Si la Cruz es instrumento de
humillación, de tortura, de muerte, Los antiguos romanos utilizaban la cruz
como el máximo escarmiento que se daba tanto a delincuentes de poca monta, como
a los criminales más peligrosos, a aquellos que ponían en peligro la integridad
del imperio. Habían elegido la cruz, por ser el instrumento más bárbaro, más
cruel, más humillante, más atroz, y lo habían elegido precisamente, para que
todo aquel que viera a un crucificado, escarmentara en piel ajena, y se
decidiera a no cometer delitos, al menos por temor al castigo que le
sobrevendría. Entonces, ¿por qué los cristianos la exaltamos? Aún más, por qué
la veneramos e incluso la adoramos?
Hay muchas razones.
En la Cruz, Cristo, el Hombre-Dios,
convierte con su omnipotencia divina al dolor humano en gozo y alegría;
En la Cruz, Cristo, el Cordero de Dios,
convierte la desolación en consolación, la tristeza en alegría, el llanto en
gozo;
En la Cruz, Cristo, el Pan Vivo bajado
del cielo, entrega su Cuerpo y derrama su Sangre para alimento de nuestras
almas;
En la Cruz, Cristo, Rey de reyes y
Señor de señores, ensalza a los pobres pecadores, perdonándolos con la
Misericordia Divina y convirtiéndolos en hijos del Padre y herederos del Reino;
En la Cruz, al entregar su Vida, Jesús
vence a nuestra muerte y nos concede la vida divina;
En la Cruz, Cristo vence al pecado y
nos dona la gracia santificante;
En la Cruz, Cristo vence al Demonio y
nos conduce, por su Espíritu, al seno del Padre Eterno.
La Cruz está empapada en la Sangre
Preciosísima del Cordero y nosotros adoramos la Sangre del Cordero.
En la
Cruz murió el Hombre-Dios, y si bien con su Cuerpo humano sufrió muerte
humillante, por su condición de Dios “hace nuevas todas las cosas”, y así con
su Divinidad convirtió la muerte en vida, y la humillación en exaltación y
glorificación.
Porque en la Cruz el Hombre-Dios convirtió al dolor y a
la muerte del hombre, de castigos por el pecado, en fuentes de santificación y
de vida eterna.
Porque en la Cruz, Jesús lavó con su Sangre, y los
destruyó para siempre, a los pecados de todos los hombres de todos los tiempos,
de modo tal que si antes de la Cruz los hombres estaban destinados a la
condenación, por la Cruz, ahora todos tienen el Camino abierto al Cielo.
Porque la debilidad y la humillación del Hombre-Dios en
la Cruz, fue convertida, por la Trinidad Santísima, en muestra de fortaleza
omnipotente y de gloria infinita, por medio de las cuales destruyó y venció
para siempre a los tres enemigos mortales del hombre: el demonio, el mundo y la
carne.
Porque en la Cruz, el Hombre-Dios nos dio su Cuerpo, su
Sangre, su Alma y su Divinidad, como alimento del alma, como Viático celestial
en nuestro peregrinar al Cielo, como Pan de ángeles que embriaga al alma con la
Alegría y el Amor de Dios Trino.
Porque en la Cruz, el Hombre-Dios nos dio como regalo a
aquello que más amaba en esta tierra, su Madre amantísima, para que nos
adoptara como hijos, nos cubriera con su manto, nos llevara en su regazo, y nos
encerrara en su Corazón Inmaculado, para desde ahí llevarnos a la eterna
felicidad en los cielos.
Porque en la Cruz celebró la Misa, y por la Misa
renueva para nosotros su mismo y único sacrificio en Cruz, convirtiendo el
altar en un nuevo Calvario, en un nuevo Monte Gólgota, en cuya cima, suspendido
desde la Cruz, mana del Sagrado Corazón traspasado un torrente inagotable de
gracia divina, la Sangre del Cordero, salvación de los hombres.
Por todos estos motivos y muchos más es
que los cristianos veneramos, adoramos, ensalzamos y exaltamos a la Santa Cruz
de Jesús.
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