(Domingo XXIV - TO - Ciclo C - 2025)
“Alégrense
conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido” (cfr. Lc 15, 1-32). Jesús utiliza la imagen de
un pastor que deja a las ovejas seguras en el redil, para ir en busca de una
que se extravió en el camino. La actitud del pastor se explica por el bien que
representa la oveja, al menos en tiempos de Cristo: para un pastor, una oveja
tiene mucho valor, de ahí la alegría del pastor al encontrar la oveja perdida: “Alégrense
conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido”.
La escena que
utiliza Jesús está tomada del mundo pastoril y está plena de significados
simbólicos y alegóricos y así, cada elemento tiene, a su vez, un significado
sobrenatural, celestial: por ejemplo, el Buen Pastor es Cristo, la oveja que se
aparte del redil y se extravía es el alma, la perdición de la oveja es la
desorientación del hombre y el destino de condenación irreversible del hombre
al haberse alejado de Dios en los orígenes del tiempo debido al pecado original.
Si hacemos
la traslación al plano espiritual, podemos ver que el mismo valor que el pastor
da a su oveja perdida, lo da Dios Trino a cada una de las almas humanas que se
han extraviado a causa del pecado. Puede suceder que, visto en apariencia y
superficialmente, se vean muchos bienes materiales que aparentan valer más que
un alma humana, pero en realidad, como dice Santo Tomás de Aquino, un alma
humana vale más que todo el universo.
Y, sin embargo,
no es ni el valor del alma humana ni el pecado, son los motivos por los cuales
el Hijo de Dios, el Buen Pastor, se encarna y emprende su misterio pascual de
muerte y resurrección para rescatar a la humanidad perdida.
Toda la
humanidad está representada en esa oveja perdida, figura de la humanidad caída
en pecado, pero no es el pecado de las almas del redil, de
Si bien la
remoción del pecado es la condición indispensable para la unión con Dios, no es
esto lo que mueve a Cristo a prolongar su encarnación en
“Alégrense
conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido”. El Amor de Dios por
la humanidad se expresa en la alegría del reencuentro con el alma humana,
reencuentro posibilitado por la búsqueda del Buen Pastor que no vacila en
descender a los escarpados y peligrosos riscos de la historia humana para ser
condenado injustamente, morir en cruz y dar su vida y su sangre por aquellos
que ama. Jesús sabe que al descender desde la eternidad del seno del seno del
Padre hasta la Encarnación en el tiempo en el seno de la Madre de Dios,
arriesga su vida, porque será condenado injustamente a una muerte de cruz, pero
su Amor Misericordioso por cada una de sus ovejas, los hombres extraviados por
el pecado, es más fuerte que su temor a perder su vida terrena.
Los
fariseos, al ver a Jesús acepta la invitación a almorzar en la casa de quienes
eran considerados pecadores, critican a Jesús: “Este hombre recibe a publicanos
y pecadores y come con ellos”. Es porque no se dan cuenta precisamente de esto,
de que Jesús no está obligado a aceptar la invitación de los pecadores –no está
obligado a sacrificarse por la humanidad- y que si lo hace, es por misericordia
y amor infinitos.
Muchos
católicos pensamos como los fariseos, que Jesús tenía obligación de encarnarse,
que la misa es sólo un rito formal que Dios tiene obligación de hacer para que
la gente de buena voluntad venga a rezar, sin detenernos a considerar que es
una muestra del amor infinito de Cristo Dios, Buen Pastor y Pastor eterno, que
no duda en ofrecer su cuerpo como Pan de Vida eterna y su sangre como Vino de
“Este
hombre recibe a los pecadores y come con ellos”, murmuran los fariseos,
criticando el don de la misericordia de Jesús para con los pecadores. La misma misericordia
la continúa donando Jesús en su Iglesia, sólo que en vez de ser nosotros, los
publicanos y pecadores, quienes invitamos a Jesús, es Jesús quien nos invita a
su banquete celestial, en donde nos sirve el manjar de los últimos tiempos, la
carne del Cordero, el Vino de
Antes de
entrar por la comunión, Jesús Eucaristía nos dice desde el Apocalipsis: “He
aquí que estoy a la puerta y llamo, si alguien me escucha y abre, entraré y
cenaré con él, y él conmigo” (cfr. Ap
3, 20).
La puerta
de la casa es el alma de aquel que recibe al Cordero del Apocalipsis, Jesús
sacramentado. Si Jesús, Buen Pastor, entra en el alma por misericordia y amor,
para donar el Espíritu Santo, el alma debe responder, en la comunión, con la
donación de su vida, de su ser, de su amor, según lo de Santa Teresa: “Amor con
amor se paga”.
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