(Domingo
XXX - TO - Ciclo A – 2017)
“Amarás a Dios y a tu prójimo como a ti mismo” (cfr. Mt 22, 34-40).
Le preguntan a Jesús “cuál es el mandamiento más grande de la Ley”, y Jesús
responde: “Amarás a Dios y a tu prójimo como a ti mismo”. El primer mandamiento
es el más importante de todos, y en él están contenidos todos los mandamientos
y toda la Ley de Dios, tal como lo dice Jesús: “Jesús le respondió: “Amarás al
Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este
es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero:
Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la
Ley y los Profetas””.
Ahora bien, puesto que los judíos ya conocían este
mandamiento, se podría aducir que Jesús no aporta nada esencialmente nuevo por
medio de la religión cristiana, ya que el primer mandamiento es el mismo, tanto
para los judíos, como para los cristianos. Sin embargo, podemos decir que el
mandamiento dado por Jesús es tan radicalmente nuevo, que es un mandamiento distinto
al que conocían los judíos. ¿Por qué razón? Una primera razón es que cambia el
concepto de prójimo: antes eran considerados prójimos solo quienes compartían
la raza hebrea y la religión judía; ahora, a partir de Jesús, y con la parábola
del buen samaritano como enseñanza, el prójimo del cristiano es todo ser
humano, independientemente de su raza y de su credo y, todavía más, el primer prójimo
a amar es el enemigo –“Amen a sus enemigos”-, porque la ley del Talión –“ojo
por ojo y diente por diente”-, ha sido abolida y suplantada por la ley de la
caridad de Cristo Jesús, que manda amar a todo prójimo, incluido el prójimo que
es enemigo; la otra diferencia es en el concepto de Dios: para los judíos, se debía
amar a Dios Uno, pero no a Dios Uno y Trino, porque no tenían esta revelación
acerca de la constitución íntima de Dios, es decir, sabían, también por
revelación divina, que Dios era Uno, pero no sabían que era Uno y Trino y de
hecho, cuando Jesús les revela que Dios es Trinidad de Personas y que Él es la
Segunda Persona que se ha encarnado, no le creen, lo acusan de blasfemia, lo
condenan a muerte y lo crucifican. A partir de Jesús, el Dios al que hay que
amar es un Dios Uno, sí, pero en el que hay Tres Personas divinas, iguales en
honor, majestad, dignidad y poder. La tercera diferencia entre el mandamiento
de Jesús y el de los judíos, es el amor con el que se manda amar: los judíos
debían amar a Dios, al prójimo y a sí mismos, pero con un amor humano, con
todas las características y limitaciones del amor humano; a partir de Jesús, el
amor con el que se debe amar a Dios Trino, al prójimo que es todo ser humano, y
a sí mismos, es el amor con el que Jesús nos ha amado –“Ámense los unos a los
otros, como Yo los he amado”-, y el Amor con el que Jesús nos ha amado es el
Amor de Dios, el Espíritu Santo, que brota del Padre y del Hijo; es un Amor
celestial, divino, sobrenatural, eterno e infinito, y es con este Amor, el Amor
que es la Tercera Persona de la Trinidad, con el cual los cristianos deben amar
a Dios, al prójimo y a sí mismos. Amar con el Amor de Dios, el Espíritu Santo,
es absolutamente distinto a amar con el amor meramente humano, que por ser
humano, tiene limitaciones y carencias. En cambio, el Amor de Dios, el Espíritu
Santo, es un amor infinito y eterno, es el mismo Dios que es Amor, y es con
este Amor celestial y divino, con el cual el cristiano debe vivir el Primer
Mandamiento, y es un amor que supera infinitamente el amor humano; de ahí la
diferencia esencial con el mandamiento que conocían los hebreos, porque ellos
debían amar a Dios, pero con sus propias fuerzas: “Amarás a Dios con todas tus
fuerzas, con toda tu alma, con todo tu ser”. Era un amor que empeñaba todas las
fuerzas humanas –se repite siempre el “todo”-, pero tenía el límite de ser amor
humano, que brotaba del corazón humano; el Amor con el que Jesús manda amar, no
brota del corazón del hombre, sino del Corazón mismo de Dios Uno y Trino, el
Espíritu Santo, el Divino Amor, la Persona Tercera de la Trinidad. Pero además,
se agrega otro aspecto, ausente en el mandamiento hebreo, y es el amar “como
Jesús nos ha amado”: “como Yo los he amado”, y Jesús nos ha amado hasta la
muerte de cruz, y esto solo puede ser vivido por medio del Amor de Dios, el
Espíritu Santo.
“Amarás a Dios y a tu prójimo como a ti mismo”. Como podemos
ver, solo en la formulación externa el mandato primero es igual entre judíos y
cristianos, ya que Jesús introduce novedades tan radicales, que lo convierten
en un mandamiento verdaderamente nuevo. Sin embargo, hay cristianos que viven
el primer mandamiento como si fueran judíos, es decir, como si Jesús no hubiera
cambiado esencialmente al primer mandamiento. Ahora bien, esto no es
indiferente, porque el cristiano que vive este mandamiento como si fuera judío,
es decir, como si Jesús no le hubiera dado un nuevo mandamiento, solo de nombre
es cristiano; es un cristiano que vive con la ley del Antiguo Testamento. Sabemos
que hemos quedado en el Antiguo Testamento cuando no perdonamos setenta veces
siete, cuando no amamos a nuestros enemigos, cuando no amamos hasta la muerte
de cruz, cuando no amamos a Dios Uno y Trino. ¿Dónde obtener la Fuente Increada
e Inagotable del Divino Amor, que nos permita vivir el primer mandamiento tal
como Jesús nos pide? Recibiendo, con el alma en gracia, a la misma Fuente
Increada e Inagotable del Divino Amor, el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.
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