El siervo malvado no piensa en la Venida de su Señor, porque no le importa, ni su Juicio Particular, ni el Juicio Final, y por eso le tiene sin cuidado vivir o no en gracia.
“Estén
preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada” (Lc 12, 39-48). Con la parábola de un
hombre que está preparado porque sabe que el ladrón ha de llegar en algún
momento, y con la parábola del administrador fiel, que también sabe que su
señor ha de llegar en el momento menos esperado y por eso se mantiene vigil,
con la lámpara encendida y en actitud de servicio, actitud que se contrarresta
con el administrador infiel, que no se preocupa si su señor ha de venir o no y,
además de mal administrar sus bienes –se dedica a comer y a beber hasta
emborracharse-, además de maltratar a los otros siervos, Jesús nos advierte
acerca de la imperiosa necesidad que tenemos de estar preparados para su
Venida, que ha de acaecer con toda seguridad, aunque no sabemos cuándo. ¿De qué
Venida se trata? De su Venida hacia nosotros, ya sea en el día de nuestra
muerte terrena, en el que Él vendrá a nosotros como Justo Juez y deberemos
comparecer ante su Presencia para recibir el Juicio Particular, y de su Segunda
Venida en la gloria, al fin del mundo, cuando venga a “juzgar a vivos y muertos”
en el Día del Juicio Final. Para ambas Venidas de Jesús –esto es, para nuestro
Juicio Particular y para el Día del Juicio Final-, hemos de “estar preparados,
porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada”. ¿En qué consiste
esa preparación? Jesús mismo nos lo dice: ante todo, la actitud es la del
hombre que sabe que ha de venir a su casa “un ladrón” y, si bien no sabe a qué
hora llegará, lo que sabe con toda certeza, porque se lo han dicho de fuentes
confiables, ha de venir con toda seguridad. La actitud del cristiano, frente a
la Venida de Nuestro Señor Jesucristo, sea para el día de su propia muerte, en
el que comparecerá ante el Justo Juez en su Juicio Particular, como frente a la
Segunda Venida en la gloria, en la Parusía, en la que Jesús llegará para juzgar
al mundo en el Día del Juicio Final, debe ser la del hombre que espera al
ladrón: no sabe cuándo ha de venir, pero que ha de venir, vendrá sin duda
alguna.
Ahora
bien, ¿en qué consiste, más específicamente hablando, esta preparación? Nos lo
dice San Juan Crisóstomo: “Es a la hora que menos pensáis que vendrá el Hijo
del hombre” [1].
Jesús dice esto a los discípulos a fin de que no dejen de velar, que estén
siempre a punto. Si les dice que vendrá cuando no lo esperarán, es porque
quiere inducirlos a practicar la virtud con celo y sin tregua. Es como si les dijera:
“Si la gente supiera cuándo va a morir, estarían perfectamente preparados para
este día”. Pero el momento del fin de nuestra vida es un secreto que escapa a
cada hombre”. Claramente, San Juan Crisóstomo considera que el consejo del
Señor Jesús, de “estar preparados”, se refiere, al menos, a una de las Venidas
que hemos mencionado, esto es, el día en el que Jesús llegará a nuestras vidas,
en el último día de nuestra vida terrena, sólo por Él conocido, y la forma de
estar preparados para ese día es “practicar la virtud con celo y sin tregua”. Podríamos
decir que San Juan Crisóstomo nos anima a vivir con esta “tensión escatológica”
hacia la eternidad, todos los días de nuestra vida terrena, viviendo en su
gracia y cumpliendo sus Mandamientos cada día, como si cada día fuera a ser el
último.
Continúa
San Juan Crisóstomo, especificando de qué virtudes se trata, esto es, la
fidelidad –no atribuirse nada bueno, ya que todo lo bueno que podemos hacer
viene del Señor- y la sensatez –la correcta administración de los bienes
naturales y sobrenaturales que todos y cada uno, en distinta medida, hemos
recibido-: “Por eso el Señor exige a su servidor, dos cualidades: que sea fiel,
a fin de que no se atribuya nada de lo que pertenece a su señor, y que sea
sensato, para administrar convenientemente todo lo que se le ha confiado. Así
pues, nos son necesarias estas dos cualidades para estar a punto a la llegada
del Señor”. Y haciendo hincapié en el “mal siervo”, al cual no le interesa si
su Señor ha de llegar o no y por eso administra mal los bienes de su Señor –los
dones naturales y sobrenaturales concedidos a cada uno-, además de obrar de
modo contrario a la Bondad divina, esto es, obrando con malicia, se da con la
llegada imprevista de su Señor y recibe de Él el castigo que le corresponde,
San Juan Crisóstomo, parafraseando al Señor, nos advierte también a nosotros: “Porque
mirad lo que pasa por el hecho de no conocer el día de nuestro encuentro con
él: uno se dice: “Mi amo tarda en llegar””. El mal servidor actúa contra toda
razón, porque lo seguro es que su Señor llegará; su mal comportamiento refleja
en el fondo desamor, frialdad, desinterés por la llegada de su Señor y, en el
fondo, por su propia suerte. Por este motivo, para San Juan Crisóstomo, el
servidor bueno y fiel, lejos de la actitud del mal servidor, está continuamente
pensando en la llegada de su señor porque sabe que es cierta y, porque lo ama y
desea verdaderamente servirlo, está siempre esperándolo, administrando fielmente
sus bienes, ya que sabe que su señor “no tardará”: “El servidor fiel y sensato
no piensa así. Desdichado, bajo pretexto de que tu Amo tarda ¿piensas que no va
a venir ya? Su llegada es totalmente cierta. ¿Por qué, pues, no permaneces en
tu puesto? No, el Señor no tardará en venir; su retraso no está más que en la
imaginación del mal servidor”. El siervo malvado no piensa en la Venida de su Señor, porque no le importa, ni su Juicio Particular, ni el Juicio Final, y por eso le tiene sin cuidado vivir o no en gracia.
No
seamos como el siervo malo, sino como el siervo bueno que, por amor a su señor,
está siempre vigil, en actitud de servicio, y esperando su pronto regreso, el
día en que vendrá a buscarnos para nuestro Juicio Particular, y la Segunda
Venida de Jesús en la gloria.
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