sábado, 6 de julio de 2019

“Los envió de dos en dos”



(Domingo XIV - TO - Ciclo C – 2019)

         “Los envió de dos en dos” (Lc 10, 1-12. 17-20). Tras el envío de los Doce (un número que recuerda y representa a Israel), ahora Jesús elige a Setenta y dos (un número que hace alusión a los pueblos paganos) y los envía a anunciar el Evangelio; más específicamente, los envía a preparar la Venida del mismo Jesús, los envía a anunciar que “el Reino de Dios está cerca”[1]. En este envío está entonces implícito el alcance universal de la misión de la Iglesia Católica, pues el mismo Jesús envió a la Iglesia primera a misionar, tanto a los judíos (envío de los Doce) como a los gentiles (envío de los Setenta y Dos).
         El discípulo que es enviado a la misión tiene algunos compromisos: primero la oración –explicitado en el “rueguen” de Jesús-, porque los frutos de la misión no dependen del obrar humano –lo cual sería caer en una especie de gnosis prometeica-, sino de la acción de Dios sobre las almas por medio de la gracia y Dios obra cuando las almas piden fervorosa y piadosamente su intervención. El pensamiento del misionero debe ser siempre preparar a las almas para la Venida del Salvador.
El segundo compromiso del misionero es anunciar el Evangelio con paz, serenidad y valentía, incluso ante la amenaza de persecución –los envío como “corderos en medio de lobos”-. No estamos lejos de esta realidad, porque la Iglesia atraviesa, en los inicios del siglo XXI, una persecución sin precedentes, tanto cruenta como incruenta y esta persecución es de tal magnitud, que muchos consideran que la persecución a la Iglesia en el siglo XXI supera a las persecuciones de los primeros siglos. Esta persecución es cruenta, como en los países comunistas –Corea del Norte, China, Cuba- o incruenta, como en los países occidentales.
Por último, el que está en la misión debe llevar una vida sobria y austera –“no lleven monedero, zurrón ni calzado ni se detengan a saludar a nadie”- y la razón es que la misión no es un encuentro fraterno con amigos, ni una ocasión para un intercambio cultural, sino que se trata de ingresar en un territorio espiritual en el que las almas deben ser conquistadas, una a una, con la oración y la gracia, para el Reino de Dios. Por esta razón, el misionero debe “asemejarse a un hombre que emprende un viaje urgentísimo, sin mirar a derecha ni a izquierda, puesto que su mensaje es verdaderamente urgente: el Reino de Dios está cerca”[2].
         Por último, el Evangelio nos dice que si se ven frutos de la misión, lo que debe alegrar al alma no es que se le sometan los demonios, ni que realice grandes curaciones, sino que “su nombre está inscripto en el cielo” y es por eso que está haciendo la misión.
         “Jesús eligió a setenta y dos y los envió de dos en dos”. Del mismo modo a como la Iglesia primitiva tenía la misión de evangelizar a judíos y gentiles, así también la misión de la Iglesia no ha cambiado y se dirige tanto a judíos como a gentiles, es decir, a todos los hombres, con el mismo anuncio: “el Reino de Dios está cerca” y con el mismo sentido de urgencia con el que predicaron los misioneros enviados por Jesús. Puesto que somos hijos de la Iglesia, también nosotros debemos considerarnos misioneros que anuncien que el Reino de Dios está cerca, en nuestros ámbitos de trabajo y estudio y según nuestro estado de vida. No hay nada más importante y más urgente para nosotros y para nuestro prójimo que anunciar que el Reino de Dios y la Segunda Venida de Jesucristo están cerca.
        


[1] B. Orchard et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1957, 608.
[2] Cfr. Orchard, ibidem, 608.

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