“Sean
misericordiosos, no juzguen, perdonen, den” (Lc 6, 36-38). Jesús nos propone, en pocas líneas, un plan de vida
sumamente sencillo, aunque muy exigente. Un plan que, de cumplirlo, nos
llevaría a las más altas cumbres de la santidad en esta vida y a la más alta
participación en la gloria y visión beatífica en la otra.
Cuando
Jesús nos dice: “Sean misericordiosos, no juzguen, perdonen, den”, lo que está haciendo,
en realidad, es proponernos que lo imitemos a Él en la Cruz:
-“Sean
misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso”. Jesús crucificado
es la más grande muestra de Amor misericordioso por parte de Dios Padre, porque
Él entregó a su Hijo en la Cruz para que nosotros fuéramos salvados; Jesús se
interpuso entre la ira de la Justicia divina y nosotros, salvándonos de la
muerte eterna. Cristo crucificado es el modelo a imitar por parte nuestra,
cuando nos preguntemos cuál es la medida de la misericordia que debemos aplicar
para con nuestros hermanos más necesitados.
-“No
juzguen y no condenen, y no serán juzgados ni condenados, perdonen y serán
perdonados”. Jesús en la Cruz no nos juzga o, si queremos, nos juzga con
infinita misericordia, porque sus heridas abiertas y su Sangre derramada claman
al Padre perdón y misericordia, y si Jesús hace esto con nosotros, no solo
debería avergonzarnos el juzgar a los demás con tanta ligereza y con tanta
malicia, sino que deberíamos ser siempre indulgentes para con nuestro prójimo,
olvidando en nombre de Cristo todas las ofensas. Cristo en la Cruz no nos
condena, y es la razón por la cual no debemos condenar con el juicio a los
demás. Si Cristo nos perdona en la Cruz, no podemos no perdonar a nuestros
enemigos.
-“Den,
y se les dará”. Cristo en la Cruz nos da no de lo que le sobra, sino todo lo
que tiene y lo que es: su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, y nos lo
da a nosotros, indigentes y menesterosos, para que nos enriquezcamos con el don
de su Amor misericordioso. Si queremos saber cuánto tenemos que dar, material y
espiritualmente, a nuestro prójimo que sufre, sólo tenemos que contemplar a
Cristo en la Cruz, que nos da la totalidad de su Ser trinitario, sin reservas.
Cristo
en la Cruz es misericordioso, no nos juzga ni condena, y nos da todo lo que
tiene y todo lo que Es, pero también en cada Eucaristía renueva su
misericordia, su indulgencia, su perdón y su don de sí mismo, porque se nos dona todo Él como
don del Amor infinito del Padre. Si comulgamos, no podemos negar el auxilio a
nuestros hermanos; no podemos juzgarlo y condenarlo, no podemos no perdonarlo, no
podemos no dar “hasta que duela”, como dice la Madre Teresa.
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