“Quiero
alojarme en tu casa” (Lc 19, 1-10). Jesús
le pide a Zaqueo “alojarse en su casa”. A los ojos de los demás, el pedido de
Jesús provoca escándalo, porque Zaqueo es conocido por su condición de pecador,
es decir, de alguien que obra el mal y puesto que el mal y el bien son
antagónicos e irreconciliables, un hombre santo, como Jesús, no puede entrar en
casa de un pecador, como Zaqueo, so pena de “contaminarse”. Esto llevaba a los
fariseos, quienes se consideraban a sí mismos “santos y puros”, a no hablar
siquiera con aquellos considerados pecadores, para no “contaminarse” de su mal,
y es lo que justifica el escándalo que les produce el deseo de Jesús de querer
alojarse en casa de Zaqueo.
Pero
Jesús es Dios y por lo tanto, no se cree puro y santo como los fariseos, sino
que Es Puro y Santo, por ser Él Dios de infinita majestad y perfección. Esta es
la razón por la cual el corazón pecador que se abre ante su Presencia, ve
destruido el pecado que lo endurecía, al tiempo que lo invade la gracia que lo
convierte en un nuevo ser. Jesús no solo no teme “contaminarse” con el pecado,
sino que Él lo destruye con su poder divino y lo destruye allí donde anida, el
corazón del hombre. Sin embargo, la condición indispensable –exigida por la
dignidad de la naturaleza humana, que es libre porque creada a imagen y
semejanza de Dios, que es libre-, para que Jesús obre con su gracia,
destruyendo el pecado en el corazón humano y convirtiéndolo en una imagen y
semejanza del suyo por la acción de la gracia, es que el hombre lo pida y desee
libremente este obrar de Jesús. Y esto es lo que hace Zaqueo, precisamente,
puesto que demuestra el deseo de ver a Jesús subiéndose a un árbol primero y
aceptando gustoso el pedido de Jesús de alojarse en su casa.
El
fruto de la acción de la gracia de Jesús en Zaqueo –esto es, la conversión del
corazón-, se pone de manifiesto en la decisión de Zaqueo de “dar la mitad de
sus bienes a los pobres” y de “dar cuatro veces más” a quien hubiera podido
perjudicar de alguna manera. Esto nos demuestra que el encuentro personal con
Jesús, encuentro en el cual el alma responde con amor y con obras al Amor de
Dios encarnado en Jesús, no deja nunca a la persona con las manos vacías: todo
lo contrario, la deja infinitamente más rica que antes del encuentro, aunque
parezca una paradoja, porque si bien Zaqueo renuncia a sus bienes materiales,
adquiere la riqueza de valor inestimable que es la gracia de Jesús, la cual
transforma su corazón de pecador, de endurecido que era, en un corazón que late
al ritmo del Amor Divino.
“Quiero
alojarme en tu casa”. Lo mismo que Jesús le dice a Zaqueo, nos lo dice a
nosotros desde la Eucaristía, porque Él quiere alojarse en nuestra casa, en
nuestra alma, para hacer de nuestros corazones un altar, un sagrario, en donde
Él more y sea amado y adorado noche y día. Al donársenos en Persona en la
Eucaristía, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, Jesús nos da una muestra
de amor infinitamente más grande que la que le dio a Zaqueo, porque Jesús entró
en la casa material de Zaqueo, pero no en su alma, y no se le dio como Alimento
celestial, como sí lo hace con nosotros. Considerando esto, debemos preguntarnos
si, al Amor infinito, eterno e inagotable del Sagrado Corazón Eucarístico de
Jesús -demostrado y donado sin límites en cada comunión eucarística-,
respondemos, al menos mínimamente, como Zaqueo. ¿Estamos dispuestos a dar “la
mitad de nuestros bienes” a los pobres? ¿Estamos dispuestos a dar “cuatro veces
más” a quien hayamos perjudicados, sea material o espiritualmente? Si no
estamos dispuestos a esto, es que nuestro corazón, a pesar de entrar Jesús en
nuestra casa, es decir, en nuestra alma, por la comunión eucarística, no ha
permitido ser transformado por la gracia santificante. Y si esto es así,
debemos pedir a San Zaqueo que interceda
por nosotros, para que tengamos al menos una ínfima parte de ese amor de
correspondencia con el que él amó a Jesús.
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