jueves, 27 de noviembre de 2014

“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”


“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Lc 21, 29-33). A medida que se acerque la Parusía o Segunda Venida de Jesucristo en la gloria, todos los acontecimientos profetizados por el mismo Jesucristo se cumplirán, tal como Él mismo los profetizó. Jesucristo no puede equivocarse, puesto que es Dios en Persona; es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad; es Dios Hijo encarnado en una naturaleza humana, y todo lo que Él dijo y profetizó acerca de su Segunda Venida, se cumplirá, indefectiblemente, como indefectiblemente la naturaleza sigue su curso y a una estación le sigue la otra. No en vano Jesucristo utiliza la figura del brote nuevo de la higuera: así como sucede con el brote nuevo de la higuera, que pasado el invierno y llegada la primavera, y siguiendo el impulso vital biológico de la naturaleza inscripto por el Creador, comienza un nuevo ciclo de vida para el árbol, así también, en las edades de la humanidad, se suceden los siglos, unos tras otros, y se seguirán sucediendo, hasta que dejen de sucederse, cuando se cumpla el tiempo establecido por Dios, lo cual está indicado, veladamente, por Jesucristo, en las señales acerca de su Segunda Venida.
La Segunda Venida de Cristo, en gloria y poder, vendrá precedida por la conversión de Israel, según anuncia Cristo, y también San Pedro y San Pablo (Mt 23,39; Hch 3,19-21; Rm 11,11-36), y será precedida también por grandes tentaciones, tribulaciones y persecuciones (Mt 24,17-19; Mc 14,12-16; Lc 21,28-33), que harán caer a muchos cristianos en la apostasía. Según el Catecismo, será la “prueba final” que deberá pasar la Iglesia, y que “sacudirá la fe” de muchos creyentes: “La Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (cfr. Lc 18,8; Mt 24,9-14). La persecución que acompaña a la peregrinación de la Iglesia sobre la tierra (cfr. Lc 21,12; Jn 15,19-20) desvelará “el Misterio de iniquidad” bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas, mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es el Anticristo, es decir, la de un pseudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo, colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (cfr. 2 Tes 2, 4-12; 1 Tes 5, 2-3; 2 Jn 7; 1 Jn 2, 18. 22)”[1].
Por tanto, continúa el Catecismo, “la Iglesia sólo entrará en la gloria del Reino a través de esta última Pascua, en la que seguirá a su Señor en su muerte y su Resurrección (Ap 19,1-19). El Reino no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico de la Iglesia (13, 8), sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal (20, 7-10). El triunfo de Dios sobre la rebelión del mal tomará la forma de Juicio final (20, 12), después de la última sacudida cósmica de este mundo que pasa (2 Pe 3,12-13)”[2].
Mientras esperamos su Segunda Venida en la gloria, Jesucristo reina actualmente en la historia, desde la Eucaristía, y muestra su dominio, sujetando cuando quiere y del modo que quiere a la Bestia mundana, que recibe toda su fuerza y atractivo del Dragón infernal, y si la Bestia -que se manifiesta en la política a través de la Masonería política, pero también en la Iglesia, a través de la Masonería eclesiástica-, obra haciendo daño, lo hace en cuanto Jesucristo la deja obrar, y no hace más de lo que Jesucristo la deja hacer.
La Parusía, la Segunda Venida gloriosa de nuestro Señor Jesucristo, según nos ha sido revelado, vendrá precedida de señales y avisos, que justamente cuando se cumplan revelarán el sentido de lo anunciado. Por eso solamente los que estén “con las túnicas ceñidas y las lámparas encendidas”, es decir, obrando la misericordia y en estado de gracia, y escrudiñando los signos de los tiempos, en estado de oración, podrán sospechar la inminencia de la Parusía, porque “no hará nada el Señor sin revelar su plan a sus siervos, los profeta” (Amós 3,7), y así, estos “siervos atentos y vigilantes”, podrán detectar la inminencia de la Parusía. Según el mismo Jesucristo, para su Segunda Venida, habrá conmoción en el Universo físico: “habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y sobre la tierra perturbación de las naciones, aterradas por el bramido del mar y la agitación de las olas, exhalando los hombres sus almas por el terror y el ansia de lo que viene sobre la tierra, pues las columnas de los cielos se conmoverán. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube con poder y majestad grandes” (Lc 21,25-27).
Sin embargo, lo más grave, estará dado en el plano espiritual, porque la Segunda Venida, estará precedida por la ascensión al poder, en la Iglesia, del Anticristo, quien difundirá eficazmente innumerables mentiras y errores, como nunca la Iglesia lo había experimentado en su historia, y éste será el que provocará la “prueba final” que “sacudirá la fe” de “numerosos creyentes”, anunciado por el Catecismo[3], lo cual tal vez sea la modificación de algún dogma central, muy probablemente, relacionado con la Eucaristía.
La Parusía o Segunda Venida, será súbita y patente para toda la humanidad: “como el relámpago que sale del oriente y brilla hasta el occidente, así será la venida del Hijo del hombre… Entonces aparecerá el estandarte del Hijo del hombre en el cielo, y se lamentarán todas las tribus de la tierra [que vivían ajenas al Reino o contra él], y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con poder y majestad grande” (Mt 24,27-31).
La Parusía será inesperada para la mayoría de los hombres, que “comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, edificaban” (Lc 17,28), y no esperaban para nada la venida de Cristo, sino que “disfrutando del mundo” tranquilamente, no advertían que “pasa la apariencia de este mundo” (1 Cor 7,31). Por no prestar atención a la Sagrada Escritura que dice: “Medita en las postrimerías y no pecarás jamás” (Eclo 7, 40), el mundo se comporta como el siervo malvado del Evangelio, que habiendo partido su señor de viaje, se dice a sí mismo: “mi amo tardará”, y se entrega al ocio y al vicio. Sin embargo, como advierte Jesús en la parábola, “vendrá el amo de ese siervo el día que menos lo espera y a la hora que no sabe, y le hará azotar y le echará con los hipócritas; allí habrá llanto y crujir de dientes” (Mt 24,42-50). Por eso, la parábola finaliza con la advertencia: “Estad atentos, pues, no sea que se emboten vuestros corazones por el vicio, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, y de repente, venga sobre vosotros aquel día, como un lazo; porque vendrá sobre todos los moradores de la tierra. Velad, pues, en todo tiempo y orad, para que podáis evitar todo esto que ha de venir, y comparecer ante el Hijo del hombre” (Lc 21,34-35).
Y esa es la razón por la cual el cristiano debe prestar atención a las palabras de Jesús, en las que nos previene y nos pide que estemos atentos a su Segunda Venida: “vigilad, porque no sabéis cuándo llegará vuestro Señor… Habéis de estar preparados, porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del hombre” (Mt 24,42-44). “Vendrá el día del Señor como ladrón” (2 Pe 3,10). Todos los cristianos hemos de vivir siempre como si la Parusía fuera a ocurrir hoy, o mañana mismo o pasado mañana, porque “la apariencia de este mundo pasa” (1 Cor 7, 31), y cuando pasa la apariencia de este cielo y esta tierra, aparece la eternidad, aparece Dios, que es la Eternidad en sí misma, y para afrontar el Juicio Particular que decidirá nuestra eternidad, es que debemos prepararnos, viviendo en gracia y obrando la misericordia.




[1] 675.
[2] 677.
[3] Cfr. n. 675.

No hay comentarios:

Publicar un comentario