad o de
sugestión imaginativa.
Otro ejemplo que nos da la mujer cananea es su fe en
Jesucristo, pero la verdadera fe, que es la fe de la Iglesia Católica: cree en
Jesús como Dios, como Hombre-Dios, porque lo trata como a Dios, diciéndole
Señor, hijo de David, e implorando piedad. Cree en Jesús como Dios Hombre,
porque se postra en adoración ante Él, y porque cree que tiene efectivamente el
poder divino, que como Dios le corresponde, para exorcizar a su hija
endemoniada, y esto con solo quererlo y estando aún a la distancia.
Confía en la misericordia divina, porque pide auxilio a
Jesús en cuanto Dios: “¡Señor, socórreme!”. Este es un primer ejemplo, de
verdadera fe en Jesucristo. Dice San Beda el Venerable: “El evangelio nos
muestra aquí la fe grande, la paciencia y la humildad de la cananea... Esta
mujer tenía una paciencia realmente poco común”[1].
La mujer cananea nos da ejemplo de humildad, porque no solo
no se ofende cuando es tratada como “cachorro de perro” por el hecho de ser
ella pagana y no hebrea, sino que acepta humildemente esta acepción de Jesús, y
la utiliza para contra-argumentar a su favor, implorando todavía con más
fuerzas su pedido de auxilio a Jesús. No le importa que la llamen “cachorro de
perra”, y que solo sea digna de recibir migajas: confía tanto en Dios y lo ama
tanto, que para ella, esas migajas, esos pequeños milagros, como la expulsión
de un demonio, serán para ella el más delicioso de los manjares.
La
mujer cananea nos da ejemplo de esperanza, porque cree más allá de toda
dificultad, incluso dificultades que son puestas por el mismo Jesús. Estas
dificultades, como hemos podido ver, no solo no le hacen disminuir la fe, sino
que la fortalecen cada vez más, y por eso es modelo de esperanza en el Amor de
Dios.
La mujer cananea nos da ejemplo de caridad, es decir, de
amor sobrenatural, tanto a Dios como al prójimo: demuestra que ama a Dios no
con amor humano, sino con amor sobrenatural, porque no se siente ofendida por
el trato que le da Dios en Persona; por el contrario, lo ama aún más, y es
ejemplo de amor sobrenatural hacia su hija, porque no duda en humillarse ante
Dios, para salvarla del poder del demonio.
La mujer cananea es ejemplo, entonces, de humildad, de fe,
de esperanza, de caridad. Cuando como malos cristianos actuemos con soberbia,
acordémonos de la humillación de la mujer cananea; cuando como malos cristianos
no creamos en la existencia y actuación del demonio y no tengamos en cuenta que
el odio, la falta de perdón, la soberbia, son pecados que nos hacen participar
del odio y de la soberbia demoníaca, acordémonos de la sabiduría celestial de
la mujer cananea, que le permite hacer un excelente discernimiento de
espíritus, detectando la presencia del Enemigo de las almas, la Serpiente
Antigua, Satanás; cuando como malos cristianos desfallezcamos en la esperanza,
a causa de las pruebas y tribulaciones que con la permisión divina se nos
pueden presentar, acordémonos de la mujer cananea; cuando como malos cristianos
actuemos con un corazón frío, vacío de amor hacia Dios y el prójimo,
acordémonos de la caridad de la mujer cananea; cuando como malos cristianos
dudemos de la Presencia viva, real, substancial y verdadera de Jesús en la
Eucaristía, acordémonos de la mujer cananea, y postrándonos ante Jesús
Eucaristía, pidamos perdón por nuestra soberbia, por nuestra falta de
esperanza, por nuestra falta de caridad, por nuestra falta de fe, y roguemos a la
mujer cananea, que con toda seguridad está en el cielo, para que interceda ante
Jesús y nos conceda la gracia de imitarla en alguna de sus numerosas virtudes,
pero sobre todo, en su fe y amor hacia Jesús, el Hombre-Dios.
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