La parábola de los viñadores homicidas. Hacia 1035-1040. Codex Aureus Epternacensis. Reichenau, Alemania
(Domingo
- XXVII - TO - Ciclo A – 2017)
“(…)
el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que
le hará producir sus frutos” (Mt 21, 33-43).
Dirigiéndose a los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo, Jesús utiliza una
parábola en la que el dueño de una viña planta una viña, cava un lagar,
construye una torre de vigilancia y la arrenda a unos viñadores y se marcha al extranjero.
Al llegar el tiempo de la vendimia, envía a sus servidores para “percibir los
frutos”, pero los arrendatarios, actuando con malicia y convirtiéndose en
ilegítimos usurpadores, desconocen el título de propiedad del dueño, se niegan
a pagar la renta, y golpean a uno de los servidores, a otro lo matan y a otro
lo apedrean. El propietario vuelve a enviar a otros servidores, pero reciben el
mismo trato violento y homicida que los primeros. Esperando siempre un cambio
en el buen sentido, de los viñadores homicidas, el dueño de la vid envía a su
hijo, pensando que, al ser su hijo, lo tratarán con respeto: “Respetarán a mi
hijo”. Sin embargo, la condición de ser hijo aviva todavía más la soberbia, la
avaricia, la codicia y la malicia de los viñadores que ya eran homicidas, ya
que es precisamente la condición de ser hijo del dueño y por lo tanto heredero,
lo que enciende su malicia y les proporciona la falsa esperanza de que, al
matar al heredero, ellos podrán apropiarse ilegítimamente de la viña. Efectivamente,
llevan a cabo su plan, se apoderan de él, lo arrojan fuera de la viña y, en el
colmo de la malicia, le dan muerte: “Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera
de la viña y lo mataron”. Jesús finaliza la parábola con una pregunta dirigida
a los sumos sacerdotes y ancianos, acerca de cuál será la actitud del dueño de
la viña, al enterarse de la muerte de su hijo, y estos le responden que “Acabará
con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a
su debido tiempo”. Luego Jesús les advierte que, de proseguir en su vana lucha
contra Dios, el Señor les quitará la viña a ellos y se la dará a otros para que
“produzcan fruto a su tiempo”.
La parábola se entiende cuando hacemos una traspolación de
los elementos naturales y los reemplazamos por elementos sobrenaturales: el
dueño de la viña es Dios Padre; el hijo del dueño, asesinado por los viñadores
homicidas, es el Verbo de Dios encarnado; los viñadores homicidas son los sumos ancianos, los sacerdotes, los fariseos y, en general,
el pueblo judío, representado en la sinagoga; la viña, el lagar, la torre de
vigilancia, es la Nueva Iglesia fundada en la Sangre y el Agua de Cristo, la
Iglesia Católica; los enviados por el dueño, que son maltratados y hasta
asesinados, son los profetas del Antiguo Testamento, incluido el último de
ellos y primero del Nuevo, Juan el Bautista; la muerte del hijo es la muerte de
Jesús en la Cruz. Esta es la razón por la que los judíos se sienten
directamente aludidos pero, en vez de reaccionar con humildad, se enfurecen
contra Jesús y terminan de concretar los planes para matarlo a través de un
juicio inicuo.
Ahora bien, ¿qué son los frutos que espera el dueño de la
viña? Es decir, ¿qué son los frutos que espera Dios de los miembros de la
Iglesia? Es interesante ver cómo Dios se compara a sí mismo con un viñador, y
el viñador, lo que hace con su viña es, precisamente, probar los frutos de
esta: se acerca a la viña, elige las uvas que parecen más apetitosas, las
prueba y por el sabor determina si son un buen fruto o no. Dios Padre hace lo
mismo con la Viña que es la Iglesia y con los racimos de uvas, los fieles, que
están unidos a la Viña que es Cristo, Vid verdadera: se acerca, toma un grano
de uva, que es el corazón del cristiano, y así como el dueño de la viña espera
deleitarse con el sabor dulce de la uva, así Dios Padre espera deleitarse, al
probar el corazón del cristiano, con el sabor dulce de la santidad del corazón
dada por la gracia, manifestada en la caridad, en la misericordia, en el
perdón, en la compasión y en toda clase de obras buenas. Y así como el dueño de
la viña se alegra cuando los frutos son buenos, así Dios Padre se alegra
cuando, probando los corazones de los cristianos, comprueba la dulzura de la
gracia de su Hijo Jesús en ellos. Pero como así también el viñador, al
comprobar que una uva está agriada, o acuosa, y ha perdido por completo el buen
sabor, y enfadado la deshecha, así también Dios Padre, al probar el corazón del
hombre que vive un cristianismo relajado en su fe y en su moral, que vive más
para el mundo que para Dios, que se postra ante los ídolos del mundo y no ante
la Eucaristía, que tiene en su corazón maldad, envidia, avaricia, soberbia,
pereza, gula, y toda clase de cosas malas, se disgusta con este corazón y no lo
aprecia como bueno.
“(…)
el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que
le hará producir sus frutos”. El Reino de Dios en la tierra, su germen, la
Iglesia Católica, nos fue entregado a los bautizados, para que demos buenos
frutos, frutos de santidad, de oración, de misericordia, de caridad, de perdón,
de justicia, de paz, de amor cristiano y sobrenatural. Estemos vigilantes,
porque si nuestros corazones son juzgados faltos de la dulzura de la gracia de
Cristo, seremos dejados de lado de parte del Dueño de la Viña, Dios Padre, y
nos sucederá lo peor que le puede pasar a una persona en esta vida, y es ser
dejado de lado por Dios, abandonado a su propio yo egoísta y pecador.
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