jueves, 9 de enero de 2014

“El Espíritu del Señor está sobre Mí y me ha enviado a anunciar la Buena Noticia a los pobres”




“El Espíritu del Señor está sobre Mí y me ha enviado a anunciar la Buena Noticia a los pobres” (Lc 4, 14-22a). La intervención de Jesús en la sinagoga está signada por el Espíritu Santo, porque es Él quien lo conduce hasta allí y le indica qué pasaje de la Escritura debe leer. En ese pasaje, se habla de Él mismo, de Jesús, en cuanto Mesías e Hijo de Dios enviado a dar la “Buena Noticia a los pobres”. Jesús mismo dice que ese pasaje se refiere a Él. Ahora bien, ni la curación de enfermedades y la expulsión de demonios no son la Buena Noticia en sí, sino un prolegómeno de esta: la Buena Noticia es que Cristo ha venido para derramar su Sangre y dar su Vida en la Cruz y a prolongar este sacrificio y este don de su vida en la Eucaristía, para la salvación de toda la humanidad.
Esto que Cristo dice de sí mismo, también lo debe decir el cristiano al mundo, en cuanto que el cristiano forma parte del Cuerpo Místico de Jesús: “El Espíritu del Señor está sobre mí y me ha enviado a anunciar la Buena Noticia a los pobres”. Y así como para Cristo el curar enfermos y expulsar demonios son signos que no constituyen en por ellos mismos la Buena Noticia, así también para el cristiano, el tener dones de curación, de profecía, de sanación, no son la Buena Noticia que debe anunciar a sus hermanos. Lo que el cristiano debe anunciar a su prójimo es la salvación de Cristo en la Cruz, como también los “pobres” a los que debe llevar el anuncio no son ni pura ni  exclusivamente los pobres materiales, sino ante todo los pobres de espíritu, los que no conocen a Dios y a su Cristo.
En todo caso, si el cristiano quiere dones –que sean útiles en orden a su tarea específica, el anuncio del Evangelio-, debe pedir configurarse a Cristo, que fue tenido como maldito al ser crucificado, según lo dice la Escritura: “maldito el que cuelga del madero” (Gál 3, 13), y por ese debe pedir el ser “tenido como maldito a favor de sus hermanos”; y también, así como Cristo recibió todos los pecados de todos los hombres para expiar por ellos, así el cristiano debe pedir lo mismo y llevar una vida de penitencia y oración, como los santos que imitaron a Cristo, como la Beata Ángela de Foligno, cuyo proceso de conversión debería hacer suyo todo cristiano. Dice así la Beata, describiendo este proceso: “Tuve que atravesar muchas etapas en el camino de la penitencia o conversión. La primera fue convencerme de lo grave y dañoso que es el pecado. La segunda el sentir arrepentimiento y vergüenza de haber ofendido al buen Dios. La tercera hacer confesión de todos mis pecados. La cuarta convencerme de la gran misericordia que Dios tiene para con el pecador que quiere ser perdonado. La quinta el ir adquiriendo un gran amor y estimación por todo lo que Cristo sufrió por nosotros. La sexta adquirir un amor por Jesús Eucaristía. La séptima aprender a orar, especialmente recitar con amor y atención el Padrenuestro. La octava tratar de vivir en continua y afectuosa comunicación con Dios".
Sólo así, el cristiano podrá decir: “El Espíritu del Señor está sobre mí y me ha enviado a anunciar la Buena Noticia a los pobres”.

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