sábado, 1 de septiembre de 2018

“Es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones"



(Domingo XXII - TO - Ciclo B – 2018)

“Es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino” (cfr. Mc 7, 1-8.14-15.21-23). Al observar los fariseos que los discípulos de Jesús no cumplen con la tradición de los antepasados, según la cual debían purificarse las manos antes de comer, los fariseos le reprochan a Jesús esta actitud de sus discípulos: “Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: “¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?”. En su respuesta, Jesús, lejos de darles la razón, contraataca, acusándolos de profesar una religión meramente externa, apegada a ritos de invención puramente humana, mientras descuidan la esencia de la religión, el amor, la caridad, la compasión, la justicia y la piedad: “Él les respondió: “¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos. Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres”[1].
         Jesús, que es Dios, conoce muy bien el interior del corazón de los fariseos y de los escribas, que pasaban por ser hombres religiosos y los desenmascara, revelando cuál es su error: piensan que por cumplir con ritos externos religiosos, ya cumplieron con Dios y Dios está satisfecho con ellos, pero no es así porque descuidan el interior, el corazón, que es “de donde salen toda clase de cosas malas”.
El problema con los escribas y fariseos es que ellos tienen una concepción de la religión totalmente extrincesista, formalista, que se detiene en la letra y en las formas, pero no va al espíritu. Guardan las formas, es decir, lo exterior, pero el interior lo descuidan totalmente. Son, como Jesús mismo les dice, como “sepulcros blanqueados”: por fuera aparentan ser hombres de bien, hombres religiosos, al igual que un sepulcro, que por fuera puede ser, desde el punto de vista arquitectónico, una maravilla, pero por dentro, también al igual que los sepulcros, que por dentro están llenos de huesos y de cuerpos en descomposición, así también interiormente las almas de los fariseos están en descomposición, porque sus corazones están en tinieblas y llenos de pasiones sin control: desenfreno, ira, gula, pereza, lujuria, etc. Esto se deriva de esta visión puramente externa de la religión: piensan que la religión es cumplir con ciertas normas exteriores, sin importar el estado del corazón. Jesús compara también al hombre y su religiosidad con una copa y un plato que deben ser limpiados, porque están con suciedad: si se limpia solo por fuera, queda sin limpiar el interior: esto es para significar a las personas que solo cumplen exteriormente la religión –rezan, hacen ayuno, asisten al templo, visten como religiosos- pero no se preocupan por lo interior, es decir, en el interior del corazón no hay amor a Dios ni al prójimo, solo hay amor al dinero y al propio yo, hay egoísmo, vanidad, superficialidad, gula, pereza, ira. De la misma manera a como un plato y una copa deben ser limpiados por dentro y por fuera, así el hombre, que está compuesto de cuerpo y alma, debe ser religioso por fuera –actos de culto, normas, etc.- pero también debe ser religioso en su interior –teniendo un corazón piadoso y misericordioso, siendo manso y humilde de corazón, a imitación de Cristo-, teniendo un corazón limpio y puro y lo que nos limpia por dentro es la gracia santificante. Jesucristo no elimina la necesidad de la religiosidad exterior: lo que hace es revelarnos que, para que esta religiosidad exterior sea agradable a los ojos de Dios, debe estar acompañada por una religiosidad interior; de lo contrario, la práctica de la religión es farisea, es decir, es hueca y superficial y no agrada a Dios.
Si la advertencia y el reproche de Jesús son válidos para los fariseos, que no tenían el régimen de la gracia, mucho más lo son para nosotros, cristianos, que vivimos en el régimen de la gracia. Por la gracia, el alma, en esta vida terrena, no solo está ante la Presencia de Dios, sino que Dios Uno y Trino mora, habita, inhabita, vive, en el alma, en el corazón del que está en gracia. Esto quiere decir que Dios no solo ve nuestros actos exteriores de religión, sino que, como estamos ante su Presencia –estar en gracia es el equivalente al estar cara a cara con Dios para los bienaventurados del cielo-, el más mínimo pensamiento resuena ante Dios, por eso debemos cuidar muchísimo nuestros pensamientos, del orden que sea, porque esos pensamientos los decimos delante de Dios. Un pensamiento o un deseo malo, resuenan ante la Santa Faz de Dios y mucho más si esos pensamientos o deseos malos van seguidos de una acción mala. Lo mismo sucede con los buenos pensamientos, deseos y acciones, todos resuenan ante el Rostro Tres veces Santo de Dios Trino. Entonces, Jesús quiere que seamos hombres religiosos perfectos, que profesemos nuestra religión no solo exterior, sino también interiormente.
“Es del corazón del hombre de donde provienen todas las cosas malas”. No estamos exentos de cometer el mismo error de fariseos y escribas, esto es, de pensar que la religión consiste en el cumplimiento meramente exterior de ritos y normas religiosas. Debemos siempre recordar las palabras de Jesús, para mantener en guardia los pensamientos y deseos que se presentan en nuestras mentes y corazones: “Es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino”. La verdadera religión consiste no solo en cumplir exteriormente con los preceptos y en rechazar la malicia del corazón, que es el pecado, sino además en tener el alma pura y en gracia por el sacramento de la confesión, porque lo que nos purifica por dentro es la gracia santificante; en adorar a Jesús Eucaristía, entronizado en el corazón por la comunión eucarística; y en obrar la misericordia con nuestros hermanos más necesitados. Ésa es la verdadera religión, la que cumple exteriormente con los ritos y normas y la que brilla en el interior con la gracia, la Presencia de Dios por la Eucaristía, y las obras de misericordia para con el prójimo.



[1] “Los fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús,y vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar. Los fariseos, en efecto, y los judíos en general, no comen sin lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de sus antepasados; y al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a las que están aferrados por tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras y de la vajilla de bronce”.


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